Por Pedro Miguel Lamet*
Este año el Teléfono de la Esperanza, bajo el eslogan “La fuerza está en ti” dedica su Día de la Escucha a la necesidad, en medio de un mundo en crisis, de reconectar nuestro ser con la fuente de nuestro equilibrio, energía interior y la alegría. Que no es otra que ese manantial, a veces escondido y sobre todo olvidado, donde nos encontramos bien, en el fondo de nuestro ser, sin saberlo.
Muchas veces hemos confundido nuestra identidad con el “personaje” que creemos ser. Hemos creado una careta de nosotros mismos, labrada con una serie de tópicos: el papel que desempeñamos en la sociedad, la profesión, la imagen externa, nuestros éxitos y fracasos. Lo de fuera que hoy día nos asfixia. Pero detrás de esa careta, como en la Tragedia Griega, hay un ser humano que en lo profundo no es nada de eso.
En realidad somos como una especie de cebolla; tenemos muchas capas y la mayoría de la gente se queda con las más superficiales: guapa, listo, ejecutivo, simpático, intelectual, triste, fracasado… Tampoco somos lo que nos runrunea la mente volcada en un pasado que no existe, pues pasó, o en un futuro que nos da miedo antes de tiempo. Sin embargo aquí y ahora hay una zona profunda donde estamos bien, en armonía con el universo.
Por lo general parecemos niños el día de su “cumple”, a la espera de ese regalo que nos hará felices, obsesionados con que la felicidad nos va a venir de fuera; cuando consiga esa relación, aquella casa, ese coche soñado, el éxito profesional, la estabilidad económica… Pero, si logras alcanzar todo eso, percibes al instante otros vacíos y carencias. Como el que en un desierto se muere de sed. Llega al oasis y, tras beber lo necesario, se da cuenta de que le duelen los pies, está solo o no conoce el camino.
Viajamos, huimos, ansiamos, pedimos, corremos hacia quién sabe dónde, pero el tesoro está dentro.
“Somos como un diamante cubierto por el lodo –dice el maestro Swami Jyothirmayah, el diamante sigue siendo diamante, pero para que brille, tienes que lavarlo. Todos en este planeta somos únicos, el problema es que solemos comparar nuestra vida con la de los demás, y por eso no somos felices”.
Hace algunos años visitaba en compañía de un amigo un templo budista-zen en la sagrada ciudad de Nara (Japón). El pequeño jardín japonés, perfecto y recortado, brillaba desde la ventana a la altura de nuestros ojos mientras tomábamos una taza de té. Parecía un cuadro recién colgado ante nuestra mirada sorprendida. El monje, de cráneo pelado y mirada penetrante, que se llamaba Nishizawa, se dirigió de pronto a mí en japonés. Mi acompañante, el profesor de la Universidad Sophia, Juan Masiá, me tradujo sus palabras, que nunca olvidaré: “Hazte plenamente el que ya eres”, me dijo. Luego pensé que en nuestra cultura cristiana hay claros equivalentes, por ejemplo lo que dice Jesús: “El reino de los cielos dentro de vosotros está”.
En el fondo la liberación o el despertar interior no es sino una manera de abrir la ventana de los ojos del alma, y permanecer atento. Decía Antonio Blay: “Al mirar, te das cuenta de que tú no eres lo que ves. Sigue mirando el mirar, llegarás al fondo y descubrirás el verdadero ser”. Y entonces, una vez descubiertas las quietas profundidades del mar quizás puedas descubrir allí, sin dejar de vivirlas, que hasta tan inefable paz no llega el miedo ni la turbulencia de las olas.
* Pedro Miguel Lamet. Periodista, director del Teléfono de la Esperanza
Fuente: CCS.org.es