Por Epigmenio Ibarra
No dan jamás cuentas de sus actos. Gobernar nunca ha significado, para ellos, servir. Al contrario: de nosotros se sirven, es el país su coto privado, su botín.
Acostumbrados a burlar la voluntad ciudadana, a los fraudes electorales, a la compra de votos, no se sienten obligados más que a responder a su camarilla, a sus socios extranjeros.
A ellos pagan dividendos y de ellos reciben pago por sus servicios.
De ahí las enormes fortunas que amasan. De ahí y del saqueo sistemático que hoy pretenden consumar.
Poco duró “el nuevo rostro” con el que se vendieron en 2012. Ya estamos padeciendo sus viejas mañas. La retórica, los rituales y la adoración al jefe máximo están de vuelta.
Del “arriba y adelante” al “mover a México” lo único que han cambiado son los publicistas.
Lo que no varía son las mentiras.
Mentiras que van del “defenderé el peso como un perro” a la afirmación de que la reforma energética no pretende privatizar.
Aunque la realidad los desmienta. Aunque ellos mismos, por lo que han declarado a la prensa y los gobiernos extranjeros, se desmientan.
El régimen autoritario, reinstalado en México, no negocia con las fuerzas políticas reales, con los focos de descontento social, con los ciudadanos: compra, coopta, reprime.
Enrique Peña Nieto, como Echeverría, Díaz Ordaz o Salinas de Gortari, es el poseedor de la verdad absoluta.
Por eso pone plazos fatales. Por eso dice que, pase lo que pase, sus reformas van.
A nadie escucha, a nadie ve.
Solo sabe mirarse a sí mismo en el enorme espejo de la tv.
Solo sabe leer sus propias palabras convertidas, casi todos los días, en titulares de ocho columnas.
Para imponer sus planes aplasta mediáticamente y si es necesario usa el tolete.
Inventores de la ley de “plata o plomo”, los representantes de este régimen, como él, la usan para hacer con los poderes de la unión, con la Constitución, lo que les viene en gana.
¿Qué más le da a Peña Nieto lo que pase en las calles, en el campo de nuestro país?
¿Qué más da que México sea una bomba de tiempo?
Si jamás ha pisado ni pisará sus calles.
Y tampoco ha de sufrir los efectos de la explosión social si ésta se produce.
Rodeado de sus escoltas solo entra en contacto con la gente en ambientes rigurosamente vigilados.
A las masas solo sabe verlas como espejo, domesticadas. Las multitudes solo existen si lo aclaman.
Lo demás, para Peña Nieto, es el clamor estéril de las minorías.
Que se desgasten marchando los que defienden la democracia, la paz, la educación, los derechos humanos, los recursos de la nación.
Que busquen votos incluso. Total aquí los grandes electores son el dinero, la Iglesia, la tv.
Que hagan mítines, manifestaciones y plantones los que buscan justicia. O claman por sus desaparecidos.
Qué más da que los que llevan años luchando sin ser escuchados, que los que corren peligro a manos del crimen organizado, que los que ya no soportan tanto agravio escalen su forma de lucha.
La complicidad de la oposición, el formidable aparato propagandístico, que impone mentiras como verdades, deforma la realidad y manipula a la opinión pública, se encargan de desvirtuar, de desmontar las protestas.
En los medios, los señores del micrófono y la cámara de tv completan la tarea. Incitan al linchamiento y preparan a la población para que exija, para que desee que los inconformes sean reprimidos.
Las multitudes corearon “Fuera Peña” y así y pese a todo llegó a Los Pinos.
Los maestros se alzaron en casi todo el país y así y pese a todo pasó la reforma educativa.
Así pasarán el resto de reformas.
Presentadas como la solución de la bancarrota nacional utilizada, en el colmo del cinismo, para forzar a la gente a apoyar la gestión de un hombre que, desde su primer año, se ha mostrado incapaz.
Incapaz de resolver el problema de seguridad, de ejercer eficiente y correctamente el gasto público, de generar empleos, de llevar al país a un crecimiento siquiera un poco mayor al tristísimo 2 por ciento de Felipe Calderón.
Así venderá Pemex o lo desfondará, que es lo mismo.
Venderá hasta “la última de sus tuercas” invocando a Lázaro Cárdenas, envolviéndose en la bandera nacional y presentándose como el salvador de la patria.
Una patria que, en esta hora grave, estamos en la obligación de defender.
Y si todo ha fallado, ¿cómo habremos de hacerlo? ¿Cuál es el plan “B” para enfrentar a este régimen corrupto que tanto daño ha hecho y hace al país?
Eso es lo que tenemos que debatir con urgencia: cómo ponerle un alto. Cómo hacernos de las riendas de nuestro destino. Cómo construir, con audacia, creatividad, imaginación y firmeza un México más justo, libre, democrático y en paz.
Por eso la cita es este domingo 8 de septiembre en el Zócalo. Porque defendiendo el petróleo, parando en seco la reforma privatizadora de Peña Nieto, se defiende a México.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com
www.twitter.com/epigmenioibarra
Fuente: Milenio