“Vámonos patria a caminar”

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Vámonos patria a caminar, yo te acompaño
Yo bajaré los abismos que me digas.
Yo beberé tus cálices amargos.
Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.
Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.
Otto René Castillo

Por Epigmenio Ibarra
En un país como el nuestro donde la justicia se vende al mejor postor, donde las instituciones se doblegan impúdicamente frente al poder y al dinero dando la espalda a los ciudadanos.

 

En un país como el nuestro donde la corrupción y la impunidad han sentado sus reales y donde los que, en lugar de pagar sus crímenes históricos, se preparan para volver a instalarse en el poder.

En un país como el nuestro donde la simulación y la mentira son la única y más exitosa forma del quehacer político y donde la tv y otros medios moldean la realidad a su antojo y más que servir al poder como lo han hecho siempre pretenden ahora que el poder los sirva.

Aquí en esta patria herida.

Con sus 60 mil muertos de la guerra de Felipe Calderón a cuestas y el tejido social deshecho. Donde campea el miedo y abundan los desaparecidos, los asesinados, los decapitados.

Con un partido, el PRI, que, con el mayor descaro no niega los crímenes de lesa democracia cometidos en la última elección, sino que exige amenazante y a voz en cuello, en la mejor escuela gansteril, que se los prueben, si pueden, ante el tribunal.

Aquí en esta patria rota.

Donde se exceden los límites legales de gasto de campaña, se compran votos, se lava dinero ante los ojos mismos de un árbitro, el IFE, que de la omisión pasa a la complicidad.

 

Donde el propio Felipe Calderón con prisa obscena sale a reconocer un triunfo cuando aún no ha terminado el recuento de votos y otro tanto, serviles y medrosos, hacen dos de los candidatos opositores.

Aquí en esta patria desmemoriada.

Donde los panistas; los primeros en alzar la voz y denunciar las operaciones financieras ilícitas del PRI de pronto callan y conceden y olvidan los agravios que apenas hace unos días, con celo evangélico, señalaron.

Donde periodistas y opinadores, sumándose al coro de porristas, se lanzan a condenar a quien se atreve a ejercer el derecho de impugnar una elección a todas luces sucia y a cumplir con el deber ciudadano de defender la democracia y resistir frente a la imposición.

Aquí en esta patria derrotada.

Por esos que la han convertido en coartada, que la enarbolan como una bandera manchada por la sangre de otros.

Los que se disfrazan de general y lanzando encendidas arengas convocan a la unidad nacional en torno a su figura.

Los que tachan de traidores a quienes no los siguen en sus sangrientas e insensatas aventuras.

Por esos que la utilizan solo para la euforia deportiva y para que algunos —cito a Roque Dalton— canten borrachos el himno nacional.

Por esos que han hecho de la patria un negocio, una pantalla, una caricatura, un lema publicitario mientras le dan la espalda al país.

Aquí en esta patria sedienta de justicia.

Aquí, digo, callar, resignarse, olvidar.

Quedarse con los brazos cruzados en tanto el TEPJ decide si bendice o no la imposición cediendo a la presión política y mediática.

Creerse aquello de que hay que “aceptar la derrota”, no actuar con “resentimiento”, no “dividir al país” y retirarse prudentemente a la oscuridad, suspender las movilizaciones es además de un suicidio una traición.

Suicidio, digo, porque si nosotros concedemos y olvidamos el mundo también lo hará y quedaremos solos. Traición porque habremos dado la espalda a lo poco que, de esta patria herida, nos han dejado.

Más allá de nuestras fronteras la única posibilidad de que se sepa que los mexicanos no somos desmemoriados, ignorantes, corruptos, sumisos es que nuestra indignación desborde las calles.

Más allá de las grandes ciudades la única posibilidad de que nuestros compatriotas se atrevan a desafiar a los caciques y romper el sistema de plata o plomo del PRI (inventor, por cierto, de esta ley) es que nos vean a miles, a decenas o centenares de miles salir a las calles.

No habrá mayor servicio para la paz que salir a protestar con firmeza. Nada habremos hecho más importante por la democracia y la justicia que resistir a la imposición de un hombre y un partido que no ganaron a la buena.

No están solos los magistrados que habrán de calificar la elección. Sobre ellos, presionándolos, coaccionándolos está el poder.

¿Por qué no habremos entonces de estar por debajo de ellos los ciudadanos haciéndoles sentir seguridad y respaldo?

¿Por qué habremos de renunciar a ese derecho y más en esta hora grave para la nación en donde nos jugamos el todo por el todo?

Es el momento de decir, con Otto René Castillo, este sábado 11 de agosto: “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño… junto al que tenga corazón para quererte”.

“Tiene que ser así indiscutiblemente”, cito de nuevo al poeta guatemalteco, si todavía seguimos pensando que la democracia, la justicia y la paz van de la mano.

Artículo publicado originalmente en Milenio

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