Por Asa Cristina Laurell
Cada día hay más evidencias de que la población pobre, particularmente la urbana, se enferma y muere más frecuentemente, tanto en países ricos como en pobres…
En cuanto avanza la pandemia y empiezan los indicios de rebrotes y la prolongación por meses o años de la epidemia, la(s) vacuna(s) aparecen como el remedio definitivo. Hay una carrera entre las farmacéuticas de todo el mundo para lanzar primero una vacuna al mercado. La vacunación también se ha convertido en un tema altamente politizado, como todo el debate sobre el Covid-19, hecho que dificulta la comprensión de la pandemia. Sin embargo, hay dos problemas específicos relacionados con las vacunas: el paradigma explicativo de la epidemia y la ubicación de las vacunas en el terreno mercantil de la poderosa industria farmacéutica.
En el paradigma explicativo dominante de la pandemia se la define como un problema biológico-médico de causa-efecto poco complejo; SARS-CoV-2 (virus) = Covid-19 (enfermedad) de gravedad, según la edad y las comorbilidades, o sea, de acuerdo con características biológicas de las personas. Este paradigma lleva a postular dos maneras de enfrentar la epidemia: con la separación de las personas (distanciamiento social) para que no se contagien entre sí o incrementando la defensa inmunológica a través de una vacuna u otro fortalecimiento de la respuesta inmune. La búsqueda de la inmunidad colectiva o de rebaño también busca incrementar la inmunidad exponiendo la población al contagio para que se inmunice.
Este paradigma no permite ni intenta explicar la complejidad de la determinación socioeconómica y política de la enfermedad, a pesar de que cada día hay más evidencias de que la población pobre, particularmente la urbana, se enferma y muere más frecuentemente, tanto en países ricos como en pobres. También hay crecientes evidencias de que la población envejecida en los países avanzados sufre una sobremortalidad debido a las precarias condiciones en los asilos de ancianos, situación equivalente al abandono de nuestros ancianos o a las malas condiciones en que vive la mayoría.
La búsqueda afanosa de una vacuna contra el Covid-19 se hace en su gran mayoría por las empresas de la poderosa industria farmacéutica, la cual ha sufrido un rápido proceso de concentración durante la última década. Paralelamente, ha disminuido la producción pública de vacunas que antaño se consideraba un elemento básico de la seguridad y soberanía nacionales. En la coyuntura de la actual pandemia, los gobiernos han subsidiado o financiado a los privados, como es el caso de Moderna y el gobierno estadunidense o AstraZeneca en colaboración con la universidad de Oxford. Otra forma de apoyo público a las actividades de la industria farmacéutica es la PREP Act (Public Readiness and Emergency Preparedness Act 2005/ 2020), que la libera de pagar indemnizaciones si la vacuna tiene efectos secundarios. En todo caso, este costo es asumido por el gobierno de Estados Unidos y por otros gobiernos. Es, pues, otro caso de socialización de las pérdidas y apropiación privada de las ganancias.
Según la OMS, hay actualmente 160 vacunas en investigación. Sin embargo, sólo cinco están en fase tres de prueba. Entre ellas, hay vacunas de China, Inglaterra y Estados Unidos. Aunque se hallen en fase tres, no significa que pronto estarán listas para aplicarse. Tienen que pasar a la fase cuatro, que es una prueba experimental en una población grande de distintas características y luego la empresa tendrá que producirla a gran escala. Esta producción tiene un grado de dificultad que a su vez depende del tipo de vacuna.
Llegar primero al mercado no significa esperar ganancias una vez que la vacuna esté circulando. Hay tres posibles fuentes de ganancias: el subsidio gubernamental, la apuesta en el mercado financiero y el precio de un producto de patente. El subsidio público puede darse por varias vías, por ejemplo, a través de un subsidio directo, una coinversión o una gran compra anticipada. En los tres casos, una parte sustancial del riesgo es absorbido por la hacienda pública y significa una ventaja para los países ricos como Estados Unidos y la Unión Europea. En este contexto, las recomendaciones de la ONU y la OMS apoyadas por México son importantes, pero finalmente sólo son recomendaciones. El retiro de Estados Unidos de la OMS y su desdén por la ONU deja poca confianza en este mecanismo.
La especulación financiera probablemente es la manera más segura de las empresas de enriquecerse. Por ejemplo, las acciones de Moderna se han disparado 325 por ciento, a pesar de que no está su vacuna. Ésta tiene pocas probabilidades de fabricarse, según la doctora Brown (www.newagebd.net/article/108023/rushing-a-vaccine-to-market-for-a-vanishing-virus). La competencia por precio se está dando, pero es también a futuro, ya que no existe todavía una vacuna. Hay que recordar que se ha fracasado en producir una vacuna contra varias enfermedades, por ejemplo, el VIH.
Fuente: La Jornada