¿Vacaciones merecidas?

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Por Gustavo De la Rosa Hickerson

Como si de verdad las mereciéramos, muchos de los mexicanos holgamos en la segunda quincena de julio. Y con un suspiro de alivio, insistimos en que ese descanso lo hemos ganado con nuestro esfuerzo o simulación de esfuerzo, (lo que a veces da más trabajo).

Tal vez las merezcamos, pero haberlas ganado es totalmente falso. Las vacaciones fueron un triunfo de las grandes y dolorosas luchas de los obreros de 1800. Luchas que no hemos tenido el valor de honrar. Aquellos hombres se levantaron contra las inhumanas condiciones de trabajo y muchos de ellos murieron convencidos que daban su vida por sus nietos, o generaciones posteriores, sin pensar que los hombres acostumbran involucionar.

Pero no se conformaron, como nosotros, con “unas vacacionistas”. Ellos pelearon primeramente por la libertad sindical y de negociación colectiva. Hubo gobiernos que condenaron esa pretensión como un delito y no dudaron en poner tras las rejas a los que plantaron el rostro por la causa obrera. Las biografías de quienes pasaron más días en la cárcel que en la libertad son abundantes y conmovedoras. Tal vez la del socialista francés Louis Blanc sea de las más representativas: pasó 30 años entre la prisión y el destierro. En México, la de Ricardo Flores Magón y su proditorio asesinato en la cárcel de Leavenworth le da sentido nacional a esa lucha.

Sufrieron eso y más por buscar realizar lo que Blanc llamó siguiendo a Saint Simón “el sentido común”, título de una de sus obras básicas. Ahí planteaba que la sociedad esta construyéndose sin sentido común porque no se respeta el equilibrio necesario entre las capacidades de producción del hombre y sus necesidades para una digna supervivencia. Decir eso en aquellos años era como defender a Al Qaeda en nuestros días; sin embargo, él y millones de obreros más lo hicieron y quedaron en el camino.

Tras la lucha por el sindicalismo y el cooperativismo, estaba la lucha por mejores salarios, seguridad social, días de descanso semanal, jornada máxima de trabajo de ocho horas y, claro que sí, el derecho a disfrutar de vacaciones anuales.

En México, aquellos sueños liberadores se convirtieron en garantías sociales en 1917 y en Ley en 1929, y la patria pagó caro con la vida de muchos mexicanos lograr ese avance jurídico-social. De ahí viene el derecho a las vacaciones. Después, en 1968, otra vez la cuota de sangre exigiendo un México más justo, pero previamente los maestros en el 58 y los médicos en el 65, y algunos grupos guerrilleros, prendieron los focos rojos a aquel gobierno que tenía mejor radar social que los actuales cara blancas.

En los setentas, Luis Echeverría advirtió que la inconformidad se acumulaba en las filas de la burocracia, como la presión geotérmica del actual Popocatépetl y decidió salirle al paso a la crisis, concediendo dos periodos vacacionales y 40 días de aguinaldo a los empleados del gobierno. Por otro lado, el impulso de incremento salarial alcanzó su más alto nivel histórico en 1976, nivel que para efectos estadísticos se considera como 100 puntos. ¡Eso hicieron nuestros padres!, ¿qué hemos hecho nosotros?

El salario vale 14 puntos, sólo el 40% de los asalariados tienen seguridad social, la jornada promedio del mexicano es de nueve horas y media (la más alta del mundo, incluso sobre Haití), quienes tienen vivienda pagan sus abonos con más del 50% de sus ingresos… Se ha roto la estabilidad laboral.

No podemos negar que merezcamos las vacaciones, pero tampoco podemos afirmar que ese derecho lo hayamos ganado. Al contrario, hemos permitido que poco a poco los avances obreros vayan involucionando. Sólo por lo que se refiere a las vacaciones, el estado del derecho es el siguiente: los que podemos descansar en México de un buen y merecido periodo vacacional, somos la minoría de los asalariados pues sólo el 40% tenemos relaciones formales y tenemos la posibilidad de planear nuestro año de trabajo.

El 60% de quienes viven de un salario están sujetos a la informalidad que rompe tras el “frío al contado” y al día con todas las condiciones de sentido común que peleaban Saint Simon y Blanc.  Ese 60% está sujeto a relaciones de cuasi esclavitud, en un buen número de asalariados.

Cuando joven, escapé de mi casa en la sierra de Chihuahua y me vine a trabajar y estudiar a Juárez. Me vi obligado a ocuparme en la informalidad, y fue el caso de trabajar ayudando a un mecánico que reparaba radiadores. Nos pagaba el mínimo, sin prestaciones, pero el sábado, día de pago, el otro ayudante, que era más vulnerable y solitario que yo, debía fajarse a golpes con cualquier chavo que pasaba por ahí para divertir al patrón. Y sólo entonces y cuando le habíamos traído una botella de “Bourbon Straigth American” nos pagaba el salario semanal y podíamos retirarnos.

Uno de los trabajos informales más crueles y perversos en la actualidad en Juárez es el de ayudante de sicario o narcomenudista: los obligan a matar, golpear, destruir, a cambio de pinches mil pesos por semana.

No quiero seguir narrando más ejemplos porque hacerlo causa dolor, pero sólo adviertan que la informalidad les da esas oportunidades de abuso a los patrones y que la mayoría de los trabajadores en México están en esas condiciones de trabajo, y que el gobierno panista no hizo nada, y el actual sólo sigue en planes de buenas condiciones.

En tales circunstancias preguntémonos: ¿los miles de trabajadores informales disfrutaran de sus merecidas vacaciones? Nuestros patrones en su mayoría son unos abusones, y nuestros gobernantes son cómplices, ¿y nosotros? Lamentablemente cuando nos invitan nuestros compañeros asalariados a levantar de nuevo aquellas demandas fundamentales para el factor trabajo nuestra respuesta suele ser: “¿Por qué no lo platicamos cuando regrese de mis merecidas vacaciones?” Y… recuerden el filtro solar, no se vayan a quemar su espaldita…

Fuente: Sin Embargo

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