Por Roger Burbach
Este es un fecundo periodo de experimentación y debate en Cuba. Hace casi siete años que Raúl Castro reemplazó a su hermano Fidel, primero como presidente interino, en 2006, y luego como presidente desde 2008. Bajo Raúl, el país está dando pasos para transformar la economía y está irrumpiendo un discurso crítico sobre el desmantelamiento del autoritario modelo comunista.
Julio Díaz Vásquez, un economista que trabaja en la Universidad de La Habana, declara: “Con la actualización del modelo económico, Cuba enfrenta desafíos complejos (…) en sus instituciones sociales y políticas (…) La herencia del modelo soviético hace necesario arrasar las barreras erigidas por la inercia, la intransigencia y la doble moral”. Agrega: “Esas imperfecciones han producido deficiencias en la democracia cubana, sus libertades creativas y en la participación de sus ciudadanos”.(1)
Entre los principales cambios que han tenido ecos internacionales se cuenta el decreto que entró en vigencia el 14 de enero de 2013, que permite a los cubanos viajar al exterior sin una autorización especial. Igualmente, ahora se pueden comprar casas y autos y también venderlos, demostrando que la propiedad privada está siendo reconocida por primera vez desde comienzos de 1960, cuando el Estado tomó el control de virtualmente toda la propiedad.
En el campo, las tierras ociosas -que constituyen alrededor de la mitad de las tierras cultivables-, están siendo distribuidas en usufructo por diez años en parcelas de diez hectáreas cada una, con posibilidad de renovación del plazo. Se informa que actualmente hay 172 mil nuevos productores agrícolas. A lo menos 181 tipos de ocupaciones, como proveedores de alimentos, peluqueros, choferes de taxis, plomeros y zapateros, pueden ser autorizadas ahora como “trabajadores por cuenta propia”, o trabajadores independientes. Hasta 2012, alrededor de 380 mil personas eran trabajadores por cuenta propia de un total de cinco millones de cubanos que conforman la fuerza de trabajo.
131 lineamientos El más dramático cambio contra el viejo orden económico se produjo cuando el sexto congreso del Partido Comunista, en abril de 2011, aprobó 131 “lineamientos”. Una mezcla de medidas y recomendaciones en que se postula la autonomía de las empresas estatales, una expansión de las cooperativas, nuevas leyes laborales, cambios en el sistema de subsidios, incluyendo modificaciones en el racionamiento de alimentos. Un comité de más de noventa personas, encabezado por el ministro de Economía Marino Murillo, debe implementar esa política.
La principal debilidad de los lineamientos señalados, de acuerdo a Armando Nova, del Centro para el Estudio de la Economía Cubana, es que no se basan en un verdadero diagnóstico de la economía cubana. La baja productividad, así como su gran déficit comercial, especialmente en productos agrícolas, son reconocidos. Pero no se analiza cómo superar esos problemas sistémicos. Sin embargo, los lineamientos no contienen una conceptualización adecuada de hacia dónde se dirige la sociedad, a menos que sea a un compromiso general con el socialismo. “¿Y de qué tipo de socialismo se trata?”, pregunta Nova.
El nuevo socialismo es semejante al que Lenin aplicó con la Nueva Política Económica (NEP) cuando Rusia permitió una producción campesina de pequeña escala y negocios privados. ¿Cuál debería ser el rol de la propiedad privada en Cuba y cómo podría una nueva economía no aumentar la inequidad? Son preguntas críticas que no fueron tratadas por el sexto congreso del Partido Comunista cubano.
Diversos pensamientos económicos Hay diferentes escuelas de pensamiento acerca de cómo debe avanzar la economía. Camila Piñeiro Harnecker, en Visiones sobre el socialismo que guía los cambios actuales en Cuba, describe tres visiones diferentes: a) una posición estatista, que refleja ampliamente a la vieja guardia; b) una perspectiva de mercado socialista, apoyada por muchos economistas y c), una posición “autogestionaria”, que convoca a un desarrollo democrático y sustentable, principalmente a través de la promoción de cooperativas.(2)
a) Los estatistas reconocen que Cuba enfrenta serios problemas económicos pero argumentan que ellos pueden ser corregidos mediante un Estado más eficiente, no a través del desmantelamiento del Estado. Lo que se necesita es más disciplina y mayor eficiencia en las industrias y empresas estatales. Una pérdida del control del Estado pudiera significar mayor desorganización e incluso permitir el surgimiento de tendencias capitalistas. Esta posición apunta hacia el desastre que ocurrió en la Unión Soviética a fines de 1980, cuando se intentó terminar con el control central de las empresas estatales.
La posición estatista está más profundamente atrincherada entre los burócratas del nivel medio y cuadros del partido, que temen perder estatus e ingresos si termina el control directo del Estado sobre la economía cubana. Algunos directores de las empresas militares manifiestan también esta tendencia, aunque sorprendentemente muchos oficiales, incluyendo a Raúl Castro, están a favor de la descentralización y de un mayor uso de los mecanismos de mercado.
b) Los partidarios de una economía socialista de mercado sostienen que solamente a través del mercado pueden liberarse las fuerzas productivas de Cuba. El Estado debe garantizar más autonomía o independencia a las empresas y permitir que las fuerzas competitivas incrementen la productividad y eficiencia del mercado. En el corto plazo, la privatización y la mercantilización son necesarios, aunque ello signifique un crecimiento de la desigualdad, la explotación de los trabajadores asalariados y la degradación del medioambiente. Mientras el país se desarrolla, el Estado puede nivelar las diferencias y distribuir las nuevas ganancias en programas sociales.
Los economistas que apoyan el mercado socialista tienden a estar localizados en lo que se llama la “academia”, los institutos y centros de investigación, muchos de los cuales están ligados a la Universidad de La Habana. La academia mira a las experiencias china y vietnamita, especialmente su acogida a la inversión extranjera, aunque creen que Cuba puede hacer un mejor trabajo para controlar la corrupción. Esta posición también encuentra apoyo entre los tecnócratas estatales y algunos ejecutivos que quisieran que sus empresas se expandieran y fueran más rentables cuando sean privatizadas.
También los trabajadores por cuenta propia y la gente corriente dan un apoyo significativo a la economía de mercado, ya que sienten que pueden disfrutar de prosperidad material como la del mundo occidental, o China, si se permite mayor iniciativa individual y empresas privadas.
c) La posición autogestionaria, que defiende Camila Piñeiro, tiene una diferencia fundamental con la visión de los economistas acerca de cómo romper con el viejo modelo estatista. En vez de volver a la competencia y el mercado para tener más productividad, los valores democráticos socialistas de participación, asociación y solidaridad deberían estar en el corazón del trabajo y de la nueva economía.
El control no debería venir desde arriba sino desde la base, en la medida en que los trabajadores se comprometan en la autogestión y en la promoción de sus preocupaciones sociales y económicas. Piñeiro escribe: “Los autogestionarios enfatizan en la necesidad de promover una conciencia socialista, solidaridad y un revolucionario commitment con los históricamente marginalizados. Estos principios pueden ser practicados en las cooperativas y en las empresas municipalizadas, y deben estar destinados a incrementar la conciencia y la productividad en el lugar de trabajo”.
Piñeiro admite que el apoyo de la posición de autogestión está menos consolidado y es sostenido por intelectuales y profesionales y por aquellos que están más a tono con los debates internacionales sobre el socialismo del siglo XXI. Uno de los problemas es que el viejo modelo estatista usaba los términos “participación”, “autonomía” y “control de los trabajadores” para caracterizar las relaciones en las industrias, empresas y cooperativas que operaban pobremente y que ahora en Cuba han caído en el desprestigio. Hoy día aquellos que tratan de renovar esos términos son habitualmente mirados como utópicos, que tratan de resucitar políticas fracasadas.
La revista Temas La revista bimestral Temas es uno de los principales foros para el debate sobre las nuevas direcciones de la economía. Su editor, Rafael Hernández, dijo en una entrevista: “El proceso de cambio es lento pero irreversible. El problema es si el mejoramiento en las condiciones económicas puede ser lo bastante rápido para mantener el apoyo del pueblo en la base. Las cooperativas que ahora existen solamente en el sector agrícola tienen que expandirse hacia pequeñas manufacturas y servicios”.(3)
Se da cuenta que hay que comprometer al sector de profesionales y técnicos, que constituye la cuarta parte de la población trabajadora de Cuba debido al histórico compromiso de la educación pública en todos los niveles. “Su talento debe ser aprovechado en el proceso de cambio económico y social. Necesitamos un sector público, no un sector gubernamental”.
Utiliza como ejemplo la necesidad de facilitar el cuidado de las personas mayores. “Mi madre tenía Alzheimer. Tuve que cuidarla en la casa, pero ella habría tenido un mejor ambiente y tal vez un mejor cuidado si los doctores y el personal médico especializado fuera capaz de echar a andar hogares, ya fueran cooperativas o lugares de atención médica privada de acuerdo a una combinación de subsidios del gobierno y aportes de las familias”.
Hernández también sostiene que las revistas, periódicos y publicaciones en general deben ser responsables ante el público y no ante el Estado. “Periódicos como Temas deberían ser obra de sus trabajadores y consejos editoriales y responder a los intereses del público, aunque Temas ya funciona de esta forma. El día antes de mi entrevista, los redactores de Temas y su directiva habían ido a uno de los municipios de La Habana a discutir acerca de su próximo número sobre el desarrollo social y lo que significa para los residentes locales”.
También está surgiendo en Cuba un debate sobre la democracia y el socialismo. En las páginas de Temas apareció recientemente un artículo de Julio César Guanche, “La participación ciudadana en el Estado cubano”. Luego de una extensa consideración sobre la centralización del poder en la presidencia de Cuba y los límites de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Guanche llama a un nuevo “orden colectivo” que comprenda al “Estado, la esfera pública, las organizaciones de masas y grupos ciudadanos… guiados por los principios de autonomía y cooperación, con la directa participación de las bases (populares)”.
Sostiene que Cuba debería acercarse al nuevo “constitucionalismo latinoamericano” tal como se ha manifestado en Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde Asambleas Constituyentes hicieron nuevas constituciones que asumen los principios de la democracia representativa y también los de la democracia directa. Guanche concluye que para “actualizar” o poner al día las instituciones cubanas y “radicalizar el socialismo democrático”, Cuba necesita su propio “proceso nacional constituyente”.
¿Ganadores y perdedores? Una pregunta crítica es ¿qué significa el proceso de modernización de la economía cubana en términos de equidad social y económica? ¿Beneficiará a todos o habrá “ganadores y perdedores”, como bajo el capitalismo? Mayra Espina Prieto, en una publicación del Centro para el Estudio de la Economía Cubana analiza el impacto social de las políticas que deberán salir de los 131 lineamientos del sexto congreso del PCC.
En la parte positiva, ve un aumento de las oportunidades personales a través de la creación de una economía “multiprotagónica” que incluye “una mezcla de empresas capitalistas, cooperativas, productores agrícolas que usufructúan la tierra, trabajadores por cuenta propia, etc.”.
Al mismo tiempo, advierte sobre la naturaleza precaria de muchas de las nuevas formas de empleo que pueden incrementar los niveles de pobreza. Casi todos los 181 trabajos pensados para ser hechos por cuenta propia exigen poca calificación y por ende, generan pocos ingresos, reproduciendo lo que aparece como economía informal en otros países de América Latina, que es otro aspecto de la pobreza.
Mi experiencia personal en el centro de la ciudad y en La Habana Vieja respalda estas preocupaciones. Entre abril y noviembre de 2012, cuando visité Cuba, advertí un significativo aumento de vendedores de frutas y verduras, un gran número de cafés marginales y gente tratando de hacer negocios con los turistas extranjeros, ya sea ofreciendo simples servicios como ciclotaxis o compañía sexual de mujeres y hombres. Cuando pregunté qué estaba pasando, sus respuestas indicaron que muchos de ellos habían perdido sus trabajos formales, ya que las empresas estatales estaban despidiendo trabajadores sobrantes para aumentar eficiencia y productividad.
Como dice Rafael Hernández: “Este es un empujón desde abajo. La gente ha aguantado mucho desde el colapso de la ayuda soviética hace ya dos décadas. Ahora quieren tener una mejor vida. Si logramos buenos resultados económicos, habrá apoyo popular para la correspondiente participación y para la apertura democrática”. Julio Díaz Vázquez me dijo: “Hay en Cuba más críticas que nunca antes. Tenemos que ver si podemos terminar con el viejo sistema económico y si somos capaces de construir una nueva sociedad”.
En Cuba los tiempos son desafiantes. Puede que esté abusando de la metáfora cuando describo a su sociedad como viviendo una “primavera”. Pero si alguna combinación de las tres visiones logra hacer avanzar la economía cubana, puede haber realmente una primavera en Cuba. * Roger Burbach es director del Centro para el Estudio de las Américas (Censa), Berkeley, California. Colaborador de la revista Nacla. Trabajó en la Universidad de Chile en el gobierno del presidente Salvador Allende.
Notas (1) Julio A. Díaz Vázquez, “Cuba: actualización del modelo económico-social”, Centro de Investigaciones de la Economía Internacional, Universidad de La Habana, manuscrito, 2012. (2) Revista Temas , La Habana, abril-junio 2012, pp.46-55. (3) Entrevista con Julio A. Díaz Vázquez, noviembre 2012.
Fuente: Revista Punto Final