Por Raúl Zibechi
La crisis actual está profundizando la polarización social y económica entre un pequeño puñado de multimillonarios y buena parte de la humanidad que se hunde cada vez más en la pobreza y la desesperación. Los ricos son cada vez más ricos, algo que sabemos por decenas de trabajos que se han venido difundiendo en los últimos años. Sin embargo, los ricos de la acumulación financiera son diferentes a los de otras etapas del capitalismo, cuando la hegemonía correspondía al capital productivo.
Son perros de presa, grandes predadores como los definió Fernand Braudel. En este periodo de declive del imperialismo estadunidense y de caos geopolítico, han adquirido un perfil adicional: son guerreros, del tipo de los mercenarios despiadados de las peores guerras civiles; no acatan reglas ni tienen el menor respeto por los seres humanos. El economista Michael Hudson, quien los conoció de cerca, destaca que profesan valores feudales y pretenden retroceder a la servidumbre por deudas de la población trabajadora.
La tesis de maestría de Marco Bulhões Cecilio, que integra el equipo del economista brasileño José Luis Fiori (Poder global y geopolítica del capitalismo, en el marco de la Universidad Federal de Río de Janeiro), señala que en el sistema financiero actual, los mayores ganadores son la élite de la clase dirigente y no los accionistas. Como hemos señalado en otras ocasiones, la burguesía se ha bifurcado entre los propietarios y los gestores del capital, que son los que toman las decisiones y están situados en los escalones donde fluye el dinero.
La tesis de Cecilio recupera el trabajo de Braudel en el periodo de acumulación acelerada de riquezas, y somete algunas de sus tesis a severo escrutinio, entre ellas la que postula que la economía de mercado y el capitalismo son opuestos (http://www.poderglobal.net/category/ 3_teses-e-dissertacoes/).
Entre la clase de los gestores que se hacen con ganancias descomunales, pone de ejemplo algunos presidentes (CEO) de grandes empresas, que ganaron en plena crisis remuneraciones hasta de 162 millones de dólares, como Stanley O’Neal, de Merril Lynch. Es un caso excepcional, en un medio donde muchos ejecutivos ganan más de un millón de dólares anuales. En 2007, la empresa pagó bonos a sus ejecutivos por 4 mil millones de dólares y en 2008 las empresas de Wall Street pagaron 18 mil millones de dólares a sus ejecutivos, cuando el sistema financiero fue salvado por el gobierno.
Siguiendo con las remuneraciones, en 2014 la consultora Robert Walters estudió los salarios medios fijos de los ejecutivos en 27 países, en particular aquellos que tienen más de 12 años de experiencia. Sin incluir los bonos, después de la crisis de 2008 un director financiero (CFO) percibe 360 mil dólares anuales en Shanghai, apenas por encima de sus colegas en Nueva York y Londres. En São Paulo el mismo cargo recibe 250 mil dólares anuales. Los gerentes de contabilidad, situados en la parte baja del escalafón, obtienen en torno a los 100 mil dólares (Valor, 12/2/14).
Pero hay una segunda cuestión tan importante como los ingresos. El perfil de este grupo indica que 80 por ciento son varones blancos, egresados de universidades de élite, preparados para una competencia feroz, que no tienen la menor fidelidad a nada que no sea ellos mismos. Una encuesta de la consultora brasileña Talenses, entre 620 ejecutivos de alto nivel de São Paulo, reveló que para los directores y gerentes el factor decisivo a la hora de decidir un lugar de trabajo es sentirse desafiados, y sólo en segundo lugar aparecen las remuneraciones y bonos (Asociación Brasileña de Recursos Humanos, 29/1/14).
Lo que más los motiva son los desafíos, la conquista de nuevos logros, el reto permanente para ir más allá. Cambian constantemente de empresa: sólo 6.6 por ciento de los entrevistados llevaban más de 10 años en la empresa, 29 por ciento entre dos y cinco años y 52 por ciento menos de dos años. El cambio de empresa es parte del desafío de estos ejecutivos que tienen entre 24 y 40 años. Los altos salarios buscan retenerlos.
Como señala Braudel, son personas que tienen el privilegio de poder escoger, libertad de movimientos, no se aferran a las actividades anteriores, no se especializan en una sola actividad, de modo que pueden entrar en juegos inaccesibles para los demás. Tienen acceso a información privilegiada que les permite, por un lado, eludir los controles, y por otro, apropiarse de las innovaciones que nacen casi siempre en la base de la sociedad, ahorrando las más de las veces en desarrollo tecnológico.
Parasitismo de larga duración, le llamaba a esa actitud vital. Un parasitismo activo, destructivo, arrasador. Este modo de actuar, esta cultura empresarial, tiene enormes similitudes con la que promueven los think tanks militares. Hoy más que nunca, los ejércitos actúan como los CEO del sector financiero, y viceversa.
William McNeill, en La búsqueda del poder, sintetiza estas características de modo brillante: Nuestros únicos macroparásitos significativos son otros hombres, que, al especializarse en la violencia, se muestran capaces de asegurarse la vida sin tener que producir por sí mismos el alimento y otros géneros que consumen (Siglo XXI, 1988, Prefacio). Continúa destacando que los cambios en el armamento de los ejércitos se parecen a las mutaciones genéticas de los microorganismos para abrir nuevas zonas geográficas de explotación, o destruir algunos límites mediante el ejercicio de la fuerza dentro de la propia sociedad que los cobija.
Capital financiero y fuerzas armadas (estatales o paraestatales) son los grandes parásitos-predadores que se comportan como plagas esquilmando a la humanidad. Es la lógica del uno por ciento, que no va a cambiar por voluntad propia. Como sabemos, con las plagas no se puede negociar. Se las frena o nos destruyen. Es necesario tener claridad sobre los modos del uno por ciento. Pero debemos reconocer que aún no tenemos una estrategia para frenarlos.
Fuente: La Jornada