Por José Carlos García Fajardo*
Ante la crisis que padecemos no podrían dejar de sentirse afectadas las organizaciones de la sociedad civil. Estas dificultades suponen un desafío y una oportunidad para recuperar el impulso de su primer fervor. ¿Quién puede dudar de que, con el crecimiento del voluntariado y la expansión en proyectos, a veces desmesurados, se ha mezclado demasiada paja con el trigo?
Muchas ONG se han adormecido, han dependido en exceso de la financiación de las administraciones en lugar de las de sus socios y de sus voluntarios; se ha llegado a sostener que los “voluntarios bastante hacían con su trabajo”. Valiente tontería, fuera de las excepciones de personas jubiladas, en paro o estudiantes que no pudiesen ayudar económicamente según su generosidad y posibilidades. Se han burocratizado en exceso, y lo peor es que han sido consideradas como “nichos de empleo” para personas con cierta formación académica pero sin la necesaria experiencia fundamentada en una real pasión por la justicia.
Al fin y al cabo, la solidaridad es una forma de ejercer la justicia haciendo nuestras las necesidades ajenas. Es la respuesta a toda desigualdad injusta. Los “otros” jamás podrán ser “objeto” de nuestro amor ni de nuestra atención ni de nuestros cuidados: el “otro” siempre es “sujeto” que sale al encuentro y nos interpela. Jamás un medio para alcanzar fin alguno.
El otro es persona con todos sus deberes y derechos y las ONG surgieron como respuesta a la soledad y al desconcierto que se manifestaron en la 2ª mitad del siglo XX; después de guerras ignominiosas, de descolonizaciones apresuradas y por testaferros interpuestos. De la explosión del capitalismo más salvaje y del imperio de mercados y de imperios opacos de financieros y de banksters implacables.
Si Dios había muerto, Marx, Freud y Darwin también, nosotros no nos encontrábamos demasiado bien bajo patrias, banderas, nacionalidades, himnos, fronteras, partidos, religiones excluyentes. Pero entonces surgió un movimiento en la sociedad civil de jóvenes que querían ponerse en marcha por un mundo más justo y solidario, por la evidencia de que nuestra patria está allí en donde todos podamos vivir con dignidad.
En esa desazón, toma de conciencia y voluntad sin cortapisas está el origen de las auténticas ONG, y no en los sucedáneos que se instalaron engullidos por el sistema. Mil veces les animamos a releer el prólogo a La vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno; mil y una veces les hablamos de Camus, Woodward, K. Gibrán, Saint Exupéry, R. Bach, Whitman, Tagore, Sidharta, del Ché, Luther King, Gandhi, los grandes cantautores y de todos aquellos que lucharon para no perecer con el dolor de una canción inacabada.
El surgimiento de las ONG en la década de los setenta fue un fenómeno apasionante en la senda de los movimientos sociales del XIX y de tradiciones religiosas que pusieron la compasión como bandera de su acción social, desde Buda hasta Jesús. Hoy no podemos asumir la compasión sin el necesario compromiso social que arranca de la justicia como fundamento de una sociedad bien organizada. Partimos de la afirmación del derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esto es, al derecho inalienable de ser uno mismo en convivencia con los demás. Apoyados en los principios de no hacer daño al otro, de dar a cada uno lo suyo y de vivir con arreglo a la conciencia en una sociedad de sobriedad compartida. Nunca más será “cuanto más, mejor; sino cuanto mejor, más”.
Desde los desastres en Biafra, en 1966, de las formidables explosiones del Mayo francés en 1968, de la maravilla de Berkeley, movimientos underground, hippies y romper con lo establecido para echarnos a las carreteras y al descubrimiento de la naturaleza nos hemos topado hace unos años con este vagabundaje celeste en las autopistas de Internet.
Algunas ONG, por desgracia, han vivido de las rentas y del carisma de sus promotores, de los apoyos económicos de empresas y de publicitarios que se aprovecharon de su comodidad y de su inoperancia para convertirse en caricaturas de lo que fue, durante más de tres décadas, un alborear de lo mejor de la sociedad civil espoleada por la injusticia social, por guerras inhumanos, la explotación de la mano de obra y de las riquezas materiales de países empobrecidos a conciencia por estos filibusteros, banksters, financieros y movimientos fanáticos que nos han querido robar la esperanza.
Sin ella, y sin un compromiso sin fisuras en proyectos imaginativos, sin la resistencia ante poderes económicos inhumanos y sin asumir el compromiso de enrolarnos en una auténtica revolución social, es imposible sacar de la indolencia y de la apatía a estos instrumentos esenciales de un progreso en la conciencia de libertad, de justicia y de una sociedad basada en la sobriedad compartida.
(En este sentido “Ciudadanía y ONG”, es un estupendo libro publicado por la Fundación Esplai y que se puede consultar en: http://ciudadaniayong.org/index.php/el-libro/descargar-libro-pdf).
* José Carlos García Fajardo. Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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