“México, un país donde
los esbirros se vuelven
príncipes”
Obispo Raúl Vera
Por Epigmenio Ibarra
Creen que lo pueden todo.
Acostumbrados como están a burlarse de nosotros nada los contiene.
Nos saben aletargados.
Hipnotizados por la tv, urgidos solo de más goles y más circo.
Capaces de tolerar, como lo hemos hecho por décadas, un agravio tras otro.
Nunca nos han respetado.
Miedo, hace mucho ya que dejaron de tenernos.
Los brotes de rebeldía los ahogan en sangre o dejan, simplemente, que mueran de inanición haciendo que el agua de las masas, en que se mueven estos movimientos, se seque por sí sola.
Para eso tienen un ejército de propagandistas y charlatanes.
Para eso cuentan con los miles de millones de pesos que, del erario y en lugar de usarlos para resolver problemas, utilizan para adormecernos.
Nos han masacrado, nos han saqueado, nos han mentido y ahí siguen en el poder sin pagar ninguno de sus muchos crímenes.
Sonriendo para la foto.
Haciendo discursos huecos.
Diciendo, sin pudor alguno, las más grandes mentiras ante las cámaras de una tv complaciente de la que antes se valieron y a la que ahora sirven.
Saben que la mentira no nos indigesta.
Que nos las tragamos todas.
Que comulgamos con ruedas de molino.
Que somos crédulos y que nos aburre la gente que solo se “queja”.
Cuentan con que estamos enfermos; con que el país está enfermo.
Nos creen incapaces de generar los anticuerpos indispensables para resistir los abusos del poder: memoria puntual, dignidad, firmeza, coraje, rebeldía, capacidad y decisión de luchar por nuestros derechos, noción de lo que “justicia” significa.
Saben que nos hemos acostumbrado a la corrupción.
Que a fuerza de sufrirla por tantos años la creemos ya pecata minuta sin conectarla con la traición y la muerte que genera.
Porque la corrupción mata.
Y mata porque quita a los pobres el pan de la boca.
A los enfermos la medicina.
A los niños la educación.
A las familias la vivienda digna.
A los jóvenes las oportunidades y el empleo.
Y mata la corrupción porque pone las armas y las balas en manos de los criminales.
Y hace a la policía cerrar los ojos.
Al Ejército errar golpe tras golpe o peor todavía asestarlos sobre inocentes.
A los jueces absolver al criminal, condenar al inocente.
Están claros de que, para la inmensa mayoría, los políticos venales son un mal menor, personajes necesarios, indispensables en el paisaje nacional.
Que los creemos parte del folclore y que sus crímenes no nos provocan más que accesos de rabia momentánea.
Fácilmente controlables.
De esos que se olvidan muy pronto y no dejan huella.
El nombre de nuestra enfermedad es la conformidad, peor aún, la resignación.
Por eso roban y roban y roban.
A la cárcel solo caen los que han traicionado al régimen, como Elba Esther, los que han perdido el control de su feudo respectivo, como Granier o los chivos expiatorios de cada sexenio como La Quina, Villanueva o Raúl Salinas de Gortari.
Total y como pasó con este último cuentan con que todos, los traidores al régimen, los ineptos, los tontos útiles podrán, al cabo de los años y como Raúl Salinas, ser exonerados, recuperar “sus” bienes; es decir el botín producto de sus latrocinios.
Y si acaso alguno permanece en la cárcel, ya saben que a los familiares, a los cómplices, a la corte que los acompañó en el saqueo en sus tiempos de gloria no les tocarán ni un pelo y su fortuna seguirá produciendo dividendos.
La inmensa mayoría, sin embargo, se siente, se sabe impune.
No habrá de alcanzarlos jamás la justicia porque la justicia, que también está enferma, padece miopía.
Solo distingue, sólo beneficia a quien tiene poder y dinero.
En las cárceles languidecen decenas o centenares de miles de inocentes.
Mientras aquellos como Montiel, Marín, Moreira, Yarrington, Ruiz, Cavazos, Vicente Fox, García Luna, Calderón y muchos otros siguen y seguirán libres.
Impunes, enriquecidos, influyentes.
Sabe el régimen que, para muchos en este país enfermo, el enriquecimiento de un gobernante jamás es inexplicable y casi nunca es condenable.
Saben que el cáncer se ha extendido. Ha hecho metástasis.
¿Será que tienen razón?
¿Será que somos capaces de demostrarles que estamos vivos, que estamos hartos de sus crímenes?
Enfermos estamos, es cierto y tanto que ahí siguen, pero no estamos muertos. Todavía no.
Arrestos habremos de hallar para sanar. Para cambiar al régimen.
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Fuente: Milenio