¿Por qué recorro el mundo vestido de mariachi?
Con la llamada crisis de los 40, algunas personas cambian de coche o de pareja, renuncian a su trabajo o parten lejos.
Yo decidí embarcarme en un proyecto experimental de tintes surrealistas y absurdos: vestirme de mariachi y llevar el personaje a lugares alejados de su epicentro en el estado de Jalisco o la plaza Garibaldi, en mi Ciudad de México natal.
Una iniciativa claramente lúdica, cuyos efectos quería explorar.
La idea fue inspirada por el libro “Cómo viajar sin ver (Latinoamérica en tránsito)”, del argentino Andrés Neuman, y por una puesta en escena cuyo actor principal exploraba su identidad hispano-mexicana vestido de charro.
Y con mis tablas como actor y periodista, y unas palmaditas de apoyo de mis amigos, me animé a salir al ruedo.
All the world’s a stage (todo el mundo es un escenario), decía Sheakespeare.
Así, me convertí en un “Mariachi in Transit” (MiT).
Estilo y poesía visual
Hay que decir que el traje es de por sí elegante, y eso hacía muy atractiva la idea de documentar fotográficamente el tránsito del personaje con exóticos telones de fondo.
Un poco de poesía visual no viene mal en estos tiempos. “No sé bien qué es, ¡pero qué buen estilo!”, me dijo un transeúnte escandinavo a los pocos meses de empezar mi periplo.
La figura de este músico mexicano mundialmente conocido es claramente festiva y no pasa desapercibida en el espacio público.
Se trataba de aprovechar algunos viajes que, por trabajo, familia o formación me iban a llevar a latitudes muy diferentes.
Dice Neuman: “Cuando nos resulta imposible una mirada exhaustiva sobre un lugar, solo nos queda mirarlo con el asombro de la primera vez (…). Nos lo jugamos todo, nuestro pobre conocimiento del mundo, en un parpadeo”. Yo quería registrar esos parpadeos.
Tengo amigos fotógrafos en distintos lugares, pero también he tenido que buscar fotógrafos improvisados.
No soy partidario del selfie, me interesa el intercambio con la gente. Y el ojo del fotógrafo.
Curiosamente, las travesías se multiplicaron sin saber muy bien cómo. La influencia del planeta Mercurio, según algunas fuentes.
Los destinos
Adquirido en el Mercado de La Lagunilla, el traje de charro fue estrenado en abril de 2014 en el monumento a Álvaro Obregón ubicado en la ciudad de México.
De ahí se trasladó a Madrid, París, Estambul y Doha, en Qatar. Fíjese usted nomás. Copenhague, Santiago de Chile, Buenos Aires, San José del Cabo, Cambridge, Londres y Helsinki.
Seguidos de Marsella, Tarragona, Barcelona y una nueva recarga en México donde conseguí una funda digna para el sombrero. Oporto, Nueva York, Ithaca, San Juan de Puerto Rico y Beirut, donde MiT cumplió un año.
Lógicamente, el sombrero de Mariachi in Transit se ha convertido en gran amigo de las azafatas; recibe sonrisas, a veces viaja en business o en el compartimento donde cuelga la chaqueta del capitán, aunque yo, quien lo cargo a todas partes, voy en turista. ¡Qué escándalo!
Desconcierto y convergencia
El personaje ha ido creciendo con cada escala.
Tras las primeras salidas, un tímido bonjour madame en París acompañado de una inclinación de sombrero, comencé a agarrar confianza.
Frente a la estatua de la Sirenita en Copenhague interpreté La canción mixteca y desaparecí tras el aplauso.
Interpelado por un sin techo al pie de una iglesia en Buenos Aires entonamos El rey y nos sentimos grandes durante dos minutos.
En Helsinki me esforcé bastante para romper con la norma (los finlandeses no suelen hablar con extraños), y al final una señora mayor se atrevió a susurrarme un “qué bonito es México”.
En Cambridge me colé en un partido de cricket y me ofrecieron un sándwich de pepino y una cerveza tibia.
Y en Londres gané una partida de petanca de “chiripa”, suerte de principiante, y me prestaron la batuta de una orquesta.
La diplomacia del sombrero
En Santiago me querían llevar a darle serenata a una madre que cumplía años pero mi siguiente vuelo me lo impedía.
Desconcerté a tres jóvenes argelinos en París al hablarles en árabe.
Divertirse con la identidad es parte del juego del Mariachi in Transit, que es multilingüe.
También le he sacado alguna sonrisa a algún uniformado.
Colocar mi propio uniforme a su lado puede descontextualizar la autoridad.
Y rompe el hielo, como cuando le presté mi sombrero a un iraní para saludar a unos sauditas en Doha, dos nacionalidades hoy enfrentadas.
Nombré a este efecto “la diplomacia del sombrero”.
Es una cierta ruptura de la realidad que con sentido del humor puede abrir posibilidades de empatía y convergencia.
Humanizar a la gente con gestos inesperados bajo el sombrero aglutinador. Así voy descubriéndole misión al experimento.
Fantasía fotográfica
Soy claramente un mariachi de fantasía y me gusta dar saltos espacio-temporales.
No llevo guitarrón, ni trompeta, aunque ya he incorporado una pequeña bocina con alguna ranchera clásica, por si se ofrece.
El personaje y su público lo piden.
He aceptado que desafinar tampoco es grave y ahora intento incluir guiños a las culturas locales.
La propia historia del mariachi mexicano es una serie de sincretismos, ya que ha ido incorporando distintas influencias hasta ser lo que es en la actualidad.
Por ejemplo, en Estambul, Osman, mi fotógrafo improvisado me confesó que veía una correspondencia entre las cúpulas de su ciudad y el sombrero charro.¡Fantástico! Çok güzel!
Mariachi in Transit se vuelve un camaleón en cada circunstancia, por saber improvisar y comunicar, crear situaciones inesperadas y participar siendo una suerte de embajador de la buena onda.
O de la irreverencia.
Y cuando encuentro mexicanos a miles de kilómetros de su terruño, el asombro y la complicidad son inmediatos.
Hasta el momento las reacciones han sido estupendas, incluso cuando en Nueva York, un walkie-talkie exclamó “saquen a ese mariachi del cuadro”, porque había un equipo de filmación intentando terminar su jornada de trabajo. All right, si ya me iba de todos modos.
Horas después, una avalancha de turistas -brasileños y japoneses- me retrató en sus celulares mientras preguntaban si era yo famoso. Yo les di mi tarjeta y sonreí antes de entonar un “Ay ay ay, canta y no llores”.
A cambio, a un colombiano le pareció pertinente regalarme un ejemplar del Mariachi Times, que se edita en Nueva Jersey.
Fuente: BBC