Por Adolfo Pérez Esquivel’/ Premio Nobel de la Paz 1980
Hace 32 años, el 13 de octubre de 1980, el Comité Nobel de Noruega otorgaba el Premio Nobel de la Paz al argentino Adolfo Pérez Esquivel por su lucha en defensa de la democracia y los derechos humanos frente las dictaduras latinoamericanas. Luego de sufrir encarcelamiento y tortura, le asestó un fuerte golpe a los regímenes dictatoriales en el continente cuando en su discurso de aceptación le afirmó al mundo que no lo asumía a título personal sino “en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad”.
En estas líneas Adolfo Pérez Esquivel nos relata cómo vivió ese 13 de octubre de 1980 junto a una serie de anécdotas sobre el día en que pronunció aquel discurso de aceptación del Nobel:
Buenos Aires, 13 de octubre del 2012
A 32 años de recibir el Premio Nobel de la Paz… y un traje
La canción popular dice… “el tiempo pasa y nos estamos poniendo viejos…”, las cosas son lo que son.
Conversando con los compañeros del SERPAJ me preguntaban sobre mi caminar de tantos años. Recordar todos los hechos de esa época de persecuciones, dolores y luchas contra la dictadura militar en Argentina y en el continente latinoamericano me resulta difícil hacerlo en estas líneas, sólo puedo decirles que fue y es un caminar cotidiano con luces y sombras, con dolores y esperanzas, y sin claudicaciones porque los caminos de liberación continúan. Estoy a un mes de cumplir los 81 años y continuamos con mucha fuerza y esperanza.
Hace dos días fui a ver la exposición de Antonio Pujía un gran escultor y amigo, que expone las fotos de sus obras realizadas por su hijo Sergio, y le decía: -“Antonio, la vida es breve y los años pasan, pero, tenemos que vivir como si fuéramos eternos, sin dejar de sonreírle a la vida, somos hijos e hijas de las estrellas”
Ese 13 de octubre de 1980, Amanda, mi esposa, me avisa por teléfono que vaya urgente a la embajada de Noruega porque el embajador me estaba buscando con mucha insistencia.
Yo me preguntaba: -¿Para qué me necesita el embajador, porque tanto urgencia?- No entendía que pasaba y fui. A partir de eso se desató la locura entre los medios y llamados de todo el mundo y el estupor y desconcierto de los dictadores. Los militantes y prisioneros en las cárceles y centros de detención vieron una esperanza, que el mundo conozca lo que ocurría en el país y en Latinoamérica bajo las dictaduras militares.
La dictadura militar no quería darme el pasaporte para viajar y gobiernos, iglesias y organizaciones de diversos países presionaron y al final tuvieron que darme el pasaporte, pero le pusieron un sello “Equipo 2”, así, cada vez que llegaba al país me detenían y demoraban en el aeropuerto para ser investigado por “subversivo”.
Pero ese relato ya lo he contado muchas veces y quedará para otro momento, en esta oportunidad quiero contarles una anécdota algo especial:
Después de los primeros días, el protocolo noruego y el Comité Nobel llamaron para explicar el acto de entrega del Premio en Oslo, la ceremonia del mismo y los tiempos disponibles.
Entre las exigencias estaba ir con traje oscuro, cosa que yo no tenía y menos dinero para comprarlo.
Recuerdo que años atrás, siendo muy joven, pedí prestado a un amigo un traje azul oscuro para poder trabajar en las Grandes Tiendas Harrods en la calle Florida. Estuve de temporada por tres meses y al finalizar le devolví el traje.
Cuando viajé para recibir el Premio Nobel, fui primero a París y me reuní con los amigos del Comité Católico Contra el Hambre y por el Desarrollo de Francia (CCFD) que siempre nos acompañan, y les expliqué lo que ocurría y que pensaba viajar a Oslo así con mi poncho.
La Directora del CCFD, en ese entonces Enriqueta Chaponey, con Michel Grolleaud, sacerdote de la Misión de France y representante del Serpaj en Francia, y un argentino en el exilio, un hermano querido, Cacho El Kadri, decidieron comprarme un traje azul oscuro y un sobretodo.
No podía creerlo, por primera vez iba a tener un traje mío y no prestado.
Pero eso no era todo, tuve que probármelo en la sastrería y tenían que arreglar el pantalón y el saco en poco tiempo, el sobretodo gris me quedaba a medida.
Los sastres tuvieron que trabajar esa noche y tenerlo listo al día siguiente, tenía una camisa blanca y me compré zapatos negros.
Toda una novedad y así, gracias a la solidaridad de los amigos quedé “empilchado” y viajé a Oslo a recibir el Premio Nobel de la Paz, el 10 de diciembre, hace ya 32 años.
El traje y el sobretodo los termine regalando a personas que lo necesitaban más que yo, y seguí usando mi poncho, ya que me sentía más cómodo y familiar.
Me emociona hasta hoy recordar la solidaridad de los amigos y amigas, fue una fiesta alrededor del traje y lo que significaba el Premio Nobel para nuestros pueblos.
Quería compartir con ustedes estas pequeñas cosas y también decirles como me sentía en esos momentos, cuando dije que: “debemos compartir el pan que alimenta el cuerpo, el espíritu y la libertad, porque sin libertad no podemos amar y sin amor el mundo pierde sentido”.
La lucha continúa frente a las injusticias, al hambre y la pobreza que afecta a las dos terceras partes de la humanidad en un mundo que está en condiciones de superarlas pero falta la voluntad política para hacerlo. Hoy el sistema neoliberal está dejando también afuera a los pueblos europeos, norteamericanos y canadienses, profundizando su desigualdad. El movimiento de “Indignados” reclama cambios profundos en la situación europea. Debemos ser creativos y cambiar el orden mundial juntos, los latinoamericanos siempre estuvimos indignados.
Necesitamos pensar en construir un “Nuevo Contrato Social” con nuestros pueblos, algo así como estrenar un nuevo traje, vestido o poncho que nos sirva a todos y todas. Por ahora continuamos luchando con esperanza sabiendo que la solidaridad siempre es recíproca, va y viene, no se compra ni se vende, nace en el corazón.
Muchos hermanas y hermanos están siempre presentes en mi mente y corazón porque compartimos el caminar por la vida. No puedo nombrarlos a todos pero quiero recordar a Monseñor Oscar Romero, mártir de América, a Don Helder Cámara, a Monseñor Leónidas Proaño, al Cardenal Don Pablo Evaristo Arns, a Don Fragoso, a Don Pedro Casaldáliga, a Leonardo Boff, a Gustavo Gutierrez y a Hildegard y Jean Goss de Austria. Aquí en la Argentina a Mons. Jaime de Nevares, Mons. Hesayne que está en Azul, a Jorge Novak, quien fuera Obispo de Quilmes, al Obispo Emérito de la Iglesia Metodista Aldo Etchegoyen y tantos hermanos y hermanas indígenas, campesinos, los compañeros de las barriadas y del Serpaj en América Latina, los organismos de DDHH de Argentina, en especial Norita Cortiña, Chicha Mariani, Mirta Baravalle, a la entrañable hermana Olga Arédez, en la caminada por la vida. A mi familia, Amanda, a mis hijos y nietos.
Quiero tener presente al Obispo Emérito de la Iglesia Metodista Argentina, Federico Pagura, que cumple 90 años y comparte el pan y la libertad con el pueblo y que el día 26 de octubre, a las 19 horas, acompañaremos en el homenaje que se realizará en la Primera Iglesia Metodista en la calle Corrientes 718.
Sería bueno que participen y acompañen a un hombre coherente entre el decir y el hacer desde la fe y el compromiso junto al pueblo.
Queridos amigos y amigas, siempre tenemos la oportunidad de tener un traje, vestido o poncho nuevo, todo depende de cómo lo usemos. No olvidemos que no se debe poner vino nuevo en odres viejos, porque se romperán.
Un abrazote de Paz y Bien
Adolfo Pérez Esquivel