Por Bernardo Barranco V.
Este diciembre no veremos los ríos humanos, los miles de fieles a pie o en bicicleta ni las largas caravanas de autobuses en torno a la Basílica de Guadalupe.
Este diciembre no veremos los ríos humanos, los miles de fieles a pie o en bicicleta ni las largas caravanas de autobuses en torno a la Basílica de Guadalupe. Este año 2020 por la pandemia, tan atípico como dramático, va a retener a millones de mexicanos que viajan cada año a la Basílica a rendirle culto a la virgen morena. En esos días las carreteras hacia la capital del país ya no estarán tan saturadas de peregrinos ni la zona norte de la Ciudad de México, donde se encuentra el santuario guadalupano, se cerrará por completo.
En un comunicado de prensa, monseñor Salvador Martínez, rector del santuario guadalupano, ha emitido una sensata notificación, indicando que se cancelarán las celebraciones religiosas los días 11 y 12 de diciembre y que tampoco se rendirán homenajes a la virgen como es la tradición. Lo único que se permitirá a algunas personas es pasar frente a la imagen, pero nadie podrá permanecer en el recinto ni en el atrio ni en sus alrededores.
La Basílica de Guadalupe es el santuario mariano más importante del mundo católico. Para millones de mexicanos de diversos estratos sociales es un espacio sagrado donde se resguarda el ayate del Tepeyac. Se ha constituido en uno de los lugares de peregrinaje más visitados del mundo después la Basílica de San Pedro en Roma. La imbricación Tonantzin Guadalupe es el sustrato del complejo mestizaje mexicano como un proceso de convergencia cultural y convivencia social. Independientemente de la religión que se profese, la virgen aparece como un referente de identidad porque la narrativa guadalupana rebasa lo religioso. Tonantzin Guadalupe es un factor que articula la diversidad y las contradicciones de nuestra integración como nación. Es el sincretismo de culturas que hoy conforman nuestra memoria.
Hace más de 40 años, enero de 1979, Juan Pablo II fue el primer pontífice en visitar el santuario guadalupano. Ahí dijo: “De todas las enseñanzas que la virgen da a sus hijos de México, quizás la más bella e importante es la lección de fidelidad… En mi patria se suele decir: ‘Polonia semper fidelis’. Yo quiero poder decir también: ¡México siempre fiel!”. Existe una relación histórica entre Guadalupe Tonantzin y los momentos clave de nuestra nación. Ha estado en las grandes crisis mexicanas, la conquista, la independencia, la Revolución Mexicana. La devoción hacia ella crece en los momentos de incertidumbre, como en la actual pandemia del coronavirus.
Desde los aztecas vencidos y humillados por los españoles, María Guadalupe ha representado un manto materno donde los pobres han encontrado refugio y consuelo. Guadalupe Tonantzin es un probado símbolo que ahora también acompaña a los migrantes mexicanos hacia Estados Unidos. En ese sentido la virgen personifica metafóricamente a la madre.
La Secretaría de Salud reconoce que estas festividades del 12 de diciembre conllevan un altísimo riesgo. Advierte que en el atrio de la Basílica de Guadalupe se pueden llegar a congregar hasta 2 o 3 millones de personas al mismo tiempo. El subsecretario Hugo López-Gatell reconoció que: “esas personas vienen de múltiples regiones, de prácticamente todos los rincones de la República, incluso de fuera del país. Puede haber hasta 6 millones de personas en movimiento… No hay duda, implica un altísimo riesgo de contagio”.
Tanto la Iglesia como el gobierno muestran prudencia y han ponderado riegos que representan las concentraciones humanas. Así que han decido cerrar cementerios y las misas por el día de San Judas Tadeo y de la Virgen de Guadalupe. Éstas podrán seguirse en redes sociales, pues los templos estarán cerrados para evitar contagios. Sin duda, hay que reconocer, es un duro golpe a las tradiciones populares. Especialmente en estos tiempos cargados de incertidumbre y desasosiego. Recordemos que la identidad de una comunidad se forja no sólo de sus relatos, sino también de los rituales y la tradición que es el conjunto de bienes culturales que se transmite de generación en generación.
Bajo la amenaza del coronavirus los templos en todo el mundo y de todas las religiones cerraron sus puertas durante meses. La Basílica de Guadalupe no fue la excepción. El culto mariano y la veneración a la Virgen de Guadalupe se han fortalecido a lo largo de siglos y es la religiosidad popular del pueblo mexicano que atesora valores profundos.
La religiosidad popular es la fe de los sencillos, de campesinos, indígenas, obreros, trabajadores de la informalidad, taxistas, trabajadoras del hogar, etcétera. Es como señala el teólogo Lucio Gera, la religión tal como la vive el pueblo, en forma espontánea y variable, ligada a ritos y costumbres, a fiestas, es parte de la cultura tradicional. En suma, es el conjunto de las creencias, prácticas y hábitos que son tradicionales de un pueblo o cultura. En nuestros países latinoamericanos esta religiosidad popular es cristiana, aun cuando se trate de un cristianismo popularizado y sincrético, en el que entran y se mezclan viejos residuos ancestrales y elementos culturales diversos. No se requieren grandes encíclicas ni elaboradas disquisiciones teológicas para fortalecer la fe del pueblo sencillo ni para inspirar su espiritualidad. La devoción a la Virgen de Guadalupe es también una relación peticionaria, que crece ante las desgracias e infortunios sociales. Sobre todo, el pobre y excluido acrecienta la necesidad de un abrigo protector que el Estado no puede ofrecer. Los desheredados recurren a la divina providencia y al pensamiento mágico como recurso de sobrevivencia material y psicológica. La religiosidad popular que vive la gente sencilla, excluida de todo sistema de salud y bienestar, encuentra amparo en el misterio y el socorro divino. Por ello, esta piedad popular entrecruza lo material y lo espiritual, rebasa los dogmas y doctrinas institucionales. Es la relación suplicante del pueblo desamparado con la trascendencia. Es la mezcla con otras sensibilidades religiosas y mágicas que cobijan su sentido existencial frente a su vulnerabilidad y adversidades. Lo sagrado otorga, por tanto, sentido de vida frente a la amenaza y el naufragio. La religiosidad popular convierte a la aspiración del milagro en una intervención divina como posibilidad de sobrevivencia y oportunidad de salvación aquí en la Tierra cuando todo parece desgracia. Por ello, ante diferentes momentos críticos la devoción a la virgen de Guadalupe crece de manera descomunal.
En ese sentido, las medidas sanitarias son noticias amargas para los feligreses. Toca el turno a las redes sociales y al internet. El enorme reto ahí está: cómo llevar consuelo y acompañamiento espiritual vía internet. ¿La ritualidad litúrgica sobrevivirá el lenguaje virtual? ¿Facebook se convierte en un nuevo templo?
Fuente: Proceso