Por Adrián Mac Liman*
Los recientes acontecimientos de Kiev, esa segunda “revolución naranja” que logró eliminar el rojo, sustituyéndolo por el azul, me recuerda extrañamente las operetas de Franz Lehar, cuyos libretos estaban escritos en clave humorística. Amores y desamores, intrigas palaciegas y golpes de Estado, situaciones tensas rozando el dramatismo y ¡ay, siempre!… el final feliz.
Si no fuera por el derramamiento de sangre, demasiada sangre, la espectacular caída del oligarca Víctor Yanúkovich podría hallar paralelismos en el breve y doloroso exilio de los reyezuelos de opereta, en la victoria del bien, siempre relativo, sobre el mal, imaginario y discutible.
El movimiento de la plaza Maidán, espacio público en el que se congregaron, amén de indignados sinceros, variopintas corrientes políticas – liberales, demócratas, radicales, nacionalistas, xenófobos – acabó, al menos aparentemente, con el autoritarismo de los ex comunistas que cambiaron de piel, aunque no de costumbres. ¿Acaso ello significa que Ucrania se está encaminando hacia la democracia? El que eso escribe no pretende disimular su pesimismo.
Lo que el Primer Ministro ruso, Dimitri Medvédev, llamó desde el primer momento un “motín armado”, definición simplista que obedece ante todo a motivaciones ideológicas, tiene diferentes lecturas en clave geopolítica. En efecto, si analizamos con cierto detenimiento las posturas de Occidente ante la rebelión ucraniana, llagamos fácilmente a la conclusión de que Bruselas y Washington no hablan el mismo idioma.
Si bien para los norteamericanos el objetivo prioritario es el aislamiento de Rusia, para la Unión Europea y, ante todo, para Alemania, Ucrania representa a la vez un nuevo mercado y… una cantera de mano de obra barata. Un mercado que se puede conquistar a golpe de chequera. ¿El precio? Una auténtica ganga: basta con un anticipito de alrededor de 20.000 a 25.000 millones de euros. Bruselas exigió, como condición previa, la formación de un Gobierno legal en Kiev. Las nuevas autoridades no tardaron en satisfacer su deseo.
El conflicto de intereses entre los amos del Viejo y el Nuevo continente se refleja en la composición del Gobierno provisional de Kiev, que dirigirá los destinos del país hasta la celebración de las próximas elecciones generales. El nuevo presidente, Alexander Turchinov, hombre de confianza de Julia Timoshenko, cuenta con el apoyo incondicional de Washington. Detalle interesante: el nuevo jefe de Estado formó parte del equipo de asesores electorales de Víctor Yushenko, quien le nombró jefe de los servicios secretos del país.
Aunque la mayoría de los miembros del Gabinete pertenece a la corriente liderada por Julia Timoshenko, algunos de sus fieles aliados, como el boxeador Vitali Klichko, amigo personal de la Canciller germana Angela Merkel, no figuran en las listas de los elegidos. Klichko se compromete a librar batalla en los próximos comicios. Merkel, también. No hay que olvidar que Alemania es, después de Rusia, el segundo socio comercial de Ucrania. Pero hay más: los alemanes esperan poder aprovechar los bajos costes de producción de un país donde la mano de obra es más barata que la china, la polaca o… la española. Un excelente negocio para las empresas germanas, acostumbradas a descentralizar su producción.
¿Y Rusia? Cabe preguntarse si el Kremlin puede o debe permitirse el lujo de tener en sus confines un país que inicia su camino hacia la democracia suprimiendo los derechos de las minorías étnicas rusa y tártara y el carácter regional, es decir, semioficial, de sus idiomas. La región autónoma de Crimea, que cuenta con una mayoría rusofóna, rechaza las leyes del Parlamento de Kiev. Algunos sectores de la población reclaman incluso la protección de Moscú.
Extrañamente, Washington, Berlín y la OTAN exigen a Rusia que respete la integridad territorial de Ucrania. ¿Mero altruismo? No, en absoluto. Se trata de la condición sine qua non para crear la pinza euro-asiática destinada a ahogar al régimen moscovita. Este es, recordémoslo, de un viejo sueño de los politólogos norteamericanos. Un sueño que podría materializarse si la Madre Rusia se deja hechizar por el canto de sirenas de sus antiguos archienemigos occidentales.
Y eso, estimado lector, nada tiene que ver con el libreto de una opereta vienesa…
* Adrián Mac Liman. Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España
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