Por José Cueli
La Catrina y su macabra imposibilidad de perder vive en noche de intensas inquietudes y graves abatimientos, alucinaciones y torturadores ecos, barreras desoladas y lumbreras siniestras en que los muertos ululan trémulos en busca del muñequito perdido. Noche canija y oscura de viento en el panteón del Zócalo; pena y tristeza, misterio y amargura, aflicción y nostalgia, olor a flor de cempasúchil y melancolía, vergüenza y añoranzas de las ánimas neurasténicas, catrinas de los viejos de la comarca que me acompañan en la espera, espera de que resucite la chipocluda vestida de calabaza en tacha, calavera de azúcar o bizcocho maraquero.
Noche triste de interpelaciones gemidoras, y brujas en el Zócalo panteón en medio de frío aterrador, en las bien delineadas tumbas infernales. Recuerdos de grandes amores, reflejos del espíritu de otras épocas, con catrinas revolucionarias de nervio y casta, hábiles en el arte llorón de enterrar niños y muertos en la fiesta calaquera.
Ecos de fracaso puestos de manifiesto en gritos de las lloronas al Zincuantle. La irrepresentable muerte, obligado término del destino humano y sus deseos a los que se les hizo de noche cantaban quejumbres mortales.
Silenciosa estaba la ciudad, sólo interrumpida por las interpelaciones alcohólicas de los deudos. Desierta estaba la panteonil plaza al silbar despiadado el viento que consumía a las lloronas convirtiéndolas en ceniza. Los macabros de toda la vida nos congregamos junto a la Catedral en metamorfosis brujeril a platicar de los sitios vacíos del alma que no volverá nunca a la tinta verde pálida de sus afectos. Sólo memoria de los grandes lances amatorios que dieron vida y muerte a sus creadores de manos heladas, sólo aptas para aceptar las caricias de la huesuda.
Recogimiento de las ánimas en la que la morena ofrendaba una verónica desmayando los brazos, acompasada y tierna por la vida que un día como hoy se me fue con su labio floreciente, anaranjado cempasúchil, en el que expresaba su dolor y le palpitaba un sentimiento íntimo y familiar.
La morena, influida por el hondo desconsuelo de la panteonil Catedral se fue de parranda al panteón infernal con el sollozante ritmo de sus agarradores lamentos que aquejumbraban de tristeza sus sueños, sin sospechar que en cenizas habrán de acabar sus cuerpos, como acaban en la lumbre los viejos y los niños, previa la angustia en el pecho y miedo en el alma. Noche de espera en la plaza mayor de la calaca chipocluda, que resucitará quien sabe dónde. ¿Qué de que, o qué? en memoria de José Guadalupe Posada, suave calavera de azúcar.
Fuente: La Jornada