Por Silvia Ribeiro*
Finaliza otro año en que las luchas de los pueblos del maíz, por caminos diversos, siguen frenando la liberación del grano transgénico en México, su centro de origen. Es un tema de importancia global y un soplo de aliento ante tanto desastre que vive el país, con un estado que masacra hijas e hijos, jóvenes, campesinos, indígenas.
En noviembre de 2014, el jurado internacional del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) llamó en su sentencia final a prohibir el maíz transgénico en México, para contener la contaminación y la violación de los derechos de los pueblos que crearon el maíz. Apeló a varias instancias de Naciones Unidas, como FAO y el Convenio de Diversidad Biológica a cumplir su obligación mundial de proteger el centro de origen del maíz (www.tppmexico.org). Respaldó la medida judicial que suspendió la siembra de maíz transgénico, en respuesta a la acción colectiva presentada por 53 individuos y 20 organizaciones, y que pese al ataque concertado de trasnacionales y gobierno, sigue en pie.
El maíz es uno de los tres principales granos base de la alimentación de todo el planeta, y es la mayor hazaña agronómica que ha heredado la humanidad. Los alimentos que consumimos no eran originalmente cómo hoy los conocemos, todas las semillas que se cultivan en el mundo son fruto del cuidado colectivo, de la crianza mutua que comunidades indígenas y campesinas vienen realizando desde hace siglos, convirtiendo las semillas en patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad, como resumió La Vía Campesina.
Las comunidades mesoamericanas crearon del teocintle, casi un pasto, una planta con mazorcas que se expresan en una enorme diversidad de colores, tamaños, sabores, propiedades, y que crece desde tierras calientes a nivel del mar hasta en frías montañas a 3 mil metros de altura. Cuando llegaron los conquistadores, se sembraba maíz desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Es una planta humanizada: no subsiste ni se multiplica sin la acción de los seres humanos. Pero su polen se esparce con el viento, con los insectos, los pájaros, se casa con otros maíces, y esos con otros, moviéndose, alegrándose, alegrándonos y volviendo a crecer gracias a las manos campesinas que le dan cobijo, que lo alimentan y de él se alimentan y nos alimentan.
Los transgénicos violan todo esto. Son híbridos desarrollados en laboratorio, a los que les introducen genes de especies con las que nunca se cruzarían en la naturaleza, solamente para servir a la gran producción industrial y uniforme, con maquinarias pesadas, usando altos volúmenes de agrotóxicos. No son para aumentar la producción, ya que producen igual o menos que los híbridos de maíz que ya existían, sino que, como todos los transgénicos, son una herramienta para el control corporativo. Esos transgenes y semillas están patentados por unas pocas empresas transnacionales que van por el control total de agricultores y semillas. Una vez en campo, la contaminación transgénica es inevitable y tiene impactos graves en los maíces campesinos, el ambiente y la salud, pero es negocio para esas empresas.
Monsanto, DuPont-Pioneer, Syngenta, Dow, tienen cerca del 95 por ciento del mercado global de semillas transgénicas. Monsanto y DuPont (a través de su subsidiaria PHI México) controlan a su vez 95 por ciento del mercado de semillas de maíz híbrido en México. Estas poderosas empresas no pueden creer que siguen sin lograr legalizar la siembra de maíz transgénico en México, más aún cuándo la tónica oficial ha sido entregar las riquezas de la nación al mejor postor trasnacional. El gobierno autorizó cientos de miles de hectáreas de algodón y soya transgénica, y desde septiembre 2012 quiso autorizar la siembra comercial de maíz transgénico. Se topó con una amplia resistencia desde los pueblos, movimientos y organizaciones sociales, ambientalistas, intelectuales, artistas, científicos críticos, consumidores, tanto a nivel nacional como internacional, que se lo impidieron.
Amparos promovidos por organizaciones de apicultores en la península de Yucatán detuvieron la siembra legal de soya transgénica, que amenaza terminar con la apicultura y los campesinos que subsisten con ella. En el caso del maíz, la resistencia popular lleva más de una década, logrando posponer por años las siembras experimentales y paralizar la siembra comercial. En octubre 2013, una medida precautoria dictada por el juez Jaime Manuel Marroquín ordenó la suspensión de autorizaciones a siembras experimentales y comerciales, ante una demanda colectiva representada legalmente por Colectivas AC y Semillas de Vida.
Desde entonces, esas empresas, junto a Sagarpa y Semarnat, han presentado 90 apelaciones en diferentes juzgados, intentando revertir la suspensión, lo cual no han logrado. Este caso del Estado trabajando junto a las trasnacionales contra el interés público y por la enajenación de uno de los patrimonios vitales del país, es uno de los ejemplos que tomó el TPP para demostrar el desvío de poder en que incurre sistemáticamente el Estado mexicano.
El maíz está para siempre entretejido en la vida de los pueblos y no existe el tiempo para terminar la resistencia contra el despojo. Como dijo la sentencia del tribunal, retomando el testimonio de Luis Hernández Navarro sobre la situación en México: Este Tribunal Permanente de los Pueblos capítulo México, es simultáneamente testigo y partero de una nueva realidad. Ellos, allí arriba, tienen el reloj. Ustedes y nosotros, aquí abajo, tenemos el tiempo.
* Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada