En mayo pasado el crimen organizado cercó cinco municipios (donde habitan 88 mil personas), en los cuales habían surgido grupos de autodefensa contra el cártel de Los caballeros Templarios: en ese entonces los delincuentes impidieron el suministro de gasolina, de gas, así como el abasto de alimentos y medicinas. También bloquearon la venta de productos de los campesinos, como el limón. El cerco sigue en Tomatlán, Tepalcatepec, Coalcomán, Chinicuila y Aguililla, publica Milenio.
Era eso: un cerco de guerra que produjo varios enfrentamientos entre los narcotraficantes, las autodefensas, así como emboscadas a fuerzas federales, lo que dejó un saldo de más de 50 muertos. Semanas después el gobierno federal, con tropas del Ejército, la Marina y la Policía Federal rompió el sitio. Todo parecía volver a la normalidad. Pero no: en la Tierra Caliente la guerra simplemente se niega a desaparecer…
Este martes se cumplirán dos semanas de que los templarios volvieron a impedir el suministro de gasolina y diésel en Buenavista Tomatlán, Tepalcatepec, Coalcomán, Chinicuila y Aguililla. En este último, un enclave serrano, la situación es peor: el cerco tenía ya tres meses hasta hace una semana, cuando el empresario gasolinero del lugar logró hacer llegar un par de pipas de gasolina. El combustible duró dos días.
Solo que ahora hay una diferencia en relación con mayo, cuando los pobladores de decenas de comunidades de esos municipios se quedaron pasmados, ya que apenas iniciaban los brotes de las llamadas autodefensas: durante un recorrido de dos días por esos municipios, MILENIO constató que la población se las ingenia para llevar combustible a sus comunidades, gasolina proveniente de los estados de Colima y Jalisco. Eso sí, aunque el precio oficial de la Magna era de 11.91 pesos, quienes utilizan sus camionetas para transportar tambos y tinacos de gasolina la expenden hasta en 17 pesos. Los pobladores de decenas de comunidades no tienen opción: pagan el sobreprecio.
Los pobladores agradecen a regañadientes el surgimiento de estas gasolineras móviles que han brotado como una infección, que se ubican cada dos o tres manzanas, donde llenan los tanques de sus coches y motocicletas (estos pueblos están inundados de motonetas), pero se muestran furiosos por el cerco.
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Pero, ¿por qué no llega la gasolina? ¿En concreto qué ocurre? No es que los criminales bloqueen las carreteras que van de Apatzingán rumbo a esas zonas, ya que están vigiladas por el Ejército y la Policía Federal, sino que han aterrado a los dueños de las gasolineras y a los choferes de las pipas que abastecían la zona.
MILENIO visitó a varios empresarios gasolineros en Buenavista Tomatlán, La Ruana, El Aguaje, Tepalcatepec, y Aguililla, pero solo uno aceptó hablar.
“De verdad no puedo, me da terror que le hagan algo a mi familia. ¿Cómo voy a vivir yo si le hacen algo a mi hija que estudia en Morelia? Prefiero seguir con la gasolinera cerrada. Así de fácil. Lo lamento también por mis trabajadores, porque no voy a seguir pagándoles mucho tiempo”, platica un hombre que dice que la vida había sido generosa hasta ahora (viste bien), pero ya tiene cierta mirada de desesperación por las dos semanas que lleva sin ingresos.
El único empresario que acepta narrar todo ante las cámaras es Adalberto Fructuoso Comparán Rodríguez, quien además de ser el dueño de la única gasolinera de Aguililla, es líder de laautodefensa del municipio y ya fue presidente municipal en una ocasión. Cuenta historias que son muy parecidas a la que, fuera de grabación, refieren los demás…
—Venía un fletero y lo pararon en El Aguaje, se lo llevaron, le sacaron la gasolina a la pipa y lo asustaron. Le dijeron que si volvía a venir a traer gasolina lo iban a matar, que aunque viniera escoltado lo mataban, le dijeron. Le enseñaron un rifle, un calibre 50 y ya nadie se animó a venir a Aguililla desde julio. La semana pasada el Ejército y la Policía Federal nos hicieron el favor de escoltarnos la pipa (él tiene una pipa). El chofer que trabajaba conmigo ya no lo hacía porque tenía familia en Apatzingán y ya sabe: los matan. Lo que hizo para mí es que, como es muy difícil ser autorizado de chofer por Pemex, fuimos a cargar a Uruapan y él se metió a cargar en la planta (de Pemex) y le entregó el camión al chofer que yo mandé desde aquí. El martes ya no fue a cargar porque un día antes lo habían golpeado en el estacionamiento de Pemex. Le dijeron que lo iban a matar si volvía a meterse a cargar. A otros piperos les dijeron que si sabían que conducían una pipa, así fuera custodiada con federales o militares, los iban a matar.
La historia se repite en diferentes poblaciones. En Tepalcatepec hay un doctor de la Secretaría de Salud, Jorge Manuel Mireles, que es el líder de la autodefensa local. Con bata blanca, anda por la zona armado y con radios conectados a la oreja. Asegura que las amenazas se han extendido hasta las instalaciones de Pemex y que han alcanzado a los directivos. Fuera de cámara da el nombre del funcionario que le confirmó la información en una planta de Michoacán. Cuenta:
—Tenemos entendido que las amenazas de muerte, aparte de las que le hacen a los gasolineros y piperos, se las hicieron ya a directivos (gerentes) de Pemex, a los que autorizan los envíos a las gasolineras de esta región. Y es una amenaza terminal contra quien autorice cualquier movimiento de gasolina a la zona de conflicto. Les dicen que ni una pipa para acá. Este directivo que nos dio la información está amenazado, él y toda su familia. Además, en Apatzingán (zona de templarios) ya prohibieron que vendan gasolina en garrafones, gasolina suelta para que nos surtan. Y a los piperos les han dicho que si vienen van a encontrar a sus familias muertas en sus casas.
Hipólito Mora es el líder de las autodefensas en La Ruana, población de 10 mil habitantes que pertenece a Buenavista Tomatlán narra:
—Está pasando lo mismo que la vez anterior (mayo-junio): desde hace dos semanas vienen pipas con gasolina desde Apatzingán, los paran los templarios, les dicen: “Regrésate o te mueres”, y se tienen que regresar. Y como los choferes tienen familiares fuera de los pueblos levantados, tienen temor, se regresan y ya no vienen para acá. Aunque vinieran las pipas, los gasolineros ya no quieren abrir porque tienen miedo de que los templarios dañen a sus familias.
Le dicen El Americano. Es el líder de la autodefensa de Buenavista Tomatlán. Es parco, no suele dar entrevista ante cámaras:
—A los piperos de Zamora y Uruapan les llegó la advertenciade que si conducían una pipa, así fuera custodiada con federales o militares, los iban a matar…
Pero, independientemente de lo que explican los líderes de las autodefensas, la gente la pasa muy mal sin gasolina o con gasolina cara, y está enojada…
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Las estaciones de gasolina están vacías. Las mangueras expendedoras atrancadas en las bombas. Algunas cuelgan de un lado a otro en forma horizontal, como si fueran reatas que impiden el paso. Silencio. Solo se escucha silencio donde el ruido de motores suele invadir el espacio. Las tiendas donde se vendían refrescos, cigarros y frituras están cerradas. En cada gasolinera hay una o dos personas de “guardia”, hombres o mujeres que están ahí para ver si… “ocurre algo, no sé qué”, dice una joven trabajadora en una estación ubicada entre Apatzingán y Buenavista. Y como ella, cada empleado manifiesta su desesperación. Un joven en Tepalcatepec limpia y limpia las inoperantes bombas y dice:
—Ya nos advirtieron (los dueños de la gasolinera) que si sigue así esto no tiene caso pagarnos en balde a todos los trabajadores…
Otro joven que vende a 17 pesos el litro en Buenavista y trabajaba en otra estación, descarga su impotencia y se pone retador:
—Que no se hagan mensos los federales, que arreglen eso. Ahí están (patrullando) nomás haciéndose güeyes, que arreglen la gasolina. ¿No pueden con los templarios o qué?
Escenas de guerra sin disparos. El sitio. El cerco de combustible.
¿Y los pobladores? Las escenas son como de un devedé que repite una y otra vez la misma imagen: cientos y cientos de personas en cada población de los cinco municipios van de manzana en manzana, de calle en calle, de esquina en esquina, de un punto a otro de sus comunidades preguntando exactamente lo mismo con la misma secuencia:
—¿Tiene gasolina?
—¿A cómo la da?
Cientos y cientos de coches y motocicletas van de un lado a otro a la caza de la gasolina que viene de Jalisco y Colima. Van a la pesca compulsiva del mejor precio. Los tambos de Magna se vacían a una gran velocidad. Las gasolineras ambulantes, que son simples toneles o tinacos a los que se les han injertado mangueras, se vacían en unas horas en cada pueblo. Y al otro día, ocurre exactamente lo mismo.
Llega en su troca negra un hombre treintón a una esquina en La Ruana. Carga combustible. Aunque no grita, tampoco contiene su iracundia acompañada de una sonrisa aderezada por una tremenda mirada de odio hacia los templarios y su cerco:
—Nomás está uno chingando a su madre aquí, ¿verdad?
Escenas de guerra. Desesperación de la gente yendo de un lado a otro para conseguir lo que escasea y que en horas se evapora. Pero eso no es lo peor: lo más feo de la guerra, además de las muertes, es el miedo…
—Sí, la verdad estamos bien preocupadas por lo que venga. ¿Y si pasa como en mayo? ¿Que ya no llegan alimentos, medicinas?…
Se le atora la garganta y se le nublan los ojos a una mujer que lleva a su hijita de unos cinco años en el regazo de su moto. Se abrazan. Se van, como los otros 88 mil, a seguir viviendo este nuevo cerco de combustible que trae la guerra en Tierra Caliente de Michoacán…
Fuente: Milenio