Un día después del último debate cuatripartito, nadie está seguro de nada. El consenso es que el pugilato del martes fue ganado por Pablo Iglesias, el líder de la izquierda española representada en Podemos. Pero eso parece no preocupar a nadie. La pelea por el poder está lejos de los podemitas, por quienes casi nadie apuesta un euro. Y eso a pesar de que Iglesias dio en el último debate del martes una suerte de cátedra de sentido común y buenas costumbres.
El partido Podemos, víctima de sus luchas intestinas, parece condenado al averno. Iglesias fue la voz pausada y propositiva frente a las descalificaciones cruzadas de, sobre todo, los representantes de la derecha, Partido Popular y Ciudadanos, empeñados en acabar con el actual presidente socialista Pedro Sánchez, sin perderse de vista atacacándose mutuamente en la pugna por ocupar el espacio menos ultramontano de la derecha española representada amenazadoramente por el ultraderechista partido Vox, liderado por el vasco Santiago Abascal.
Mientras la derecha se desgarra sin solución de continuidad, socialistas y podemitas coinciden, aparentemente sin pactos de por medio, en que el interés común es impedir el ascenso al Palacio de la Moncloa de una derecha recargada por el arrastre de Vox que acaba de mostrar sus fauces en las elecciones autonómicas de Andalucía, donde obligó al PP y a Ciudadanos a pactar con ellos para formar gobierno y desalojar del poder después de más de 30 años al PSOE. Hay que recordar que Andalucía es el principal vivero de votos de los socialistas.
Caminando este gélido y lluvioso miércoles por algunas calles madrileñas el denominador común es que hubo más gente que no siguió el debate a la que a ratos estuvo pendiente de él. Esa franja de votantes indecisos que oscila entre el 30 al 40 por ciento provoca que haya extrema cautela a la hora de apostar por el resultado electoral del próximo domingo.
El martes, mientras los cuatro jinetes de la política española con presencia nacional se mentaban la madre en la televisión privada, las huestes de Abascal se concentraron en la plaza de toros de Las Rozas, en el norte de Madrid, una zona de alto poder adquisitivo. El líder del ultraderechista Vox tiene garantizado, de entrada, el voto de los amantes de la tauromaquia. Por eso eligió una plaza de toros, no muy grande, y una zona de gente pudiente.
No cabía un alfiler en los tendidos, no cabía una bandera española más en los tendidos y en el ruedo. Fue una suerte de éxtasis rojigualda, colores de la enseña nacional. Ensoberbecido, Abascal, alumno aventajado del expresidente José María Aznar, repartió estopa a diestra y siniestra. Hay que reconocer que el tipo va de frente y no se aparta.
Ahí presumió del “voto oculto” como queriendo dar a entender que ese factor lo favorecerá. Tal vez no sea tan descabellado lo que dice. Por de pronto hablar de 30 a 40 por ciento de votantes indecisos es como para poner a temblar a cualquiera.
Probablemente eso no suceda, pero en la noche del domingo madrileño -por ahí de las 13 horas de México-, sabremos cuál será el rol de la ultraderecha española en el reparto final del pastel electoral.
Fuente: La Jornada