Por Bernardo Bátiz V.
La Cucaracha, que era el apodo de un soldado carrancista, ya no podía caminar porque le faltaba, lo dice la popular canción revolucionaria, mariguana qué fumar; entonces la hierba, la mota, la juanita, no estaba prohibida, se consumía libremente por personas pobres y marginadas, no había interés en castigar a quien la cultivaba o traficaba con ella y llamar a alguien mariguano era señalarlo como quien no se comportaba con cordura. En las casas de vecindad, en los andurriales de la ciudad vieja, no faltaba comadre o portera o anciana sospechosa de bruja que no tuviera lista y a la venta una infusión de mariguana para friegas contra las reumas.
Al correr el tiempo la cannabis se volvió una plaga social y nuestra desconcertante legislación fue permisiva para los consumidores, a quienes no sanciona, pero implacable para quienes la siembran, en una maceta o en campos de miles de hectáreas, y para los que la transportan o trafican con ella, unos cuantos carrujos en una esquina o contenedores repletos.
Esta contradictoria política pública, al igual que en caso de otras drogas, abrió la puerta a la ambición de dinero, más fácil y más rápido en el mercado negro y en especial porque los adictos están urgidos de fumar y siendo su venta clandestina, dan lo que sea, engañan, roban o asaltan por conseguir dinero para droga.
Ahora que algunos diputados locales se atrevieron a poner a discusión el tema y han presentado una iniciativa, de la que se dijo primero, y luego se desdijo, que era para legalizarla, es necesario saber un poco más de ella y de los graves daños que su consumo produce, pero también de los más graves que su prohibición tajante acarrea. La mariguana es como el epigrama de los linces de Manuel de Navarrete, si la ensartas, pierdes, y si no, perdiste.
Por ello, hay que explorar soluciones y buscar escapes a este callejón sin salida al que el tema nos ha metido, por un lado motivado por la prohibición puritana y a rajatabla y, por otro, por la codicia y perversidad de los traficantes que hacen su agosto en el mercado negro.
Una consideración inicial: en la ciudad se inició el debate del tema sin darle vueltas y sin esperar más tiempo. En la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, un grupo de legisladores del PRD presentó una iniciativa que por lo que ha trascendido busca tolerar, así dice la noticia, la existencia de espacios para el abastecimiento de la droga, pretende además crear comisiones de disuasión y disminución de riesgos y daños; entiendo que la propuesta se refiere, tanto a los riesgos y daños que produce el consumo, en especial en menores de edad, como también a los que produce el comercio ilegal.
La propuesta parece razonable, pero una contradicción evidente nos hace dudar; el tráfico de enervantes, entre ellos la mariguana, es un delito federal, ¿de qué manera se pueden abrir establecimientos especiales de abastecimiento? Habría que resolver el conflicto de leyes o pensar en establecimientos legítimos que reciben su mercancía por caminos ilegítimos.
Hace algunos años propuse que para romper el control de las mafias en los reclusorios debieran autoridades penitenciarias y de saludad proporcionar droga a los reclusos adictos, para romper la herramienta principal de control que dentro de las cárceles tiene el crimen organizado, que con la droga sujeta custodios y prisioneros.
Es justo reconocer, por otra parte, que la actitud del jefe de Gobierno ha sido positiva; considera al tema como un problema de salud pública y entra a él con cautela, descarta con ello apresuramientos y soluciones de relumbrón para la foto.
Como beber alcohol, fumar motacausa daños graves, individuales y sociales, es alucinógena, altera la percepción, es adictiva y conduce al consumo de drogas más dañinas; pero por otra parte, prohibirla y perseguirla genera mercado negro, mafias, violencia y corrupción. Así las cosas, la prudencia es necesaria, y la consulta, indispensable.
Fuente: La Jornada