Siria: las huellas de Blair

0
Por Robert Fisk
Supongo que un juicio de Nuremberg hubiera sido un mejor lugar para desbrozar las minucias de los crímenes de Blair-Bush que cometimos para ir a la guerra en Medio Oriente. Provocamos la muerte de medio millón de personas, la mayoría musulmanas, que eran tan inocentes, como Blair era culpable. Un tribunal como el de Nuremberg se habría concentrado más en las víctimas árabes de nuestra expedición criminal que en la atroz culpa y el profundo remordimiento –palabras suyas, por supuesto– de lord Blair de Kut al-Amara.

Claro, antes de la guerra Blair mintió sobre la inteligencia relativa a armas de destrucción masiva, y luego mintió sobre las advertencias de la Oficina del Exterior de que el informe Chilcot lo había proclamado inocente, cuando en realidad dice todo lo contrario.

Pero un estudio prolongado del informe, más que el rápido resumen que nos han presentado en las horas pasadas, podría producir líneas de investigación mucho más perturbadoras que las conclusiones de la versión simplificada y fácil de regurgitar que se entregó a los medios. Además, nuestra concentración en el inicuo Blair y sus mentiras, si bien es una respuesta comprensible a Chilcot, ha desviado de manera preocupante la atención de la mendacidad que aún aflige a nuestra clase política, nuestros primeros ministros y líderes partidistas, y de su insultante actitud hacia aquellos a quienes dicen representar.

Escuchar la primera noticia sobre la épica obra de literatura de sir John Chilcot cuando viajaba por Siria fue una experiencia perturbadora para mí. No sólo porque la plaga de la crueldad islamita que se extiende al exterior desde Raqqa fue (pese a las paparruchas que Blair ha dicho en contrario) resultado directo del infierno iraquí, sino porque nuestro propio y desacreditado primer ministro utilizó las falacias de Blair para persuadir a los parlamentarios de bombardear blancos del Isis en Sitia en diciembre pasado. ¿Recuerdan aquella estupidez acerca de los 70 mil rebeldes moderados que necesitaban nuestra ayuda, aun cuando no existen y fueron fabricados por el mismo Comité Conjunto de Inteligencia en que se apoyó Blair para su criminal aventura?

Y cuando los parlamentarios cuestionaron este disparate, fueron desmentidos con altanería por el general Gordon Messenger, subjefe del estado mayor de la defensa, quien señaló que por razones de seguridad no era posible nombrar esas unidades rebeldes, aun cuando conocemos la identidad de esos deshilachados grupúsculos creados por la CIA y su incapacidad de combatir a nadie.

El apropiadamente apellidado Messenger secundó la fantasía de David Cameron y fue debidamente promovido, así como John Scarlett, presidente del comité, quien aportó toda la inteligencia chafa a Blair, fue hecho caballero más tarde.

Y así entramos en guerra contra el Isis en Siria… a menos, claro, que el Isis estuviese atacando al régimen de Al Assad, en cuyo caso no hacíamos nada en absoluto, pese a todos los gemidos y pujidos de Hillary Benn acerca del fascismo antes de la guerra. Condenaremos a Blair, pobre tipo, pero no piensen que algo cambió en los seis años que sir John pasó escribiendo su tomo bíblico.

Y ese es el problema. Cuando Blair puede decir, como lo hizo en el momento en que el informe Chilcot fue publicado, que debe poner fin a las acusaciones (sic) de mala fe, mentiras y engaños –sin una revolución en las calles contra su mala fe, mentiras y engaños–, entonces podemos estar seguros de que sus sucesores no vacilarán en estafar al público una y otra vez. Después de todo, ¿qué diferencia hay entre las armas de destrucción masiva iraquíes que no existen, las advertencias de 45 minutos que son falacias, los 70 mil inexistentes moderados sirios y una ficticia derrama de millones de libras para los servicios de salud británicos si el país salía de la Unión Europea?

Existen muchas versiones –y citas erróneas– del más cínico de los propagandistas nazis, Joseph Goebbels, el de mientras más grande la mentira, mejor, pero es imposible no estremecerse con algunas de sus observaciones: El secreto esencial del liderazgo inglés no depende de ninguna inteligencia particular, escribió en 1941. Más bien depende de una tozudez absurda. Los ingleses siguen el principio de que cuando uno miente la mentira debe ser grande, y que uno debe aferrarse a ella. Se adhieren a sus mentiras, aun a riesgo de parecer ridículos.

Lo escalofriante de estas palabras no son los ingleses de tiempos de guerra a quienes Goebbels calumniaba, ni que Churchill (quien era su blanco especial) mintiera en realidad. Dada la lucha contra el nazismo –y pese a la observación de Churchill de que la verdad en la guerra debe ser siempre protegida por una guarnición de mentiras–, los británicos tenían en el conficto de 1939-1945 una habilidad virtuosa para decir la verdad aun cuando un poco de farsa al estilo Blair podría haber bastado para cubrir las derrotas del reino. No, lo aterrador es que las palabras de Goebbels se aplican dolorosamente a los políticos ingleses de hoy.

¿A quién conocemos, por ejemplo, que después del informe mantenga sus grandes mentiras a pesar del riesgo de parecer ridículo? Me temo, en forma pavorosa, que hombres pequeños que quieren caminar en zapatos grandes –que de verdad creen ser Churchill y llevar a su país a la guerra– cometen esas mentiras, de las que sus antecesores políticos fueron en gran medida inocentes. Tal vez la clave de todo fue capturada en la afirmación desir John de que Blair confió más en sus creencias –a saber qué oscuridades oculte esta palabra– y en el juicio de otros.

Por lo tanto puede decirnos –y decirme a mí mientras regreso de la ciudad desértica de Palmira, cuyos destructores trajeron sus viles prácticas del desastre iraquí que Blair ayudó a crear– que no creo (que el derrocamiento de Saddam Hussein) sea la causa del terrorismo que vemos hoy, ya sea en Medio Oriente o en cualquier parte del mundo. Toda esta duplicidad, desde luego, formará parte del pleno debate con que Blair amenaza ahora a raíz del informe Chilcot.

Dice que va –el cielo nos libre– adetallar las lecciones que creo que los líderes del futuro pueden aprender de mi experiencia. Pero Blair no necesita aburrirnos con sus mentiras de nuevo. Han quedado absorbidas por David Cameron, el de los 70 mil moderados y por los chicos delBrexit, que ahora se están destruyendo solos entre las mentiras que contaron, y que pueden lograr todo lo que Goebbels deseaba para este país: el fin del Reino Unido.

En este contexto, el informe Chilcot no es tanto una colosal obra de investigación de los pecados que nos llevaron a la guerra en 2003, sino apenas un capítulo más de la historia de nuestra incapacidad de controlar un mundo en el que los políticos publirrelacionistas de Gran Bretaña tratan a su pueblo con desprecio, matan a algunos de sus soldados y asesinan a cientos de miles de extranjeros sin ningún remordimiento real.

© The Independent/ Traducción: Jorge Anaya

Fuente: La Jornada

Comments are closed.