Por Jorge Zepeda Patterson
En los últimos días he pensado mucho en Carlos Salinas de Gortari. Y como podrán imaginarse no ha sido una experiencia agradable. Pero es que me resulta imposible no evocar una sensación de déjà vu con el gobierno de Peña Nieto. Igual que durante el sexenio salinista los mexicanos hemos sido bombardeados por una narrativa triunfalista que promete prosperidad y riqueza y vende la reiterada promesa de encontrarnos en el umbral mismo de la modernidad. Con Salinas la justificación era el TLC, con Peña Nieto las cacareadas reformas. Y en ambos casos la ilusión se ha disipado con la rapidez que han tomado los súbitos zarpazos procedentes del México profundo. En 1994, con la aparición del movimiento zapatista que nos recordó la pobreza ancestral nunca resuelta y siempre ignorada o con el asesinato de Colosio, expresión de las fuerzas políticas más primitivas. Ahora, justo veinte años después, el espejismo del México que sólo cohabita en Polanco y las Lomas es de nuevo destrozado por la ferocidad de una realidad que se resiste a desaparecer pese a los esfuerzos de las élites para pretender que no existe.
Tlatlaya y Ayotzinapa podrían convertirse en el Ocosingo de Peña Nieto. De paso por España los últimos días pude observar en la televisión europea que las imágenes de la tragedia de Iguala recorrían, sin faltar uno, los noticieros en francés, español, inglés o alemán. La revelación casi diaria de nuevas fosas comunes era relatada con los gestos horrorizados que sólo podría inspirar la exhibición de los crímenes de Pol Pot en Camboya. Sólo puedo imaginar los comentarios que arrancará, si se confirma, la información dada a conocer por el sacerdote y defensor de los derechos humanos, Alejandro Solalinde, en el sentido de que algunos de los jóvenes normalistas desaparecidos habrían sido quemados aun estando vivos.
El viernes pasado la revista The Economist dijo que las atrocidades registradas en Iguala muestran cuán lejos está México de ser un país de leyes y cómo el combate a la impunidad es tan necesario como las reformas económicas para la modernización del país.
“Las dos atrocidades [los seis homicidios y la desaparición de 43 personas]parecen suficientemente serias como para cambiar el curso de estos dos años de gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto. Peña ha dado prioridad a la reforma económica y le ha restado importancia a la ley y al orden como forma de modernizar México, sin admitir que ambas son igualmente importantes”, dijo la influyente revista británica. Por desgracia no parece que eso vaya a cambiar. Las autoridades atacan el problema con la urgencia del que quiere hacer control de daños y sin ningún interés de atacar las causas que provocan el fenómeno. Basta ver la actitud que muestran frente al descubrimiento de nuevas fosas comunes: una y otra vez han desestimado su importancia porque ninguno de los restos humanos pertenecían a los jóvenes normalistas. En estos días escuché a un funcionario afirmar ufano y contento que no se trataba de los 47 porque entre los cadáveres encontrados había varias mujeres. Sólo falta que le digan a Solalinde que se esté tranquilo, que los cuerpos quemados no eran de los muchachos deAyotzinapa. O sea, el gobierno no ha entendido nada.
Este fin de semana se informó de la detención del líder del Cártel Guerreros Unidos, la banda presuntamente responsable de la tragedia en Iguala. Se afirma que el gobierno ha desplazado a la zona a 900 policías federales, 300 elementos de la Secretaría de Marina, y 3 mil 500 elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional. La consigna es apagar el fuego a cualquier costo.
Sin embargo, queda la sensación de que mientras no abordemos las causas que provocan la descomposición del aparato de justicia, la impunidad y la ausencia del estado de derecho no resolveremos absolutamente nada. Podrán desconocer a los corruptos poderes estatales de Guerrero y encontrar culpables reales o inventados. Pero la podredumbre de los cuerpos de seguridad a todos los niveles y la corrupción imperante nos dejan expuestos y vulnerables frente al siguiente estallido de ese salvajismo brutal e inexplicable que una y otra vez asoma su implacable rostro. La modernidad que intenta instalar el PRI sobre el terreno minado que ha dejado una guerra con cerca 100 mil muertos parece condenada al fracaso mientras no emprenda un saneamiento de fondo. Nos tomó cinco años del sexenio de Salinas darnos cuenta de que ningún progreso es posible si no incluye al otro México, con Peña Nieto apenas nos ha tomado 23 meses. Me temo que las tragedias de Tlatlaya e Iguala no serán las últimas. Y por desgracia no sabemos cuando ni dónde surgirá la siguiente.
@jorgezepedap
Fuente: Sin Embargo