Salinas reloaded

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Por John M. Ackerman 
El formato del primer debate presidencial entretuvo a los televidentes, pero obstaculizó una discusión a fondo sobre los grandes problemas nacionales. El limitado tiempo para las intervenciones y las réplicas de los candidatos no permitió un adecuado desarrollo de las propuestas. Fue un gran espectáculo mediático, una serie de spots alargados, que se quedó muy corto con respecto a la formación cívica de la población.
Se contabilizaron más de 50 ataques directos hacia Andrés Manuel López Obrador durante el debate. Quienes critican al tabasqueño por supuestamente no responder a esta andanada de agresiones evidencian su mala fe. Si el tabasqueño se hubiera dedicado a responder puntualmente a cada uno de los ataques, no hubiera tenido tiempo para desarrollar ninguna propuesta propia.
López Obrador hizo lo correcto. En lugar de distraerse con la guerra de lodo que le proponían los otros cuatro candidatos, se dirigió directamente a los mexicanos para exponer sus iniciativas. Mientras la jauría evidenciaba su pequeñez y su obsesión personal con el candidato de Morena, López Obrador demostró gran altura al demostrar su sincera preocupación con la resolución de los graves problemas de la nación.
En contraste, la pronunciada agresividad de Anaya lo pintó de cuerpo entero. El candidato panista busca tapar su enorme inexperiencia e incapacidad políticas con descalificaciones hacia el puntero en las encuestas.
Es importante recordar que la carrera política de Anaya es aún más gris que la de Margarita Zavala. De 2003 hasta 2009 fungió como Secretario Particular del Gobernador de Querétaro, Francisco Garrido Patrón. Después llegaría a ser diputado local y diputado federal del PAN, ambos por la vía plurinominal. También trabajó durante algunos meses como Subsecretario de Planeación Turística durante el gobierno de Felipe Calderón.
Posteriormente, Anaya llegaría a ser Presidente del PAN y candidato presidencial de la Coalición “Por México al Frente” no por que tuviera algún mérito especial, sino por su enorme habilidad para darle la espalda a sus amigos y establecer arreglos corruptos con el poder. Después de traicionar al pueblo mexicano con su apoyo a las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto, Anaya procedió a traicionar también a sus colegas de partido con tal de imponer su candidatura presidencial.
Anaya hoy ataca a López Obrador, pero también roba y fusila sus propuestas. Dice que le indignan las injusticias, que se despertará temprano y que luchará en contra de la corrupción de la clase política. En general, el objetivo del panista es intentar presentarse, con gran hipocresía y cinismo, como la verdadera “oposición” y como un líder “moderno”, cuando él es uno de los principales responsables por la actual crisis política, económica y social que desgarra la nación.
Si Anaya realmente fuera de la oposición, dirigiría sus ataques en contra de Peña Nieto, Meade, Calderón y Zavala, en lugar de lanzarse constantemente en contra de López Obrador. Si Anaya fuera un líder auténtico, incorporaría nuevas voces en su campaña, en lugar de reciclar los mismos dinosaurios de siempre, como Diego Fernández de Cevallos y Jorge Castañeda.
Anaya se parece a otro maestro de la traición y el engaño: Carlos Salinas de Gortari. En 1988, Salinas tampoco contaba con gran experiencia ni importantes logros en su carrera política antes de lograr la candidatura presidencial del PRI. El “innombrable” también basó su campaña en el concepto de la “modernidad” y el “futuro”, y terminó imponiéndose en la Presidencia de la República por medio de la violencia y el fraude.
Han pasado exactamente treinta años desde aquella elección tan fatídica y hoy todavía estamos pagando los enormes costos de la mentira de la supuesta “modernidad” Salinista, la cual resultó ser la más perfecta continuidad del mismo cinismo y saqueo priista de siempre.
¿En realidad queremos que llegue otro joven ambicioso, corrupto, reaccionario y traidor a Los Pinos? ¿Los mexicanos somos en realidad tan masoquistas?
Afortunadamente, todo parece indicar que las nuevas generaciones están decididas a no repetir los errores de sus padres. Quieren que su futuro se llene de esperanza en lugar de constantes crisis. Están decididos a hacer todo lo que esté a su alcance para evitar que los próximos treinta años sean tan desastrosos como los últimos treinta.
A los demás nos toca apoyarles a los y las jóvenes para que puedan llevar a buen puerto su importante misión histórica este próximo 1 de julio.
Twitter: @JohnMAckerman
Publicado en Revista Proceso, No. 2165
(C) John M. Ackerman, todos los derechos reservados

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