Por Susan Crowley
Feministas, intelectuales, actores, actrices se indignan con un personaje moreno, desagradable, populachero, prototipo del mal gusto y exigen su renuncia. Pero sientan en su mesa y se dicen orgullosos amigos de un doctorado güerito, calcetín con rombos que ataca a las mujeres.
Andrés usa calcetines de rombos. Eso lo sé porque, forrado con esas figuras, su pie penetró mi falda hasta la ingle. Mi reacción fue instintiva, lo aventé, salió volando y cayó en el piso del restaurante donde me había citado. Un ejecutivo de TV Azteca que comía en la mesa de enfrente se levantó a ayudarlo. Y yo, para variar, me quedé sin la chamba prometida.
Todo empezó días antes en una terraza que estaba de moda en la que hombres y mujeres pasábamos el rato. Tomar la copa, socializar y por qué no, ligar. La noche que conocí a Roemer me encontraba con un grupo de amigos; conversábamos sobre algún tema del arte contemporáneo, de esos que siempre generan controversia. Yo defendía, alguien atacaba. Sin que nadie lo invitará el famoso presentador se integró al grupo. Su corta estatura lo obligó a encaramarse en una periquera. Extremadamente simpático, recurrió a la gastada fórmula que utiliza en Ciudad de las Ideas. Entrevistó y preguntó generando un buen debate. La polémica fue expulsando a todos hasta quedar Andrés y yo solos.
El mundo del ligue está lleno de clichés, pero el más socorrido en la era de la liberación femenina es algo así como, “pocas veces he conocido una mujer con tu belleza, pero estoy asombrado, es mucho mayor tu inteligencia”. Dicho con la expresión de asombro de alguien “famoso” suele surtir efecto inmediato. “Necesito una mujer como tú en mi vida”, seguido de un “me tienes maravillado, ¿dónde estabas que no te conocía? Te quiero como co-conductora en la Ciudad de las Ideas”. Aquí debo ser franca, no es que me cociera al primer hervor. Sucede que las mujeres de cierta edad, que hemos pasado de todo para ser valoradas, cuando recibimos este tipo de halagos nos vamos con la finta. Increíble pero cierto, por centésima vez, la fama llamó a mi puerta. Por fin alguien hacía justicia a mis años de romperme el lomo tratando de mostrar otros talentos que no fueran el físico.
Después de un intercambio de teléfonos, la verborrea en los mensajes de admiración tendría que haber activado mis alertas. Pero una se pasa de ingenua. Acordamos vernos para comer y seguir la plática al día siguiente. El señor Roemer me llega al hombro, eso y que no lo encuentro atractivo, significaba que no era precisamente mi príncipe azul. Me cayó bien su desenfado y la forma en la que iba y venía en diversos temas. Insisto, la posibilidad de una chamba en la tele contratada por mi perfil y no mi físico, me parecía una gran oportunidad.
El día de la comida el clima estaba delicioso. Elegí una falda arriba de la rodilla, una blusa vaporosa y unas zapatillas con medio tacón. No muy sexy, tampoco recatada. El hombrecillo, y digo hombrecillo porque lo es en todos los sentidos, vestía en el típico y pretensioso estilo usado por los intelectuales: suéter de rombos, camisa a juego, pantalón de casimir, zapatos bostonianos. Lo mejor de su cuidado look era lo que estaba por mostrar. Había reservado una mesa en la terraza. Roemer parecía medir dos metros cuando tomándome del brazo saludó a un grupo de ejecutivos de TV Azteca en la mesa de al lado. Llevaba tres libros de su autoría del grueso de un directorio telefónico. Me los empezó a dedicar. Me llamó la atención que la dedicatoria no fuera corta, la extendió varias páginas. Hasta ahí, digamos que me hizo gracia.
La conversación iba y venía sobre sus logros, triunfos, éxitos. En ningún momento me preguntó un poco más sobre mi trayectoria. Como no soy tímida, aprovechaba cualquier respiración suya o un trago de vino para meter mi cuchara. Eso mostraba que tenía madera para ser conductora, me dijo, eres buenísima para arrebatar la palabra, además de que tienes las mejores piernas que he visto. Aquí el lector me dirá “¿eres idiota, no te das cuenta de cuáles son las intenciones del sujeto?”. Pues lo siento, pero una se marea con los halagos y pierde perspectiva.
Las acciones se sucedieron vertiginosamente: el micro famoso doctor y conductor, se quitó un zapato y subió la pierna en su silla, cosa que me resultó extraña. Se balanceaba hasta que se inclinó hacia mí y me acarició la cara y el cuello. Molesta me moví hacia atrás. De pronto, sentí algo adentro de mi falda, mucho más arriba de la ingle. Me asomé para descubrir su calcetín con rombos a juego con el suéter. Mi reflejo fue instantáneo: empuje la mesa, Andresititito perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Los ejecutivos de TV Azteca lo miraron entre risas y apurados. Roemer en el piso, haciendo un ridículo atroz. Me levanté de la mesa y lo vi tan indefenso que me dio risa. “Ahí les dejo a este pedazo de imbécil”. Salí del restaurante indignada, sí, pero al mismo tiempo orgullosa de haber puesto en su lugar a Andrés Roemer.
Han pasado siete años desde que este asco de personaje trató de propasarse conmigo. Desde luego nunca tuve la intención de denunciar. En mi generación no se estilaba eso; aguantabas el mal rato y lo dejabas pasar. Celebro que hoy las cosas hayan cambiado. Todos los días salen nuevos testimonios; la cantidad de mujeres con las que se propasó y a las que sometió. La constante de Roemer es la del macho. Hablar de trabajo, halagar la belleza y la inteligencia de su presa y humillarla. Después negar todo y acusar a la víctima de ser una histérica y de acosarlo debido a su fama y prestigio. Victimizarse como lo acaba de hacer en una entrevista en El País, denunciar a sus denunciantes.
Escribo sobre Andrés Roemer porque es necesario ventilar todos los casos de este abusador. Lo hago sin afán de lucimiento personal y con el deseo de que, cada mujer atacada tuviera la suerte de poder evidenciar, ridiculizar y castigar a su agresor. Pero eso no ocurre. El bien vestido presentador en ningún momento se diferencia del siniestro Félix Salgado Macedonio. Son idénticos. Uno apela a la técnica del rombo el otro a la argucia de Rambo. Al candidato a la gubernatura de Guerrero le dicen impresentable, toda la opinión pública se sube a la palestra a exigir su renuncia. Sin embargo, Roemer ha recibido los beneficios de TV Azteca, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaría de Cultura) y del Gobierno de Puebla para su proyecto “La Ciudad de las Ideas”, y alguien juzgó que podíamos presumirlo como representante de México ante la ONU y cónsul en San Francisco. Se mueve en las grandes ligas de la vida social y cultural y pasa por encima de las mujeres a las que considera objeto. Hasta que una de ellas decidió levantar la voz y jalar los reflectores, surgieron otros testimonios de su abuso y hostigamiento.
Roemer anda suelto porque en México aún no hemos entendido el daño que causan muchos abusadores “políticamente correctos”. Pertenecen a la clase alta y se visten como lords ingleses, pero ¿qué pasaría si él tuviera las características de Salgado Macedonio? Salvo contados casos, la sociedad mexicana, feministas, intelectuales, actores, actrices se indignan con un personaje moreno, desagradable, populachero, prototipo del mal gusto y exigen su renuncia. Pero sientan en su mesa y se dicen orgullosos amigos de un doctorado güerito, calcetín con rombos que ataca a las mujeres.
@Suscrowley
Fuente: SinEmbargo