Por Frei Betto
“La desigualdad mata”, afirmó el epidemiólogo británico Richard Wilkinson al constatar que en las regiones menos igualitarias los índices de mortalidad son más altos.
Los investigadores Frans de Vaal y su colega Sara Brosnan, al tratar con macacos, comprobaron que se enojaban al ver que un compañero recibía una recompensa mayor. Sara le entregaba una piedrecita a uno de los dos animales y en seguida extendía la mano para que el macaco la devolviese a cambio de un trozo de pepino. Ambos macacos aceptaron el intercambio 25 veces consecutivas.
Sara luego entregaba a uno de los animales un racimo de uvas, uno de los alimentos preferidos por los macacos, mientras el otro siguió recibiendo pepino. El ambiente se puso tenso. El macaco a quien se le daba pepino mostró una clara aversión por la desigualdad. Al ver a su compañero recibiendo uvas, se volvió agitado y arrojó lejos la piedra y el pepino. Un alimento que le gustaba tanto se le volvió repulsivo.
Los macacos no se irritaban cuando se les exhibían las uvas a todos y se les daban pepinos a cambio de piedras. La irritación aparecía cuando uno solo de ellos recibía uvas. La desigualdad era motivo de repulsa. (La prueba está descrita por Waal en “La era de la empatía”, 2010).
Al publicar el resultado de su investigación, Sara y Frans recibieron duras críticas de parte de economistas, filósofos y antropólogos, estupefactos por la comparación entre animales y humanos. Para contrariedad de los críticos, la divulgación de esta investigación coincidió con la denuncia de que Richard Grasso, director de la Bolsa de Valores de Nueva York, se vio forzado a presentar su dimisión a causa de las protestas habidas debido a los casi US$ 200 millones que recibió en bonus (New Yorker, o3-10-2003).
En el 2008 la opinión pública de los Estados Unidos se mostró indignada cuando, en plena crisis económica, el gobierno destinó 700 millones de dólares como “socorro” para los ejecutivos que habían provocado tantas pérdidas en el sector inmobiliario. Uvas para los malandrines, pepinos para la plebe…
En el Brasil la opinión pública también se mostró indignada al saber que algunos senadores utilizaban tarjetas de la FAB para usos particulares, como viajes de familiares, bodas… Las anomalías, en especial las que son pagadas con dinero público, siempre suscitan malestar entre los electores.
Los animales pueden enseñarnos mucho. Sara Brosnan colocó dos macacos juntos, separados solamente por un peldaño. El primero tenía ante sí dos latitas, semejantes a las de refrigeración, en colores diferentes, y podían ser cambiadas por comida. Si el animal le entregaba a ella la lata A recibía comida suficiente para su propio consumo; si entregaba la lata B ganaría como para compartir también con el compañero. Los macacos daban generalmente preferencia a la lata que favorecía el compartir la refacción.
La democracia occidental continuará siendo una falacia mientras no se den las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes esenciales para una vida digna y feliz. Los tres ideales de la Revolución Francesa -libertad, igualdad, fraternidad- en verdad han sido corrompidos y tergiversados.
La libertad pasó a ser entendida como el derecho de uno a imponerse al otro, aunque el otro se vea relegado a la miseria. La igualdad existe, como mucho, en la letra de la ley. Ricos y pobres reciben tratamientos diferenciados ante la Justicia, y hasta los recursos públicos son destinados preferentemente a los más beneficiados, como hace por ejemplo el BNDES.
La fraternidad sigue siendo una utopía. Supone que todos se reconozcan como hermanos y hermanas. Basta con acudir al ejemplo familiar para saber lo que eso significa. En una familia, aunque las personas sean diferentes, con talentos y aptitudes personales, todos deben tener los mismos derechos e iguales oportunidades. Nadie puede ser excluido de la escolaridad o del uso común de los bienes, de la alimentación o de cualquier tipo de cuidados. La fraternidad significa también reconocimiento, y hasta ceder en algún derecho para que el otro, más necesitado, pueda superar alguna dificultad.
Robin Hood tenía razón. Lo que más ansía la humanidad es el compartir los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. O sea una verdadera comunión. Mientras tanto la riqueza y el poder, que casi siempre van asociados, ciegan a quienes los poseen, y los vuelve incapaces de colocarse en el lugar del otro, de aquel que sufre o padece la exclusión social.
Y para que la ceguera no sea acusada de indiferencia criminal e inhumana, se inventan teorías económicas e ideologías que justifiquen y legitimen la aberración como algo natural.
* Frei Betto es escritor, autor de “La obra del Artista. Una visión holística del Universo”, entre otros libros.
twitter:@freibetto.
Traducción de J.L.Burguet