Por Octavio Rodríguez Araujo
El 20 de septiembre del año pasado leímos una nota que decía que Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador se habían unido en defensa del petróleo. Fue un pronunciamiento que también firmaron Pablo González Casanova, Raúl Vera, Miguel Concha Malo, Mario Saucedo y Miguel Álvarez Gándara. Los firmantes llamaron a la unidad de todos los mexicanos, sin distinción de creencias, ideologías o posiciones políticas y sociales, para evitar el despojo de la nación y de nuestro pueblo, que promueven el gobierno y las corporaciones petroleras trasnacionales con su reforma energética.
En esa misma nota publicada en La Jornada, se dijo que Mario Saucedo descartaba que todos los firmantes pudieran acudir el siguiente domingo a la marcha convocada por AMLO en defensa del sector energético. Y tuvo razón: no fueron. El pronunciamiento no se tradujo en unidad de acción. Cuauhtémoc no fue, pese a que hubiera sido buena idea que desde el 20 de septiembre se mostrara que la unidad propuesta no era un mero deseo, una buena intención más en las filas de las izquierdas.
Los dos grandes e indiscutibles líderes de las izquierdas que tenemos en México sostienen más o menos los mismos planteamientos en materia de energéticos. Sin embargo, dan la impresión de que les cuesta mucho trabajo aparecer juntos en público. Como si ninguno de los dos quisiera ceder parte de su protagonismo en favor del otro o, al menos, compartirlo. Varios intelectuales hemos intentado desde antes de las elecciones de 2012 (en el estado de México y en la federal) que aparezcan y parezcan unidos. Los hemos reunido más de una vez en lugares privados (sin público), y no hemos logrado más que declaraciones y pronunciamientos, pero no un codo con codo en el templete de algún mitin. Unas veces ha sido Cárdenas el que se excusa y otras López Obrador. El resultado es que dichos grandes líderes predican la unidad sin dar el ejemplo, como si compitieran entre ellos.
Ciertamente las fuerzas de las izquierdas que existen en el país tienen diferencias entre sí, tanto en fines como en estrategia, sobre todo en ésta. Ello no debería sorprender a nadie: por eso están en diferentes partidos. Pero una cosa es que haya diferencias y otra que ante ciertas coyunturas y demandas, en las que por cierto hay acuerdos, no se unan y no se presenten como una sola fuerza junto con decenas de organizaciones sociales no partidarias que coinciden con esas demandas.
Lo que parece estar en el fondo de este extraño fenómeno es que se anteponen intereses partidarios (en la difícil lucha por el poder) a los intereses del país y de las mayorías de la población, pese a que en repetidas ocasiones esos mismos líderes han dicho que no tienen afanes protagónicos ni diferencias irreconciliables. La realidad, como se puede apreciar desde fuera de los partidos, es que éstos luchan por posiciones de poder mediante las elecciones constitucionales. Es legítimo y para eso formaron partidos (distintos o parecidos, da igual), pero da la impresión de que por llevar agua al molino de sus respectivos partidos están descuidando los intereses de la patria que mencionan frecuentemente en sus discursos. El electoralismo, según las evidencias constatadas, predomina sobre los grandes objetivos de la lucha por la preservación de los energéticos para beneficio de los mexicanos y no de las empresas que quieren lucrar con ellos.
Mítines van y vienen con semejantes propósitos y al final pareciera que lo que cuenta es el número de asistentes: estos llenaron el Zócalo, los otros no, etcétera. La verdad es que, si bien el número es significativo, cuando se convierte en porcentaje de la población total resulta irrelevante. ¿Será muy importante que un líder logre convocar a menos de uno por ciento de la población y otro a 1.5 por ciento? Esto está bien para inflamar los ánimos de los participantes, deseosos de poner su grano de arena en las grandes luchas sociales, pero al final, cuando las concentraciones humanas se disuelven y cada quien se va a su casa, el poder sigue actuando, paso a paso, para imponer sus decisiones.
Sólo grandes movilizaciones organizadas y simultáneas en todo el país podrán poner un límite a las decisiones del poder, y dichas movilizaciones sólo se podrían lograr cuando las izquierdas demuestren unidad (arriba y abajo) en contra de las políticas públicas que nos afectan a todos y nos afectarán más en el futuro. La organización de la protesta social es una tarea titánica que, por lógica (dadas las asimetrías de nuestro país), no puede ser obra de un solo líder ni de un solo partido, por más de izquierda que se digan. Se requiere más que una intención e incluso más que un esfuerzo.
Es (o debiera ser) tarea de todos, líderes y bases partidarias, de un gran movimiento que es más que una o varias movilizaciones. Los votos que tanto anhelan todos los partidos, vendrán por añadidura: la población sabrá en 2015 y en 2018 si vota por los mismos o por las izquierdas, pero no gratuitamente sino en función de lo que éstas hagan en favor de las reivindicaciones que motivan la protesta social por ahora desarticulada.
¿Serán capaces de encarar estos retos nuestros grandes líderes de las izquierdas, o me estoy pasando de ingenuo?
Fuente: www.rodriguezaraujo.unam.mx