Las secuelas por el humo y el fuego de los 47 niños sobreviviente los acompañarán de por vida. En México no hay gente especializada ni el equipo para atender estos quemados, dicen los padres
Por Sanjuana Martínez
Hermosillo— A Héctor Manuel Robles Villegas se le veía sólo el perfil de su cara y los deditos de las manos. Estaba completamente vendado y tendido en una cama del hospital Cima. A su lado había una pareja llorando, pero Adriana comprobó lo que significa eso que llaman vínculo materno y no tuvo duda: Lo siento, este niño no es su hijo, es el mío. Perdónenme. No tengo ninguna duda.
Héctor Manuel había perdido la piel, tenía quemado 80 por ciento de su cuerpo y muy pocas probabilidades de vivir. Adriana Villegas luchó contra la burocracia del gobierno de Eduardo Bours para trasladarlo al Hospital Shrines en Sacramento, California, el único lugar donde lo podían salvar.
Desde hace cuatro años ese hospital, sostenido por donaciones, ha sido su segundo hogar. Lleva 16 intervenciones quirúrgicas, ha recibido injertos de piel en 58 por ciento de su cuerpo: hombros, brazos, hasta la punta de los dedos, y las piernas, así como 70 por ciento de rostro y cráneo. De hecho, todo su cuerpo está afectado, porque de la pequeña parte que se salvó de las quemaduras le retiraron piel en cinco ocasiones, con lo cual quedó igualmente lastimado.
Héctor Manuel, quien ahora tiene 7 años, recibirá injertos de piel hasta los 21. Dice que quiere ser futbolista. Está sentado en la sala de su casa y pega un grito apurando a su madre para irse a la escuela porque ya son las 7 de la mañana. Resignado a la espera, enciende el televisor para ver las caricaturas; su hermana Lizbeth Alejandra desayuna.
Hemos sufrido mucho, principalmente él. Héctor no dormía por los dolores y las pesadillas. Duró dos años para poder tener una noche completa de sueño, dice Adriana Villegas mientras prepara machaca con huevo y calienta las tortillas de harina.Los primeros dos años vivimos prácticamente en Estados Unidos. Es un tratamiento difícil, aquí en México no hay gente especializada ni el equipo.
De los 70 que lograron salir con vida de la tragedia, 47 sufrirán de por vida las consecuencias pulmonares de haber inhalado el humo aquel 5 de junio; 22 tienen quemaduras graves; ocho acuden regularmente al mismo hospital en Estados Unidos y tres niñas han sufrido amputaciones de manos y piernas.
“Ellos han perdido su infancia. Han sufrido muchísimo. Todos son muy fuertes. No cualquier cosa los quiebra. Por ejemplo, Héctor Manuel el año pasado se fracturó el dedo pequeño del pie y nunca me dijo porque no le dolió. Su umbral de dolor lo tiene en el ocho, en una escala de diez. Hasta que se bañó y le vi el dedo negro, me enteré. Cuando le dije por qué no avisó, me contestó tan tranquilo: ‘porque no tengo nada, no me duele mami’”.
Salvado por los tenis
Hace cuatro años, Adriana decidió anular su vida profesional para dedicarse por entero a la recuperación de su hijo. Se prohibió llorar y deprimirse, se impuso como meta la normalización de la vida familiar. Las terapias siguen ayudando a entender lo que pasó, pero le quedó una duda: Yo siempre dije: ojalá Dios me dé la oportunidad de conocer al ángel que salvó a mi hijo.
El otro día, mientras comía en un centro comercial, dejó a sus hijos y a su madre en la mesa para ir por la comida. A lo lejos observó a un joven que se acercó con aspecto raro: “Yo pensé que era un cholo que estaba molestando o pidiendo dinero. Me acerqué y el muchacho estaba pálido y con la mente ida. En ese momento mi mamá me mira y comenta: ‘dice que él sacó a Héctor’. Yo le pregunté: ‘¿Cómo sabes que es él?’ Contestó: ‘Doña, yo saqué a ocho niños. A los ocho, todas las noches, los traigo aquí en la mente. Siempre los veo’”.
Conmovida, Adriana buscó una silla y se sentó. Le tomó las manos y le dijo llorando: Para mi, tu eres un ángel. De hoy en adelante eres parte de mi familia. Le contó que él estaba con seis muchachos tronándosela en un baldío, cuando escucharon los gritos y que sólo entraron dos a sacar niños. Héctor fue el cuarto que sacó. Le describió la ropa que traía y le dijo que le llamó la atención unas lucecitas que corrían y daban vueltas en la oscuridad del humo: Eran los tenis del Hombre Araña de mi hijo. Si no hubiera sido por esos tenis a Héctor no lo hubieran sacado.
Sin piñatas
Davina Jocelyn Miranda Montoya tiene siete años y usa una falda de tul en colores rosa y blanco con camiseta gris. Se mueve entusiasmada por la casa. Ayer llegó desde Sacramento, California, y juega con su primo. Le gusta la presencia de una periodista y pide que la entrevisten. De entrada dice que quiere ser diseñadora de modas: Quiero decirle a mis compañeros de la escuela que los extraño mucho. No puedo ir porque tengo el expansor y ya me hubiera golpeado; mejor que vengan a visitarme. Tengo 19 cirugías y ya no quiero que me estén operando porque me estoy perdiendo las piñatas de mis amigos.
Davina Jocelyn lleva un expansor superior para reconstruir la parte de sus pechos con una bolsa que se introduce bajo la piel y se llena de liquido para que vaya aumentando y obligue a la piel a crecer. Tiene el 50 por ciento de su cuerpo quemado y le hacen estudios para someterla a próximas cirugías plásticas en el abdomen.
“Mi hija está en clases de natación, gimnasia, de lo que ella quiera. Todo esto ha sido muy duro. Hay gente que se le queda viendo y la rechaza con demasiada crueldad, pero yo le digo: ‘mi amor, tu diles que te pasó un accidente’. Ella tiene esa gracia de salir adelante. La veo más segura que yo”, dice Aidé Montoya.
Comenta que lo más terapéutico para la niña ha sido el amor de su familia, más que el proceso sicológico o médico: Mi hija tiene quemaduras en distintas partes de su cuerpo: cara, brazo, espalda, pecho, piernas… pero me siento muy orgullosa porque me la llevo a la playa y ella se pone su traje de baño y se siente muy linda. ¡Eso me encanta!.
Davina Jocelyn iba a perder su brazo izquierdo en el hospital de Guadalajara, donde la trasladaron, pero en el Hospital Shrines se lo salvaron: Todos estos niños significan una palabra de fe grandísima. En su momento van a dar testimonios que seguramente van a servirle a mucha gente, porque lo que ellos han sufrido es muy impresionante y lo llevan con mucha fortaleza.
La niña está cansada de tantos tratamientos: Pero a mi me preocupaba mucho la parte de sus pechos, porque los injertos de piel no crecen, por eso le pusieron un expansor hasta que podamos saber si hay alguna afectación interna. Luego lo dirán los médicos.
La falta de justicia y la libertad de los 37 procesados es algo que les ha afectado mucho a todas las víctimas: Es como un duelo que vivimos todos los días. Nos cambió la vida totalmente. Los procesos de cirugía todavía no revelan si hay más afectación interna en sus cuerpos. Vivimos todo el tiempo con la angustia. Han pasado cuatro años y parece que fue ayer.
Davina Jocelyn se sienta en el sillón. Cruza sus piernas. Coquetea y se cubre disimuladamente con su cabello el perfil izquierdo de su rostro lastimado por las quemaduras: Me acuerdo que yo estaba dormida y se incendio toda la guardería, sentí algo caliente encima y me levante y tuve que levantar a todos, es que era la hora de la siesta.
Pulmones dañados
Karina Tapia es una de las decenas de madres que padecen el viacrucis diario de los problemas pulmonares de sus hijos, ocasionados por el incendio en la guardería ABC. Cuenta que intenta darle vuelta a la página, pero no puede porque las secuelas continúan.
Al igual que otras parejas, después de la tragedia se divorció. Sus tres hijos han padecido los estragos de lo que el pequeño Misael, ahora de siete años, está viviendo: Desde ese día cambió todo. Primero me quedé sin trabajo, sin guardería y sin dinero. Después empezaron a venir los problemas respiratorios, las constantes neumonías, llantos de noche y día, corajes, insomnio. Primero lo atendieron pediatras, luego especialistas. Lleva dos operaciones, pero no mejora.
Misael padece constantes hemorragias: “Sangra todos los días. Voy y lo dejo a las 7 de la mañana a la escuela y para las ocho me llaman para que vaya por él. Tanto medicamento le afectó el estómago. Lo está tratando también un otorrino, pues un médico para los trastornos del sueño determinó que el niño no tenía problemas de insomnio, sino de dolor. Me dijo que su problema era la nariz: ‘haz de cuenta que se le metió un gato a la nariz y lo rasguña. Le duele mucho, por eso no duerme. Cada dos años necesita una operación’”.
Desde hace cuatro años están sometidos a terapias de sicólogos y siquiatras: Me he querido hacer la fuerte y dejar los medicamentos, pero al final me llegan noches sin dormir. Nos cambió totalmente la vida. Ojalá vivieran 24 horas en nuestra casa para que vieran cuantas veces sangra Misael, cuántas veces se levanta en la noche por los charcos de sangre. Sin justicia, sin apoyo. Me siento derrotada, decepcionada, porque abandoné mi carrera de arquitectura. Se acabó todo.
Fuente: La Jornada