Rematan depósito de ojivas nucleares en Roswell, NM

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Por Rick Rojas/ NYT

Roswell, Nuevo México— Pasando los límites de la ciudad, donde la calle principal del museo del OVNI y el local de McDonald’s en forma de platillo volador se convierte en una solitaria carretera que corta por el paisaje cubierto de maleza, aparece una puerta en color verde que se asoma cual si fuera un periscopio.

Jim Moore, un agente de bienes raíces, por lo regular vende casas en vecindarios tranquilos u ofrece terrenos alejados del desarrollo urbano en un lugar donde abundan las parcelas despobladas. Pero por alguna razón, según dijo, cuando una propiedad poco común aparece enlistada, la tarea de venderla recae casi siempre en él. Y una mañana, tomó un atajo fuera de la carretera hacia un camino de terracería que conducía a su más reciente hallazgo.

La parcela de 25 acres, a unos 32 kilómetros del centro de la ciudad, tiene una desgastada casa de remolque donde el antiguo propietario solía vivir y la mencionada puerta de color verde, la cual al abrirla conlleva a unas escaleras que descienden a un profundo subterráneo. Es ahí, donde los visitantes que no le temen a los espacios cerrados, encuentran una maravilla de la arquitectura militar que ha hecho que el teléfono de Moore no deje de sonar; personas de todas partes del país que desean saber sobre el depósito de misiles que fue desmantelado hace décadas.

Desde la perspectiva de los bienes raíces, es una propiedad bastante deteriorada, una que atrae a un pequeño y característico número de posibles compradores (uno de los cuales ya firmó un contrato, poniendo la propiedad fuera del mercado por el momento). En el punto álgido de la Guerra Fría, el sitio fue el hogar de un misil Atlas-F, un arma balística intercontinental con una ojiva 100 veces más poderosa que la bomba que fue tirada en Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. El misil fue puesto fuera de servicio hace varios años, y lo que quedó fue una guarida subterránea digna de un villano de las películas de James Bond, una madriguera de 10 pisos hacia abajo capaz de soportar una explosión nuclear.

En el transcurso de los años el sitio se ha ido deteriorando, acumulando daños desde el tiempo en que fue abandonado y se convirtió en un nido de maleantes que hurgaban en busca de chatarra.

Aun así, en su listado del sitio (con un precio de 295 mil dólares), Moore lo describe como un lugar al que se le podían dar “múltiples y potenciales usos”. Los posibles compradores concuerdan, y han acudido a él con todo tipo de ambiciosas ideas: cultivadores de mariguana y jardineros hidropónicos que buscan una finca segura, el propietario de una compañía de almacenamiento de documentos propuso que el depósito fuera convertido en un archivero cilíndrico, comenzando desde el fondo hasta la superficie. Y ha habido muchos interesados del tipo de personas que, según Moore, “creen en el Juicio Final”, en busca de un búnker prácticamente impenetrable para cuando las cosas en la superficie se pongan difíciles.

“He recibido muchas llamadas, me han hecho muchas promesas”, dijo Moore, de 67 años, señalando que ha tenido a más de media docena de personas que han expresado un serio interés, pero que no logran concretar nada. “Les encantaría tenerlo, pero al parecer no cuentan con el dinero necesario”.

deposito roswell
Roswell, una ciudad de unos 48 mil habitantes, goza de una reputación que se extiende más allá del sureste de Nuevo México, conocida por los extraterrestres que según el gobierno insiste que nunca aterrizaron en dicho lugar, pero que de cualquier manera se han apoderado del poblado, llenando los anaqueles de las tiendas en el centro de la ciudad y los anuncios de restaurantes de comida rápida.

Todo se debe al aislamiento de la ciudad —según dicen los habitantes locales quienes tienen que manejar alrededor de 322 kilómetros en cualquier dirección para llegar a donde sea— y a lo cercano que se ubica de la vieja base de la Fuerza Aérea, la cual fue cerrada en 1967, lo que atrajo la atención del Ejército para construir una docena de sitios de almacenamiento de misiles, incluyendo el depósito arriba mencionado, que circundan las inmediaciones de Roswell. En total, se construyeron 72 depósitos de misiles Atlas-F, ubicados en sitios muy recónditos por todo el país, cercanos a bases de la Fuerza Aérea que pudieran abastecerlos con fuerzas del Ejército.

El Ejército diseñó los misiles y los búnkers que los albergaban con la mayor urgencia, trabajando en un momento cuando las inquietudes en torno a la seguridad nacional eran tan severas que estuvieron a punto de desbordarse en pánico, según dijo Gretchen Heefner, una profesora de Historia de la Universidad del Noreste de Boston y autora del libro “The Missile Next Door” (El misil en la casa de al lado”.

“No tenían ninguna duda de que se desataría la guerra nuclear”, dijo. “En esto se basaba la Guerra Fría”.

Con puertas que pesaban miles de kilos y paredes de casi un metro de espesor de concreto y acero, los depósitos que fueron construidos para albergar estos misiles resistirían los avatares del tiempo.

“La realidad es que estas estructuras, la forma en que fueron construidas, durarían en pie por más de mil años”, dijo Harry Hall, un constructor que trabajó en estos sitios, comparándolos con los castillos fortificados de Europa.

En los años posteriores al abandono de los depósitos, éstos fueron vendidos a propietarios privados; muchos cayeron en el deterioro, y algunos se inundaron de agua. Aun así, los sitios fueron codiciados por ciertas personas que querían prepararse para cualquier tipo de desastre que se llegase a presentar.

“Si fueron construidos para soportar un ataque nuclear, también se pueden usar para la protección de los huracanes, tornados, radiación”, dijo Hall. “Es lo que más atrae, que se les puede dar una multiplicidad de usos”.

Hall transformó un depósito en Kansas en condominios de lujo para la “supervivencia”, con alberca y un spa, cine, campo de tiro, una pared para escalar, un parque para pasear a las mascotas y cinco fuentes de energía. También cuenta con alimentos cultivados por medio de hidroponía, cerraduras biométricas y un centro quirúrgico por si los residentes del lugar necesitan sobrevivir al fin de los tiempos. (El lugar está diseñado para mantener a 70 personas por un periodo de cinco años).

Hall ya vendió las 12 unidades de su primer proyecto, apartamentos de mil 800 pies cuadrados a un precio inicial de 3 millones de dólares. En un segundo proyecto, dijo, ya ha vendido la mitad de sus unidades. “Es un refugio en caso de tener que salir librados de la tormenta”, dijo. “Si yo no lo llego a necesitar, quizás mis hijos sí lo necesiten”.

En Roswell, Moore encontró a un comprador, y espera cerrar el trato este mes. No pudo revelar la identidad del comprador, pero sí dijo que la oferta se acercaba mucho al precio solicitado.

El lugar ha pasado por una variedad de propietarios desde que quedó abandonado en 1965, y Moore describió al propietario más reciente, quien murió el año pasado, como un “típico Einstein” —un hombre brillante pero un tanto excéntrico, un diseñador de antenas de microondas que compró el depósito en los 90s con la idea de convertirlo en un hogar.

En el tiempo que vivió en la casa remolque ubicada en la superficie, sólo logró reparar el cableado eléctrico y comenzó a instalar el sistema séptico antes de que cayera enfermo y se mudara a un asilo. (Sin embargo, logró hacer algo de dinero vendiendo agua, haciendo uso de los derechos al agua de 280 acres que formaban parte de la propiedad.)

Aún queda mucho trabajo por hacer: Un contenedor de combustible se volcó en una ocasión, llenando el depósito de sofocantes gases. Cualquier cosa de valor que pudiera haber sido sacada se perdió. Los pisos están cubiertos de escombros, y las paredes están marcadas con jeroglíficos de la Guerra Fría, declarando el amor de una joven pareja, advertencias de un “ataque nuclear” y prueba contundente de que Frank estuvo aquí.

Estos problemas, dijo Moore, son cuestiones de estética. La infraestructura del depósito se mantiene estable, tal como hace medio siglo. “No se ve ni una sola cuarteadura”, dijo.

Ciertamente es trabajo de Moore hablar maravillas sobre el sitio. Pero confesó que él no compartía la fascinación de toda esa gente que lo ha llamado en semanas recientes. Él no es del tipo de persona que busca un lugar para sobrevivir a la guerra nuclear. Y el quedarse atrapado bajo tierra es una de sus peores pesadillas.

Cuando llegue el apocalipsis del que tanto ha escuchado hablar, Moore dijo que hará exactamente lo que hace todos los días, mientras sube por las escaleras para salir del bunker: caminando ansioso hacia la luz.

Fuente: The New York Times vía El Diario

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