Por Víctor M. Quintana S.
Las cúpulas del poder están empeñadas a llevarse a la ciudadanía como aquella fantástica noche londinense se llevaron a Wendy y a sus hermanos al país del Nunca Jamás. Al país donde los niños se quedan niños para siempre y nunca se hacen adultos.
En este país, los eternos niños sólo pueden vencer al maléfico Garfio y los piratas, los únicos adultos en la isla, gracias a la magia y la habilidad de la pareja Peter Pan-Campanita. Claro, siempre van vestidos de verde, aquel con un copete que le brota por debajo del gorro y ésta, irradiando luces y polvo de estrellas –del canal de las estrellas- menudita, pero sonriente y hermosa. ¿Qué mejor metáfora para el país que nos prometen Peña y Angélica?
El país en el que las y los ciudadanos nunca alcanzan la adultez, es el sueño, no de los niños, sino del PRI y de sus patrones. Una ciudadanía acrítica, hambreada, siempre será susceptible de ser tratada como menor de edad, comprada, maiceada, como diría Don Porfirio, o sorianada, como afirmaría Peña o papeada, como diría el gobernador de Chihuahua.
Esa ilusión es lo que vendieron el PRI y sus aliados y que supieron vender bien: buenos para comprar y vender lo son, ni quien lo discuta. La ilusión de un país que se transforma por el arte de la varita mágica de los “compromisos” de Peña, por más que haya ausencia de planteamientos serios o las propuestas de política sean malas copias, que no resistan al más mínimo debate. Por eso, en sus promesas doradas del país del nunca jamás se esconde el país de no pasa nada.
En este último país, sucede lo contrario del nunca jamás. Acá la gente siempre es vieja aunque se diga y parezca nueva o joven. Es el país del eterno retorno de la corrupción, de la inequidad, de las mañas, de la pobreza. La mejor prueba son los medios que el PRI utilizó para ganar estas elecciones, para inducir, comprar o en última instancia coaccionar el voto. El país donde no importa que se violen los topes de gastos de campaña, al fin y al cabo, se paga una multa y ya, un gasto más de campaña. No pasa nada.
Como no pasa nada con quienes evaden al fisco por miles de millones de pesos. La Suprema Corte de Justicia también contribuye a fortalecer el país de no pasa nada al no obligar al SAT a proporcionar los nombres de los causantes que han obtenido la cancelación de créditos fiscales —es decir, condonación de sus adeudos con el fisco— por 74 mil millones de pesos. No pasa nada para los muy ricos, pero eso sí, ningún pobre extremo se escapa que su nombre aparezca en el padrón público del programa Oportunidades.
Como tampoco pasa ni pasará nada con quienes aumentan el precio de los productos básicos muy por encima de los costos de producción: al principio del sexenio de Calderón con un salario mínimo se podían comprar nueve kilos de tortillas; hoy sólo cinco; entonces, ocho kilos y medio de frijol, hoy ni siquiera tres.
Ni pasará nada con los miles de víctimas de desapariciones forzadas, ni de atropellos a los derechos humanos, ni de feminicidios ni de asesinatos. La Ley de Víctimas fue un buen tema para posicionarse antes de las elecciones; una vez que pasaron, sin ningún empacho, Felipe Calderón la devuelve al Congreso con muchos reparos, sin publicarla: la veta por la vía de los hechos. En este país no pasa nada, ni siquiera la letra de las leyes que van a beneficiar a las y los ciudadanos victimizados.
Pero sí pasan los tratados internacionales que favorecen a unos cuantos poderosos. Por eso, a pesar de que el Senado recomendó que México no fuera signatario del ACTA, el acuerdo internacional contra las falsificaciones, que resulta más bien, una terrible arma para perseguir a los usuarios del internet y a los creadores intelectuales, dicho acuerdo fue firmado en Japón por el titular del Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual. Y al paso que vamos, un senado con mayoría prisita lo va a ratificar.
Por eso, para creer en las bravatas anti corrupción y pro transparencia que lanza Peña Nieto en sus discursos primerizos, hay que poner una sola condición: que transparente, que informe a la Nación sobre todos los recursos financieros, humanos y materiales que se emplearon en las campañas del PRI; que rinda un informe pormenorizado de la intervención de los gobiernos estatales tricolores en la campaña; que revele los contratos abiertos y secretos con televisoras, editoras de periódicos y encuestadoras. Si hace esto, por fin este país estará dando un paso hacia la adultez democrática. Si no, más nos vale seguir creyendo los cuentos de Peter Pan y Campanita.
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