En España, se han pospuesto 17 mil bodas en España a costa del coronavirus. Muchas de ellas ya no se celebrarán. Como hemos visto, las solicitudes de divorcio aumentaron durante el confinamiento chino en las regiones más afectadas, hasta tal punto que en algunas ciudades las autoridades tuvieron que limitar las demandas de este tipo por falta de personal para tramitarlas. Las llamadas al 016 por violencia machista han aumentado un 18% durante el estado de alarma. Según el INE, más de la mitad de los jóvenes de entre 25 y 29 años sigue viviendo con sus padres. Uno de cada cuatro españoles dispone de menos de 30m² para vivir.
Recesión social es como están dando en llamar en los medios anglosajones a las consecuencias psicosociales que tendrá el fin de esta crisis sanitaria. Si durante las últimas semanas se ha analizado (y se seguirá haciendo) los devastadores efectos en la macroeconomía, no hay que olvidar que, si estamos todos encerrados en nuestras casas durante meses, la vida humana, afectiva, también se atrofiará. Somos unos animales que han evolucionado para primar nuestros rasgos cooperativos, y las videollamadas no bastan.
Los resultados no son sorprendentes: estudios que analizaron cambios conductuales a largo plazo entre quienes vivieron el confinamiento del SARS advirtieron que, en los meses siguientes, la mitad de estas personas habían dejado de acercarse a quien tosía o estornudaba, una cuarta parte evitaba aglomeraciones y una quinta parte se negaba a visitar espacios públicos. Un porcentaje significativo también pasó muchos meses lavándose las manos a conciencia, evitando las aglomeraciones y posponiendo otros aspectos de su normalidad pre crisis. Al contrario de lo que podría parecer, habrá personas que no podrán adaptarse a un mundo como el de antes.
Padres, hijos, enfermeros: según estudios los padres que han tenido que pasar por cuarentenas tienden a reportar en el 28% de los casos síntomas encuadrables dentro del estrés postraumático frente al 6% de los que no pasaron por ellas. En el caso de los niños, el índice era también cuatro veces superior. Los efectos en el estrés, fatiga, falta de conciliación del sueño e irritabilidad de los trabajadores sanitarios que han pasado por una pandemia eran también excesivamente elevados.
La sed de piel: la perspectiva no es mejor para las personas que viven solas. La falta de contacto físico es uno de los aspectos que potencialmente puede desembocar en una reconfiguración del cerebro y a la aparición de problemas psicológicos, como saben las víctimas de torturas militares.
El peligro de nuestros mayores: este esfuerzo titánico del conjunto de la sociedad está volcándose, en parte, en salvar a las personas de tercera edad, el principal grupo de riesgo. Sin embargo al aislarlos podemos estar contribuyendo a su merma emocional. Hay 1.9 millones de hogares unipersonales ocupados por personas de más de 65 años, en el 75% de los casos viudas.
Según un estudio las personas de más de 50 años que viven solas tienen más posibilidades de fallecer que las que no lo están. Varios psicólogos tienden a señalar cómo los ancianos son más necesitados de contacto físico prolongado que las personas de otras generaciones. Si a eso se suma su menor índice de pericia electrónica, estamos hablando de mucho dolor causado por la soledad a la que paradójicamente les hemos avocado para alargar sus vidas.
Fuente: Xataka.com