Por Alberto López Herrero*
Nos encontramos en un mundo tan globalizado y tan egoísta que, por un lado, lo que ocurre en un lugar del planeta en el ámbito social o económico acaba afectando al resto de la Tierra y, por otro, nos preocupamos tanto y exclusivamente de nosotros mismos que las desigualdades y las injusticias nos resultan ajenas si no nos golpean directamente.
Afortunadamente hay excepciones, y no son pocas; personas con voluntad de ayudar, con sensibilidad para ponerse en el lugar de otro, con capacidad para arriesgar y cambiar el mundo desde los detalles. Sin embargo, el propio sistema las desprecia y trata de anularlas. Las califica de antisistemas y revolucionarias, dando a entender que el derecho al pataleo es la única legitimidad que queda para mostrar desacuerdo.
Por qué no vamos a poder quejarnos y a luchar por la justicia social y por la igualdad en medio de la crisis económica y, sobre todo, de valores en la que nos obligan a vivir, rodeados de corrupción, de decisiones políticas que premian a los ricos, ocultan y defienden a los corruptos y persiguen a los débiles y a los que han sido engañados… Parece de sentido común, pero no es tan sencillo. Estamos anestesiados, nos están adormilando, mermando tanto nuestras posibilidades que la resignación parece el único consuelo.
Estábamos aburridos de vivir en un mundo idílico, de no saber y de creernos lo que nos contaban, pero de repente hemos empezado a conocer escándalos políticos, financiaros, inmobiliarios… del pasado, así que, qué no estará ocurriendo ahora mismo a nuestro alrededor entre los que deciden cómo tenemos que vivir. Es, por tanto, nuestro momento, aunque a nadie nos gustan los que se quejan por sistema, los que parecen derrotados, víctimas y hastiados de todo: en el trabajo, en las vacaciones, entre los amigos.
Los recientes estudios de ‘coaching’ enseñan que la mayoría de nuestros lamentos son inútiles porque se basan sólo en la posibilidad de que sucedan. Explican que el 40% de las situaciones que nos preocupan nunca pasará; el 30% sucederá con toda seguridad y, por tanto no podremos evitarlas; el 12% serán malentendidos y un 10% asuntos relacionados con la salud, así que sólo un 8% de las preocupaciones tiene una base legítima.
Oliver Clerc, un joven escritor, traductor y filósofo suizo que utiliza con gran éxito las nuevas tecnologías para difundir su pensamiento, ha divulgado una bella metáfora de la situación actual aunque niega ser el autor. Explica, resumiendo, que si colocamos una rana dentro de una cazuela llena de agua y la calentamos lentamente al fuego al animal esto le parecerá bastante agradable y seguirá nadando. El agua pasará de fría a tibia hasta llegar a un punto en el que ya no le gustará tanto, pero no se inmutará, ya que el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia. La temperatura continuará subiendo hasta resultar desagradable, pero el anfibio ya no se moverá porque se encontrará sin fuerzas y se limitará a aguantar y a tratar de adaptarse. De esta forma, poco a poco, la rana acabará hervida y morirá sin realizar el menor esfuerzo por salir de la cazuela. Sin embargo, continúa el relato, si sumergimos a una rana en una cazuela con el agua a 50ª, de un solo salto se pondrá a salvo fuera del recipiente.
La enseñanza es clara: un deterioro tan grande como el que sufrimos, al ser tan lento y paulatino, no sólo pasa inadvertido muchas veces, sino que no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía por nuestra parte… ¿No es lo que sufrimos hoy en muchos ámbitos a diario?
Ya lo decía William George Ward en el siglo XIX: “El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”. Estamos a tiempo de elegir entre conciencia o cocción y para ello necesitamos líderes, personas realistas, emprendedoras, con capacidad para cumplir su palabra, para luchar contra el poder endémico y acomodado, para perfeccionar un sistema lleno de desigualdades, que premia a las castas de nuevos ricos y que mide el poder sólo por el dinero y no por el conocimiento. Todos contamos porque todos tenemos motivos para quejarnos. El mañana es ahora.
*Alberto López Herrero. Periodista
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