Racismo y discriminación

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Por Octavio Rodríguez Araujo

Hace muchos años, en 1994, un querido amigo me comentó que tenía vínculos con los huicholes de Jalisco y Nayarit. Concertamos una cita en un restaurante de Insurgentes, en la ciudad de México. Llegó un compañero vestido con su traje típico y todos los que estaban en el restaurante se le quedaron viendo desde que entró hasta que se sentó a la mesa donde estábamos mi amigo y yo. No nos quitaban la mirada, entre curiosa y extrañada, pero nadie se atrevió a decirle nada al compañero huichol. Él logró que los de su etnia enviaran una representación a la Convención Nacional Democrática convocada por el EZLN.

Es probable que si hubiera llegado solo a comer no sólo lo hubieran mirado con extrañeza sino que quizá le hubieran informado que no había mesa disponible. No lo sé, pero sí puedo imaginarlo, pues me ha tocado ver en algunos bancos y en algunas tiendas que a la gente vestida con sus atuendos indígenas no los atienden, los discriminan y en ocasiones los desalojan como si no tuvieran derecho a estar ahí.

Al igual que muchos sé que, por ejemplo en San Cristóbal de las Casas, los coletos hacían bajar de la banqueta en que caminaban a los indios chiapanecos. Esto ha cambiado después del levantamiento de 1994, pero persiste en otros muchos lugares. Se llama racismo.

En todos lados existe racismo, y hoy en día es expresión de los llamados blancos en contra de quienes no lo son, tanto en Estados Unidos como en Europa, incluso en España que, por cierto, es multirracial desde hace siglos. Lo que cuesta trabajo entender es que también se dé en México. ¿Cómo es posible que la población mestiza discrimine a quienes provienen de los pueblos originarios, a quienes ya estaban aquí cuando nos visitaron los españoles para conquistarlos, para ponerle fin –según ellos– a su cultura y para imponerles una religión que les era totalmente ajena? Esos mestizos deberían saber que si tienen esta condición es porque unos blancos (pues los conquistadores eran hombres) no tuvieron problema en tener hijos con unas morenas llamadas indias aunque la India estuviera muy lejos de estas tierras. El mestizaje es tradicionalmente mayor en varios países de América Latina porque, hay que decirlo, los españoles fueron un poco menos racistas que los ingleses, los alemanes, los irlandeses y demás que colonizaron, por ejemplo, Estados Unidos. Hoy en día, incluso en el racista país del norte, hay parejas llamadas multirraciales y en algunos estados de esa nación más o menos se les tolera gracias al avance que los afrodescendientes lograron en sus luchas por los derechos civiles hasta ganar el derecho de ir a los mismos baños que eran exclusivos para los blancos.

Allá, en Estados Unidos, casi terminaron con sus pueblos originarios, pero trajeron esclavos negros para trabajar y, con el tiempo y una guerra intestina, dichos esclavos pudieron ser hombres libres, sí, pero sin derechos ciudadanos hasta mediados de los años 60 del siglo pasado, un siglo después de abolida la esclavitud. Luego emigraron miles de los que ellos llaman latinos y ahora son tantos o más que los negros, pero todos son llamados minorías étnicas. Rigurosamente hablando Estados Unidos está compuesto por minorías étnicas, pero usan lo étnico para quienes no son blancos, pasando por alto que etnia, según nuestro diccionario (para no entrar en complicaciones antropológicas), es una comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etcétera, es decir también de europeos.

Pero acá, en México, las minorías son los blancos y muchos de los que se creen blancos en realidad son mestizos, esto es frutos de matrimonios multirraciales (si vale el término), pero –según ellos– menos morenos que otros. En realidad, los racistas mexicanos no sólo se expresan de ese modo por el color de la piel (que algo cuenta), sino por la indumentaria y la forma de vida de los otros a los que estúpidamente llaman nacos, expresión grosera y discriminatoria para referirse a quienes son indios o parecen serlo, y probablemente derivada de totonaco (grupo étnico oriundo de la planicie costera de Veracruz y de la sierra norte de Puebla). Es quizá racismo con clasismo, es decir discriminación por color de piel y condición social, porque si alguien es millonario y moreno lo aceptan sin condiciones y hasta presumen que los visitó en su casa.

Francamente no entiendo el racismo. ¿Importa para algo el color de la piel, del pelo o de los ojos? Puede haber gustos, esto no lo discuto, pero ¿discriminación? Es para mí un enigma y siempre me ha parecido que sólo los muy tontos e incultos pueden ser racistas, o quienes sienten amenazada sus formas de vida o su religión, que son todavía más tontos que los anteriores. ¿Por qué defender una forma de vida o de vestido para salir a la calle si cada quien tiene derecho a vestir como le da la gana? ¿Por qué defender creencias y religiones si ambas son un asunto íntimo de cada quien? ¿Y el color de la piel? Esto es quizá lo más absurdo que a alguien se le pueda ocurrir, y más a los dizque blancos (que estrictamente no lo son), que se exponen al sol precisamente para broncearse o que toman píldoras para estimular la melanina y tener la piel más oscura sin necesidad de exponerse a la peligrosa radiación ultravioleta.

El racismo, para mí, es una tontería de gente ignorante, y su consecuencia, la discriminación, debería estar más que penada, pues ambas son actitudes no sólo indignas de quien se considere ser humano sino altamente ofensivas hacia otros.

www.rodriguezaraujo.unam.mx

Fuente: La Jornada

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