Por Yolanda Román
Qué revuelo con esto del lobby. El palabro tiene connotaciones negativas y genera repulsión. Esto se debe a que evoca primariamente a grupos de poder económico, con gran capacidad de influencia en gobiernos y partidos políticos, de los que se sospecha que no ejercen ese ascendiente con transparencia o legalidad.
La realidad es más compleja y diversa y por eso merece la pena tratar de desmontar algunas ideas preconcebidas sobre el llamado “poder en la sombra”, en el que se incluyen muchas organizaciones sociales.
El lobby es un ejercicio de participación democrática que consiste en tratar de influir en el legislador y en cualquier proceso de toma de decisiones políticas. Esa labor tiene como fin defender una causa determinada, desde el libre comercio de productos agropecuarios hasta el fin de la mutilación genital femenina, o proteger los intereses de colectivos concretos, lo mismo las empresas tabacaleras que los indígenas chiriguanos.
En España existe una ley que permite controlar el comercio exterior de armas gracias al trabajo de lobby de un grupo de ONG. Participé como lobbyista en aquel largo proceso. Al mismo tiempo que las organizaciones sociales, las empresas fabricantes de armas también trataban de influir en el Gobierno y el Parlamento, pero en el sentido contrario al de las ONG, defendiendo sus intereses comerciales. Cuando los lobbyistas de las organizaciones salíamos de un despacho, entraban los de las empresas, y al revés.
En varias ocasiones nos reunimos con representantes de las propias empresas. Las reuniones eran tensas pero cordiales. Las ONG teníamos la razón, argumentos incontestables y, lo más irritante, esa molesta capacidad de movilización social. Sin embargo, secretamente yo siempre simpaticé con algunas de las preocupaciones de las empresas. Alegaban, por ejemplo, que establecer en España una regulación más restrictiva que la de otros países vecinos les colocaba en una clara posición de desventaja comercial.
Al final se aprobó una ley de mínimos pero que suponía un enorme avance de transparencia y, por tanto, de capacidad de control del comercio español de armamento. Las ONG nos arrogamos aquella victoria.
El trabajo de lobby, ya sea el de las empresas, los grupos religiosos o las ONG, requiere de tres elementos fundamentales: estrategia, diálogo y capacidad de persuasión. La estrategia ha de basarse en el conocimiento de los procesos y los tiempos políticos y en el eficaz manejo de la comunicación externa. El diálogo es imprescindible, no sólo con el tomador de decisiones, sino con todos los grupos de interés afectados. Por último, el lobby es un ejercicio de persuasión y negociación entre personas, por eso es importante que quienes mantengan la interlocución directa con los actores políticos tengan un perfil y experiencia determinados.
En aquel proceso hasta la aprobación de la Ley de comercio de armas, las ONG ganamos por goleada a las empresas en esos tres ámbitos: el de la estrategia, el diálogo y la persuasión. Las empresas pueden tener más dinero, pero las organizaciones sociales tenemos la capacidad de denuncia y de movilización social. De cómo sepamos aprovechar y gestionar ese poder de presión depende nuestra capacidad de influencia.
Para evitar confusiones y sospechas, se impone una regulación de la actividad de los lobbies, de todos ellos, que garantice la máxima transparencia y control. El Presidente del Gobierno español ya ha anunciado una ley para regularlos. Las ONG no debemos quedar al margen de ese debate. Al contrario, nos interesa mucho estar e influir en él.
* Yolanda Román. Responsable de campañas de Save the Children
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias