Ambas Coreas mantuvieron conversaciones de alto nivel el sábado al cumplirse el plazo impuesto por el Norte para que los surcoreanos dejen de transmitir propaganda por altoparlante en la frontera o se preparen para la guerra.
¿Cuál es la diferencia ahora? Por un lado, Corea del Norte parece estar dispuesto a cumplir una amenaza anterior de atacar los altoparlantes y por el otro su plazo del sábado es muy concreto.
Para sorpresa de todo el mundo, las fuerzas armadas surcoreanas informaron el jueves que los norcoreanos habían disparado al otro lado de la frontera, a lo que Corea del Sur respondió con andanadas de artillería. Si Corea del Norte ya atacó, dicen algunos, existen mayores probabilidades de que cumpla su nueva amenaza, sobre todo si se hacía caso omiso a un plazo concreto.
Otro factor de preocupación es la incertidumbre acerca del joven líder de tercera generación que tiene el timón en Pyongyang, Kim Jong Un.
Sus dos predecesores —su abuelo y fundador del país Kim Il Sung y su padre Kim Jong Il— eran maestros de la política al borde del abismo, el juego arriesgado de utilizar provocaciones y amenazas hasta el límite, sin superarlo jamás, para obtener ayuda y concesiones, pero se cree que Kim Jong Un carece de la astucia, la experiencia y, tras una serie de purgas sangrientas en los niveles más altos del gobierno y las fuerzas armadas, los buenos asesores.
Cuando decenas de miles de efectivos con tanques y artillería se encuentran frente a frente en una frontera a tiro de artillería de los 10 millones de habitantes de Seúl, la incertidumbre persistente acerca de lo que hará Kim impide pasar por alto las amenazas de guerra, aunque las declaraciones anteriores hayan sido palabra hueca.
Ha habido escaramuzas y derramamiento de sangre en las últimas décadas, pero sin escalamiento. El riesgo de que la situación se salga de madre parece mayor ahora porque Corea del Sur, tras un enfrentamiento humillante en 2010 cuando un ataque por sorpresa norcoreano mató a cuatro efectivos, ha ordenado a sus militares que respondan a cualquier ataque con mayor fuerza.
Aun así y teniendo en cuenta que pronosticar la conducta norcoreana es poco menos que imposible, hay algunas señales importantes de distensión.
Por imprevisible que sea, la conducción autoritaria del Corea del Norte se ha mostrado totalmente consecuente en un aspecto: proteger el régimen de la familia Kim.
Aunque es orgulloso y sumamente susceptible a cualquier desaire desde el exterior —de ahí la furia que le provocan las críticas transmitidas por altoparlantes surcoreanos_, Pyongyang es renuente a tomar cualquier medida que haga peligrar la posición de omnipotencia que mantienen los Kim desde la fundación del país en 1948.
Desde luego que cada insulto tendrá su respuesta, tanto en la propaganda en la prensa estatal como en las declaraciones rimbombantes de soldados y simples ciudadanos dispuestos a aplastar al enemigo, pero el destinatario de esto es una audiencia interior ante la cual Kim Jong Un no puede aparecer sino bajo luz heroica.
Avanzar hasta un conflicto militar en regla sería suicida. Estados Unidos mantiene decenas de miles de efectivos en Corea del Sur y tanto Seúl como Washington superan de lejos al norte en tecnología y eficacia armamentista. Corea del Norte puede provocar una gran destrucción en Seúl —la artillería oxidada, si es abundante y dispara desde cerca, puede ser mortífera_, pero una guerra sería el fin de la familia Kim.
En ocasiones anteriores Corea del Norte ha sabido retroceder y salvar las apariencias y parece que los dos bandos se han contenido en el conflicto inicial al disparar su artillería, según trascendió, a zonas remotas.
Otra razón para desescalar es que 80.000 efectivos estadounidenses y surcoreanos están realizando sus ejercicios militares anuales. Pyongyang los detesta y los califica de preparativos para un ataque hacia el norte, pero este es mal momento para iniciar una guerra.
Fuente: AP