Por Bernardo Barranco V.
El Vaticano regresa al espectáculo que más le gusta, el litúrgico. Momentáneamente deja atrás los escándalos para dar paso a la ceremonia de entronización del papa Francisco. Las formas de las ceremonias acaparan el interés y embeleso; grandes personajes de la política y del poder se darán cita. Los liturgistas explicarán sabiamente los protocolos, gestos, símbolos y rituales que se creían perdidos en la cuna de Occidente. Pareciera que pasado y presente se concilian; la tradición visual vincula legados evocados bajo la fascinación de los espectadores atraídos quizá por la pérdida de significados actuales. Toda esta teatralidad y escenografía medieval, que cautiva incluso a no creyentes, no oculta para nada el hecho de que la Iglesia católica se encuentra en medio de una severa crisis.
La misa de inicio de pontificado de Francisco se da en medio de muchas expectativas, preguntas e inquietudes por el futuro inmediato de la cimbrada catolicidad. Uno de estos espectadores, no hay que olvidarlo, será precisamente un papa emérito que renuncia exhausto por las intrigas palaciegas del Vaticano. Si a partir del Concilio Vaticano II se cuestionó el progresismo católico por sus audacias, como una amenaza a la identidad de la Iglesia, hoy su contraparte, el conservadurismo jerárquico, tras gobernar 50 años está dejando a la Iglesia al borde de la ruina.
El conservadurismo católico no sólo ha puesto en riesgo la identidad eclesial, sino la viabilidad institucional de la Iglesia, hoy amenazada. Por ello se hace necesaria una nueva síntesis, más allá de los conservadurismos y progresismos católicos. Son obligadas importantes reformas y cambios en la estructura eclesial, especialmente de la corrupta curia romana. De ahí la expectativa no sólo del mensaje-homilía del nuevo pontífice, sino de los gestos y señales que han venido interpretándose estos días.
La primera señal es el nombre. Francisco tiene un significado profundo. El propio Bergoglio ha expresado que se impresionó con un saludo de su amigo, el cardenal Claudio Humes; al final de las votaciones durante el cónclave, le dijo: no te olvides de los pobres. El nombre del Papa se inspira en Francisco de Asís, defensor radical de los pobres y cuestionador de las riquezas y abusos de la corte clerical romana del siglo XII. Con los periodistas Francisco expresó:¡Cómo me gustaría tener una Iglesia pobre y para los pobres! El tema de la pobreza es muy latinoamericano. Está directamente vinculado con el de la justicia social, que tanto enarbolaron las reuniones episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979).
El segundo gesto importante fue el embarazoso y accidental encuentro que el nuevo Papa tuvo con Bernard Law en la Basílica de Santa María la Mayor. El arzobispo emérito de Boston está acusado de haber encubierto a 250 curas pederastas. Según infoma Il Fatto Quotidiano y después fue recogido por las agencias informativas, el Papa habría sido muy severo con el cardenal: No quiero que frecuente esta basílica, zanjó, tajante, Bergoglio. Y lo quiere obligar a guardarse en un monasterio de clausura.
Este hecho podría interpretarse como que el papa Francisco podría ser mucho más severo y punitivo que su antecesor frente a la crisis de pederastia clerical que sigue azotando a la Iglesia. Bergoglio ha derrochado gestos que se salen del protocolo; por su sencillez y expresiones de humildad recuerdan la actitud desenfadada de Juan XXIII. Intelectualmente, el pontífice argentino tiene nivel para no desentonar con Paulo VI y Benedicto XVI, y desde la perspectiva social parece aún más radical que el carismático Juan Pablo II. Y todos esperamos que no siga la suerte dramática del que prometía ser un pontificado renovador en 1978; nos referimos al papa Albino Luciani, Juan Pablo I.
El que Bergoglio sea un Papa latinoamericano es un signo importante de inevitables reacomodos en la geopolítica eclesial del catolicismo. Europa e Italia ya no pueden seguir siendo el centro de la cristiandad. Éste se está desplazando en una lógica policéntrica hacia el hemisferio sur, en particular hacia América Latina, que tiene 483 millones de católicos, más de 40 por ciento de la catolicidad actual. La elección de un pontífice que proviene del fin del mundo tiene relevancia, por cierto, expresión eurocéntrica involuntaria del propio Bergoglio. ¿Fin del mundo en relación con qué?, se pregunta el destacado sociólogo brasileño Luiz Alberto Gomes de Souza. La presencia por primera vez de un Papa no europeo pone en evidencia la situación dramática de la fe en aquella región que bien puede considerarse ahora paradójicamente como tierra de misión.
Bergoglio enfrenta como Papa cuestionamientos, los profundos propios a la Iglesia. Así como a Pío XII se le cuestiona su actuar durante la Segunda Guerra Mundial, a Ratzinger su obligada milicia en las tropas nazis, el papa Francisco enfrenta el silencio, la complicidad y en muchos casos la colaboración de la Iglesia durante el golpe y dictadura militar en Argentina. Una herida no cicatrizada en aquel país, de la cual la Iglesia no ha querido reconocer, plena y honestamente, responsabilidades mayores ni se ha atrevido a pedir perdón a la sociedad argentina. El expediente sobre la relación entre la Iglesia y las dictaduras militares ha dejado de ser un asunto doméstico y ahora se abrirá nuevamente la desgarradora historia, bajo la mirada mediática de la sociedad global.
Está claro que muchos de los problemas que existen hoy en el catolicismo no pueden ser resueltos rápidamente. Además de la pila de grandes desafíos que encara la Iglesia, como el tema de la mujer, los jóvenes, el celibato, la sexualidad, la pederastia, la banca vaticana, etcétera. La pregunta obligada en el inicio del pontificado del papa Francisco es: ¿será capaz de hacer reformas urgentes? Especialmente en la curia. Una señal poderosa reside en el nombramiento del próximo secretario de Estado, su asistente directo. Si es un italiano curial, habrá cambios cosméticos, pero no reformas a fondo. Y sobre todo, los cambios deberán darse en los dos primeros años del pontificado porque el papa Francisco es viejo y si deja pasar más tiempo, como lo hizo Benedicto XVI, quizá sea demasiado tarde. Francisco necesita, además de reinar su pontificado, gobernar la Iglesia con nuevas hipótesis.
Fuente: La Jornada