Por Robert Fisk
Una vez más, el hada madrina de Medio Oriente irrumpe en escena. Qatar, la nación que supuestamente pagó 40 millones de libras para liberar a 13 monjas del cautiverio en Siria, hace cinco meses –de ser cierto, las monjas más caras del mundo–, una vez más ha logrado lo imposible, y en esta ocasión presenta un escritor estadunidense salido de los desiertos de Siria.
Peter Theo Curtis, secuestrado hace casi dos años, al parecer en la ciudad turca de Antakia, se deshacía en elogios por el trato recibido. Todo ha sido perfecto: la comida, la ropa, ahora hasta tengo amigos allá, dijo en el video obligatorio.
¿Quién pagó por ello? La pista surgió cuando la igualmente predecible fuente qatarí confió que Curtis fue entregado a representantes de la ONU. Qatar deseaba liberar a los cautivos por razones humanitarias, dijo la fuente. Todo es cuestión decomunicarse con las personas indicadas en Siria.
¿Quiénes eran esas personas indicadas? Las monjas, encarceladas en la población fronteriza de Yabroud, no podrían haber sido liberadas en marzo pasado sin las agencias de seguridad libanesas y el presidente Bashar Assad, de Siria. Y él es el hombre al que tenemos que odiar –o teníamos que odiar más hasta que el Isil, dedicado a derrocar al mismo Assad, nos odió más que a él–, cuyo propio régimen es ahora el único de los últimos bastiones contra el horripilante califato de Abu Bakr Bagdadi.
Los qataríes tienen un juego muy interesante. Por una parte, dicen a Assad que son importantes en Siria. Assad está bien consciente de esto, puesto que Qatar ha estado arrojando millones de dólares a los rebeldesmoderados que intentan derribar a su gobierno –moderados que ya no existen–, pero cuyos sucesores han estado haciéndole algunos favores al propio Assad en fechas recientes.
Sin la influencia de Qatar –no ensuciemos nuestros pensamientos con un solo dólar en efectivo–, las monjas no habrían sido liberadas y el ejército de Assad se habría visto obligado a abrirse paso hacia la población fronteriza de Yabroud en marzo. Y ahora de pronto –luego de la atroz decapitación de James Foley– aparecen los qataríes para decir que su minúsculo emirato puede arreglar la liberación de un rehén estadunidense.
Dos aspectos deben resaltarse. Los sauditas no lograron liberar a un rehén estadunidense en el califato –fueron los qataríes–, y durante varios meses los qataríes no han escupido mucho veneno hacia el régimen de Assad. ¿Podría ser que en bien de la paz en Medio Oriente y de la paz de espíritu de Obama –que significa evitar otra deblacle estadunidense en la región–, la vieja hada madrina busque ponerse una vez más en el centro del escenario? Esto enfurecería a los sauditas –algo que los qataríes hacen muy a menudo– y una vez más colocaría al emirato de Qatar, rico en petróleo, como un aliado confiable de Washington, así como un aliado potencial de Assad.
Los cínicos se irán de la lengua, desde luego. Es una lástima, por ejemplo, que el emir no pueda mostrarse tan influyente cuando se trata de liberar a sus propios periodistas de Al Jazeera de su prisión en Egipto, de manera tan mágica como parece haber sacado a Peter Curtis del cautiverio. Peter Greste y sus colegas, enchironados en la cárcel de Tora, en las afueras de El Cairo, deben estarse preguntando cuándo aparecerán las llaves tintineando en la cerradura.
Me temo que todavía no. Después de que Qatar apoyó al presidente Mohamed Mursi de Egipto en vez de a su némesis, el mariscal de campo/presidente Abdel Fatah Sisi, Al Jazeera quedó vetada. Por eso los reporteros están en prisión después de una farsa de juicio. Y no es probable que los sauditas, que apoyan a los salafistas partidarios de Sisi en Egipto, acudan al rescate de los reporteros de Al Jazeera.
Todo se reduce, pues, a de qué lado está cada quien… y de qué lado cada quien quiere ser visto. Y de cuánto dinero tiene cada quien.
Hasta ahora, Qatar parece contar con la atención de los rebeldes de Jabhat al-Nusrah de Siria (o les llena la cartera), que para nada son moderados, más bien casi Al Qaeda, pero (aún) no acogidos del todo por elcalifato.
Por supuesto, las autoridades en Doha pueden negar al instante que se haya dado algún intercambio de dinero. Cuando uno es un Estado del Golfo que sostiene milicias armadas, no necesita pagar por la liberación de un rehén, en especial si ya pagó los honorarios de los secuestradores.
Y si los chicos del Nusrah le dan un respiro a Assad, se ponen rudos contra el califato y vomitan un rehén o dos, bueno, a los ojos de Occidente, será dinero bien empleado.
© The Independent/ Traducción: Jorge Anaya