Por Nazanín Armanian/ Público
La ingeniosa propuesta rusa a Siria de poner sus armas químicas bajo el control internacional para desactivar el ataque militar de EEUU, coloca a Vladimir Putin en el centro de la arena internacional frente a un belicista temerario como Barak Obama, desacreditado por su doble moral y su indecisión.
Además de colocarse en el “lado correcto de la historia”, —y a pesar de que EEUU podrá buscar otro pretexto para agredir a Siria—, Putin tras años de esfuerzo está consiguiendo que su país volviera a jugar el papel de la superpotencia que representaba después de dos décadas de letargo. Para ello, se ha valido de dos principales “armas”: ser el primer productor mundial de gas y de petróleo y ser el centro de la religión ortodoxa cristiana.
El aumento de los precios del petróleo durante la década pasada y su incursión en el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) son algunas de la causas de un crecimiento económico del 6,8% (en 2011). Hoy, la Rusia capitalista, que a pesar de la destrucción de la URSS no se convirtió en un “estado fallido” y sobrevivió a las “revoluciones de colores” fabricadas en Washington, cuenta con el 10% de las reservas del oro mundial y la tercera reserva monetaria más grande del mundo después de China y Japón, así como el segundo lugar en el podio planetario en número de milmillonarios… mientras el 43% de la población vive en la pobreza. No sirve de consuelo que esta cifra en EEUU alcance el 48%.
La Santa Alianza
Aunque Vladimir Putin no ha llegado a ser como George Bush que llegó a dar comienzo a las reuniones de la Casa Blanca con una plegaria, ni es la cabeza de la Iglesia como la reina Isabel II de Inglaterra, sí que pide la bendición del clérigo ortodoxo y protege a la fe y a Dios como nadie.
Con el fin de restaurar la fuerza de Rusia, el hombre de mirada penetrante ha impulsado algo parecido a una segunda cristianización del país, y ha convertido al cristianismo ortodoxo en el nuevo concepto nacional de cohesión, sustituto a la doctrina unificadora marxista de la era soviética y en la barrera del avance imparable del catolicismo rival, símbolo del capitalismo occidental.
En 1997, la Ley Yeltsin suprimió la igualdad de todas las religiones ante la ley, otorgó importantes privilegios a la Iglesia Ortodoxa, acabando con el sueño del Papa polaco Juan Pablo II de “catolizar Rusia”, como premio a su estrecha colaboración con la CIA en destruir la Unión Soviética (leer: “El Vaticano contra EEUU”) .
Esta sociedad agnóstica, aunque respetuosa con su poderosa iglesia, que necesita hospitales, escuelas, o residencias de ancianos, no sabe por qué el número de iglesias y monasterios ha ascendido de 5.318 en 1985 a 31.200 en 2012. Está previsto instalar en San Petersburgo el monumento a Jesucristo más alto de Europa, de 33 metros de altura, lo que supone la guinda de este fervor resucitado de las épocas zaristas.
El Kremlin, a través de la esta iglesia, mantiene lazos de influencia en países como Bielorrusia, Georgia, Ucrania, los países de la antigua Yugoslavia, Rumania, Moldavia, Bulgaria, Grecia, Chipre y Armenia, pero también en Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Oriente Próximo, y sobre los 25 millones de rusos que la desintegración de la URSS dejó en países hoy independientes.
El patriarca Kilill cuenta con la autoridad sobre los 225 millones de fieles en todo el mundo. Con una activa diplomacia, el jefe de esta institución visitó Ucrania, Polonia, Grecia, Jerusalén, Líbano y Siria, donde se fotografió con el presidente Assad, elogiando su trato a los cristianos.
La religión ortodoxa, por otro lado, resulta muy también para mantener el control y orden social, legitimar las políticas conservadoras, y ¿cómo no? vigilar al islam profesado por 24 millones de fieles (o sea, más musulmanes que en la propia Arabia Saudí) con un alto índice de natalidad.
Acusar de “vandalismo motivado por odio religioso” y encarcelar a las cantantes del grupo punk Pussy Riot, que denunciaban los lazos entre Putin y la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa, fue seguido a la aprobación de una ley anti-blasfemia que castiga con penas de hasta tres años de prisión las ofensas contra la religión: empieza la caza de brujas y de brujos.
Los bolcheviques abrieron los armarios
Sin apenas discrepancias, hubo una abstención y ningún voto en contra (ni el de la izquierda), el parlamento ruso aprobó la ley contra la “propaganda gay”, respaldada por una gran mayoría de los ciudadanos que equipara la homosexualidad con la pedofilia, a pesar de que grandes y queridos artistas e intelectuales como Chaikovski, Pushkin, Gogol, Kuzmin, o Ivanov, eran gays.
Paradoja de un país que cuando fue dirigido por Lenin se convirtió en el primer Estado del mundo en legalizar la homosexualidad, despenalizando la “sodomía”. ¡EEUU lo hizo en 2003! Fue Stalin quien en 1933 la volvió a castigar con cinco años de prisión. Aquel georgiano la consideraba un producto de la decadencia moral de los explotadores, un producto propagado por los nazis que así atentaban contra la moral del proletariado. Por su parte, los fascistas tildaban de “cultura bolchevique” la homosexualidad y la liberación de la mujer, ambas símbolos de la degeneración moral.
Siguiendo las directrices de Stalin, los partidos comunistas y socialistas de todo el mundo rechazaron como militantes a aquellos que fueran sospechosos de amar a alguien de su propio sexo.
Los motivos reales detrás de la campaña homófoba rusa son:
1. A igual que hace 3000 años, junto con la criminalización del aborto, la prohibición de relaciones homosexuales entre hombres forman parte de las medidas pro natalistas destinadas a aumentar la población del grupo. Rusia, que en 1991 contaba con 149 millones habitantes, en 2001 bajó a 146 millones y se prevé que en 2030 y con este ritmo se reduzca hasta los 128 millones. Disminuyen los nacimientos, aumenta la mortalidad por el deterioro en la calidad de vida, que deja la esperanza de vivir en los 69 años. Se necesita mano de obra y por eso se ofrecen incentivos económicos y laborales para quienes tengan hijos. Las reticencias impuestas a la política de adopciones de niños rusos por extranjeros también procede de esta mirada.
2. Miedo a perder el control sobre el cuerpo y la mente de los ciudadanos
3. Mantener el sistema patriarcal y poder de los hombres en una sociedad machista y preservar la estructura de la familia tradicional, a pesar de su disfuncionalidad.
4. Desviar con estas campañas la atención pública de los graves problemas sociales de la población.
Anaconda no es sólo un reptil
Anaconda es también el nombre nepalí para la serpiente “asesino de elefantes”, que rodea y estrangula a su presa lentamente, pero también es la contraseña de la estrategia diseñada por EEUU en rodear a Eurasia y asfixiar a Rusia a través de bases militares, de la llamada C4ISR (acrónimo inglés de “Comando, Control, Comunicaciones, Informática, Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento”), y de usar la bandera de la democracia y los derechos humanos. Dificultar el acceso de los rusos a los mares es el centro de esta política. Con la guerra contra Siria, Washington lo que pretende es justamente desalojar a Rusia de los puertos sirios y “otanizar” todo el levante mediterráneo.
La trampa que le tendió Obama a Putin en el caso de Libia ha hecho que el líder ruso diera un giro radical en sus relaciones con EEUU. Pues, lo que iba a ser una operación limitada de exclusión aérea, se convirtió en un bombardeo del país, el brutal asesinato de Gadafi y el saqueo de su ingente fortuna en bancos occidentales, haciéndose así con sus amplios campos de gas y petróleo.
Empieza ahora una verdadera Guerra Fría. En la batalla —aunque discreta—, contra OTAN y EEUU, Putin se sirve de BRICS (que golpean duramente el dólar con su canasta de monedas diferentes), pero también con una cooperación con China (sin precedentes desde los tiempos de Mao y Stalin), a través de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Juntos han exigido la retirada de las fuerzas armadas de EEUU de Asia Central, por lo que la potencia occidental no ha tenido otro remedio que poner la fecha del 2014 para su forzada marcha de Afganistán.
Tras poner su sello en la crisis siria, Putin piensa atajar el conflicto nuclear de Irán, su poderoso vecino del sur.
La superpotencia energética va desmontando el “Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN” trazado en 2010 en la cumbre de la Alianza en Lisboa, que situaba como objetivos domesticar a Rusia, con el fin de contener a Irán y debilitar a China. Tanto los BRICS como la OCS, encabezadas por Moscú y Beijing, ofrecen estructuras alternativas a la influencia decadente de Estados Unidos en el mundo.
¿Será el fin de la hibernación del oso, que unido al dragón impedirán el vuelo del águila?
Fuente: Público.es