En su tradicional rueda de prensa anual –que esta vez se efectuó por teleconferencia debido a la pandemia y duró cuatro horas y media con preguntas de reporteros rusos de la fuente presidencial y de medios de provincia, mensajes por correo electrónico del público y sólo dos periodistas extranjeros–, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dio a entender que el principal líder de la oposición, Aleksei Navalny, no es nadie, sólo busca promoverse a costa de afirmar que le importa al titular del Kremlin y, además, es un instrumento de los servicios secretos occidentales, encabezados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Como es habitual en él, Putin no mencionó por su nombre a Navalny, a quien llamó en esta ocasión “el paciente de la clínica de Berlín”, y dijo que la denuncia que hizo el opositor hace tres días –y que al momento de escribir esta nota había sido vista por casi 13 millones 500 mil personas sólo en YouTube, la cual no mereció ni un reportaje o desmentido en los canales de la televisión pública ni en otros medios bajo control del Kremlin–, era una “legalización de materiales recabados por los servicios secretos de Estados Unidos”.
Para Putin, “el paciente…, al colaborar con los portales de Internet que hacen ese tipo de investigaciones, recibe el apoyo de los servicios secretos de una potencia extranjera, lo cual trae consecuencias dentro de Rusia”. Por eso, es “natural que los servicios secretos rusos lo vigilaran”, igual que le pareció normal que su ex yerno, Kiril Shamalov, cuando estaba casado con su hija menor, adquiriera 4 por ciento de una petrolera rusa por la increíble suma de 100 dólares, acciones que, se comenta, tuvo que devolver cuando se divorció.
Navalny colaboró con dos portales de Internet, Bellingcat y The Insider, que tras analizar y cruzar los datos de todas las personas que hayan coincidido con él en un vuelo a las ciudades de Rusia que visitaba el opositor durante los tres años recientes hasta el día de su envenenamiento en Siberia, pudieron identificar con sus nombres reales y apodos, fotografías, direcciones particulares y geolocalización de sus celulares, a ocho oficiales del Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso) que asegura el opositor que forman parte “de un departamento secreto del FSB que se dedica a matar con sustancias químicas prohibidas y reciben órdenes directamente de (el presidente) Putin”.
Navalny afirma que fue posible obtener esa información confidencial “por la gran corrupción que existe dentro del FSB y las bases de datos que se pueden adquirir sin problema en (el segmento ruso) de Internet”.
Nadie ha desmentido que los ocho oficiales exhibidos –la mayoría químicos y médicos que trabajaron en el centro de armas químicas de Shijany en la época soviética–, turnándose en grupos de a tres, siguieron a Navalny por toda Rusia, pero la grave acusación contra Putin es tan sólo una suposición del opositor, que por supuesto carece de pruebas al respecto. Navalny se lanza con todo contra su mayor enemigo, el presidente de Rusia, cuando, en realidad, los expertos consideran que pudo haber encargado el “trabajo” cualquier magnate corrupto que no le perdona que haya sacado a la luz pública sus trapos sucios.
El titular del Kremlin señaló –en tono burlón– que “lo siguieran (el FSB) se entiende, pero ¿a quién puede interesarle asesinarlo? –se preguntó y respondió–: si hubieran querido, créanme, habrían llegado hasta el final”.
El acento de que Navalny es “un instrumento de la CIA” se interpreta como una advertencia para que no regrese a Rusia al término de su rehabilitación en Alemania.
El “amigo Trump”
El resto de la conferencia de prensa –centrada en mostrar la preocupación del jefe de Estado por la salud de los rusos, la subida de precios de alimentos básicos, el aumento del desempleo, la caída del
Subrayó que “(Trump) por cierto todavía es el presidente de Estados Unidos” y “tras recibir la mitad de los votos, hasta dónde sé, no piensa retirarse de la política” ni “necesita que le dé trabajo en Rusia”, como le preguntó si ya se lo había ofrecido uno de los pocos reporteros críticos, en alusión al caso del ex canciller de Alemania, Gerhard Schröder, amigo personal de Putin, miembro de los consejos de administración de varias corporaciones del sector público de Rusia y, además, principal promotor, como cabildero oficial, de uno de los gasoductos rusos hacia Europa.
Putin también volvió a culpar a Estados Unidos de empezar una nueva carrera armamentista, dijo que Rusia se vio forzada a fabricar armamento hipersónico para mantener el equilibrio estratégico y recordó que Estados Unidos y sus socios de la Alianza Noratlántica, tras la caída del muro de Berlín, no cumplieron su palabra y, con su expansión hacia el este se aproximan cada vez más a las fronteras rusas, lo cual representa una amenaza a la seguridad nacional de este país.
Fuente: La Jornada/ Juan Pablo Duch