En 1965 Julio Scherer García publicó su primer libro, La piel y la entraña, fruto de una larga serie de entrevistas con David Alfaro Siqueiros, en las que el periodista obligó al muralista, entonces en la cárcel, a exponer su piel y sus entrañas. Casi medio siglo después, bien podría Scherer García haber titulado de la misma manera su nuevo libro en el cual es él mismo quien se muestra en forma descarnada, como nunca antes, por dentro y por fuera. De su vida personalísima, íntima, a sus relaciones con los hombres del poder; de los amores que ya partieron a los vituperios que sobreviven; de los episodios luminosos a las vivencias amargas; de las interioridades de Excélsior a las intimidades de Proceso… el autor de Vivir asume la insólita decisión de levantar las cortinas de su historia personal y compartida y nos entrega trozos de existencia con honestidad y valor. Algo sabe él de lo que significan esas virtudes. En el estilo directo, escueto, que envuelve la densidad del pensamiento y de las emociones del fundador de Proceso, en Vivir transcurren episodios humanos y familiares de alta tensión, experiencias periodísticas singulares, momentos límite que sacuden el alma. Su libro conduce a sumergirse en México y en los oscuros entretelones de su vida pública. Y sobre todo, ofrece una oportunidad única: asomarse al mundo interno, atormentado en ocasiones, apasionado siempre, de Julio Scherer García. Del libro, que ya circula con el sello de Grijalbo, reproducimos fragmentos relativos a momentos clave en la historia de Proceso. (RRC)
Por Julio Scherer García
Proceso nació el 6 de noviembre de 1976, aún bajo el gobierno de Luis Echeverría. En la portada apareció mi nombre con el título de director general, una dolorosa remembranza de Excélsior.
La casa de Reforma 18 sí ameritaba el título. Editaba Excélsior dos periódicos, Últimas Noticias, primera y segunda edición; dos semanarios, Revista de Revistas, Jueves de Excélsior; y un par de publicaciones sin relieve, Ja já y Policía.
Nombrado director gerente de Proceso, Miguel Ángel Granados Chapa tomó el mando de la revista. En las reuniones previas a su aparición, dispuso el orden y la periodicidad con la que debían escribir los colaboradores. Además, redactaría el editorial de cada semana, un texto breve que daba cuenta de los puntos de vista de Proceso, en rigor el pensamiento de Granados Chapa. Miguel Ángel repetiría a lo largo de su vida que yo había contribuido a mi propio derrumbe. Afirmaba que no abrí los ojos ante Regino Díaz Redondo, periodista sin hechura y drogadicto, a pesar de las advertencias con que me pedía un cambio de actitud frente a los acontecimientos.
Sorprendido por la súbita y brutal corrupción que generó Echeverría al interior de la cooperativa, creo que no había tenido oportunidad para tomar algunas providencias. El espacio que me quedaba era reducido, minados en su responsabilidad los trabajadores de “Formación” y “Rotativas”, y sin los cuales era impensable la aparición del diario. Un ejemplo de lo que narro está escrito en un texto del que me ocupo a propósito de Arturo Sánchez Medina. El líder de los obreros se había ahogado en la traición y a la traición había convocado a muchos.
Nunca quise discutir con Miguel Ángel los puntos de discordia entre ambos. En alguna medida le debía como periodista mi supervivencia y mi gratitud hacia él era patente. Además del respeto a su trabajo, dan cuenta los hechos. Por iniciativa nacida en Proceso, Miguel Ángel fue elevado a la dignidad ciudadana, Medalla Belisario Domínguez, el 8 de octubre del 2008.
Miguel Ángel renunció a Proceso ocho meses después de la fundación de la revista. Aún éramos débiles, sin un peso de ahorro, inciertos en cuanto a un alto nivel de los reporteros, algunos principiantes. El paso que daba me lo comunicó en horas de caminata alrededor de Fresas 13. Yo le pedí que no se fuera y él se mantuvo firme. Sin palabras explícitas, dejó en claro: éramos incompatibles. Él, Miguel Ángel, creía en la crítica que esclarece el punto central de la discusión política y los quehaceres de nuestro oficio. Yo creía en los hechos concretos, los que se huelen y se tocan. Miguel Ángel se sentía atraído por los pensadores y yo, sobre todo, por los reporteros.
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Años después del 8 de julio de 1976, con Los periodistas en las librerías, Vicente Leñero me contó de su ánimo en la asamblea. Pensaba que me había adelantado a los acontecimientos al ponerme de pie y anunciar el camino a la calle. Me dijo:
—Creo que te precipitaste. Tu nombre ya se coreaba en la asamblea. Debiste aguardar unos minutos.
Los sucesos que seguirían al golpe modificarían el punto de vista de Vicente. No podría olvidar su juicio:
—Frente a cualquier crítica adversa, sostendría que te habías mantenido en la línea correcta.
Vicente me llevó a la zona profunda de la amistad. Su crítica adversa, en momentos cruciales, habría terminado con lo poco que restaba de mí.
Permanecimos juntos un primer año, luego un segundo y en una larga etapa, veinte años. Vicente me decía que deseaba volver a su vocación en el teatro, los libros, la cultura, los talleres que impartía, su condición de profesor. Me obsequiaba parte de su tiempo esencial.
(Fragmento del texto que aparece esta semana en la revista Proceso 1877, ya en circulación)