Por qué fracasa la democracia

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Por Ignazio Aistaran

A estas alturas no se puede negar que estamos en una crisis de la democracia, disfrazada de recesión económica. Cinco claves explican gran parte del fracaso de la democracia: el tiempo, el espacio, el dinero, la información y la creatividad.

1. Tiempo. Cuando los acontecimientos y las noticias son tan veloces, votar cada cuatro años es insuficiente. Nadie se imagina que el consejo de dirección de una empresa se reúna solo cada cuatro años. Incluso mi comunidad de vecinos se reúne, como mínimo, una vez al año, que supera con creces el ritmo de votación del sistema electoral. Con el sufragio, de media, un ciudadano elige sus representantes dos o tres veces por década. De otra parte, si los mercados bursátiles funcionan y reaccionan al minuto, si la corrupción y los abusos están tan extendidos, se ve difícil que las instituciones puedan responder con eficacia a través de comisiones de trabajo e investigación que se demoran durante meses y con unos tribunales que prolongan los juicios durante años. Asimismo la lentitud de los parlamentos en sus dictámenes y el mutismo de los gobernantes ausentes juegan con la ambigüedad para ralentizar cualquier cambio y restar importancia a las demandas de la ciudadanía.

2. Espacio. Decisiones que se toman en sitios remotos han roto una regla de oro de la Unión Europea: el principio de subsidiariedad. Berlín o Bruselas marcan la agenda, con unos informes gestados en la lejanía, insensibles a cualquier sufrimiento o padecimiento de la población. Ahora mismo China es uno de los máximos compradores de deuda soberana de la eurozona, especialmente de España e Italia. Por otro lado, las tensiones territoriales pueden aumentar en cualquier momento, como queda patente en la diferente interpretación del Estatut de Catalunya entre Barcelona y Madrid. El incremento del centralismo autoritario no hará sino agravar la brecha en la gestión de los espacios, teniendo en cuenta además que los espacios actuales no son solo físicos, sino también simbólicos, idiomáticos y tecnológicos.

3. Dinero. Hay que reflexionar en profundidad sobre la producción del dinero y su circulación. La ingeniería financiera, la deuda, el crédito, los mercados y las sociedades de inversión son realidades que escapan a unas instituciones periclitadas. El clientelismo entre partidos y empresarios, los paraísos fiscales, el fraude de las agencias de calificación de riesgos, la manipulación del Libor y del Euribor, el papel de la banca y sus contratos, la función de las empresas y su tributación, la mitomanía del crecimiento del producto interior bruto, todo ello conforma un magma a descifrar críticamente. Es curioso que grandes economistas de todo signo hablen del capitalismo en sus análisis, mientras los dirigentes políticos evitan esta palabra y se limitan a perorar sobre el liberalismo o la economía de mercado. Hace falta establecer un debate sereno sobre el decrecimiento de nuestras sociedades, sobresaturadas por una obsolescencia programada que impulsa créditos e hipotecas.

4. Información. La división de poderes y la limitación del poder dependen de una información plural de calidad. El periodismo tiene que recapacitar seriamente sobre todos esos artículos y suplementos de economía que ha publicado en los últimos años y que no han proporcionado un diagnóstico certero de la situación. Los asesores económicos y los gurús de la gestión empresarial no han servido ni para prevenir la crisis ni para salir de ella. Ellos forman parte del problema, con intereses cruzados y opacos. Salvo alguna honrosa excepción, los expertos académicos tampoco han aportado gran cosa. Por otra parte, las tertulias y las páginas que repiten las consignas de las jerarquías de las elites políticas y corporativas deberían ser juzgadas con mayor rigor por los profesionales de la información. El silencio administrativo, la denegación de información, el secreto de Estado, la ausencia de debates parlamentarios, la carencia de auténticas leyes sobre transparencia, la distorsión de los medios públicos y la mentira de los programas electorales son otros asuntos pendientes en la agenda política.

5. Creatividad. Al cumplir ochenta años John Dewey escribió un texto sobre la democracia creativa. La democracia es aquella forma de vida común que permite la inteligencia cooperativa y la creatividad de sus miembros, incluidas las diferencias, porque los ciudadanos tienen derecho a crear sus propias vidas. Dewey se opuso a la distinción entre gobernantes y gobernados, pues todos los ciudadanos son soberanos. Siendo más joven ya dejó claro lo que no es gobernar en democracia: “Gobierno no significa que una clase o parte de la sociedad se imponga sobre la otra. El gobierno no está hecho de aquellos que tienen un despacho o que se sientan en una legislatura. Consiste en cada miembro de la sociedad política”.

Existe un déficit más grave que el financiero: las elites políticas y económicas presentan un déficit psicológico extremo en su conformismo. Su mayor problema no es la prima de riesgo soberano, sino la prima de sesgo creativo. Su falta de imaginación y empatía es manifiesta. Son la auténtica generación ni-ni: ni solucionan problemas, ni dan alternativas. Creen que con una pedagogía simplista, que trata a los ciudadanos como niños tutelados, es suficiente. Pero los ciudadanos no necesitan una pedagogía pueril y ni siquiera tienen que pedir participar en la democracia. Sus actividades y vidas en libertad son la democracia en acción, porque no se es demócrata a tiempo parcial. Dewey sostenía que el gran riesgo de la democracia estadounidense era pensar que los problemas se resolvían por sí solos en Washington o sencillamente votando en las urnas cada año.

Si un presidente de gobierno declara orgulloso lo siguiente: “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión y eso es también una decisión”, entonces queda invalidado para la creatividad democrática. Los partidos apáticos, los dirigentes indolentes, los intelectuales amorrados, los periodistas monocordes, los jueces acartonados y los patronos insensibles del laissez-faire egoísta son los mayores involucionistas en democracia. Son los estertores de la Cultura de la Transición, que sucumbe ante una multitud de expresiones creativas. Las iniciativas legislativas populares, las mareas reivindicativas, las redes y movimientos sociales, los foros por los procesos constituyentes, los medios alternativos y críticos, los laboratorios cooperativos del procomún y otros fenómenos surgen como formas creativas de recrear la democracia en común.

La democracia es la mayor innovación social de los dos últimos siglos, pero hay que crearla y recrearla continuamente. Desde luego, nada de regeneracionismos, ni más milongas del populismo reaccionario. A otro perro con ese hueso.

Fuente: Noticias de Navarra

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