Por Alejandro Páez Varela
EN POCAS PALABRAS
Un niño llegó a su escuela, hoy, en Torreón, y mató a su maestra, y disparó contra sus amigos y compañeros, y luego se mató. El mismo Gobernador de Coahuila, un tal Miguel Riquelme, se encargó de difundir su nombre y los de las otras Victimas. Y se apuró en dar su veredicto: fue un videojuego. Se dejó influenciar, dijo, por un videojuego. Pues qué estupidez.
Por esa ceguera, justo por esa ceguera es que estamos como estamos. Nos lo dice el heredero del reino de Coahuila, donde dos hermanos, sus amigos, gobernaron mientras los Zetas convertían la prisión de Piedras Negras en hornos crematorios donde ardieron hasta las cenizas familias enteras.
Un videojuego puede influenciar a un niño de Noruega, quizás, no se; los estudios no son concluyentes.
Ese niño nació hace 12 años, justo cuando Felipe Calderón ordenaba a Genaro García Luna iniciar una guerra. La vida de ese niño de Torreón pasó entre encobijados, cocinados, torturados, desaparecidos; cadáveres pudriéndose en las cunetas; halcones y comandos rompiendo puertas para ejecutar familias enteras.
La vida de ese niño pasó entre fosas, videos de niños como él que despellejan a otros por dinero. Desaparecidos. Feminicidios. Jovencitas que salen a la tienda y regresan en ataúdes, si es que les va bien. Su vida creció entre noticieros bañados de sangre porque es lo qué hay que reportar, y autoridades corruptas, podridas hasta la médula, que vendieron el alma por unos pesos y nos dejaron a todos en manos de asesinos desalmados.
Un videojuego. Carajo, carajo, carajo. Qué idiotez.