Por Cristina Espinoza
EL Akitu, un festival babilónico que se realizaba ya hace más de cuatro mil años, es el registro más antiguo de la celebración del Año Nuevo. La primera luna nueva después del equinoccio vernal (marzo), el día con la misma cantidad de luz solar y oscuridad, anunciaba el inicio de un nuevo año, marcado también con la ceremonia en que se coronaba al rey o éste renovaba simbólicamente su gobierno.
Desde entonces, todas las culturas celebran el comienzo de un nuevo año. “En todas hay rituales sobre el cambio de ciclo, asociado a procesos naturales, pasar de la época seca a la lluviosa, a las cosechas, siembras. Independiente de cómo se manifieste”, explica Mauro Basaure, sociólogo de la U. Andrés Bello. El académico agrega que está asociado a una necesidad antropológica de establecer una parcialización del tiempo, “de que las cosas no solamente continúen, sino que haya un quiebre o reinicio”, dice.
En Roma, fue Julio César quien en el año 46 a.C. modificó el calendario, siguiendo consejos de astrónomos y matemáticos, para que tuviera sincronía con el Sol. El año nuevo partía en enero, en honor a Jano, dios romano de los comienzos, cuyas dos caras le permitían mirar el pasado y el futuro. Lo celebraban con fiestas, intercambio de regalos y decorando sus casas.
Pero en la Edad Media, los líderes cristianos consideraron la fiesta pagana y volvieron a cambiar la fecha por las celebraciones del 25 de diciembre (nacimiento de Jesús) y 25 de marzo (anunciación). Sólo en 1582, el Papa Gregorio XIII restableció el 1 de enero como día de Año Nuevo -calendario gregoriano que se usa hasta hoy-, aunque varias culturas mantienen sus fechas originales y variables, como la china (19 de enero), judía (14 de septiembre) o la mapuche (21-24 de junio).
Elena Gu, directora académica del Instituto Confucio de la U. Católica, explica que el 1 de enero en China es un día festivo, pero no se celebra al nivel que su propio año nuevo o como lo hacen los países occidentales. “Es un festivo normal, no hay grandes reuniones ni comidas especiales específicas. No es tan importante como el año nuevo chino o el festival de la Luna (15° día del octavo mes lunar), dice”.
En términos astronómicos o de ciclos de la Tierra, nada ocurre el 1 de enero, pero la fecha es la más usada en el mundo para marcar el inicio de un nuevo período.
A Chile, la celebración la trajo la elite, dice Daniela Serra, historiadora de la U. Católica. En un estudio realizado con colegas de la universidad, encontraron los primeros datos sobre una celebración a fines de la década de 1860. “La primera noticia que encontramos, se trata de un baile que estaba organizado para fines de año, privado, organizado por la elite”, dice.
Hacia fines de 1870 el evento se hizo popular, llegó a la Plaza de Armas de Santiago, luego a la Alameda, donde se celebraba de manera similar a la Navidad, con fiestas, comidas y excesos. “A comienzos de 1890 las autoridades comienzan a prohibir las celebraciones en paseos públicos, por el derroche, el consumo excesivo de alcohol, que era propio de la Navidad, y que llevaban tiempo tratando de erradicar. Ahora que se había instalado, la elite quería preservar el carácter ilustrado, más civilizado y no tan carnavalesco”, dice. Desde entonces se organizan más bailes privados, conciertos, espectáculos, además de los fuegos artificiales.
Necesidad antropológica
Más allá de la celebración colectiva, el Año Nuevo es también un proceso individual. Edmundo Campusano, sicólogo y académico de la U. Mayor, explica que el humano, como ser social, siempre ha usado rituales individuales o colectivos, porque le dan significado a la vida. “Cada cierto período hacemos cumpleaños, matrimonios, cierres, inicios, dependiendo de las creencias propias de cada localidad. Los rituales marcan etapas que dan significado para que no sea un andar automático”, indica.
Basaure agrega que pese a las diferencias culturales, la celebración implica acciones que se repiten. “En todas las culturas está presente el mirar hacia atrás y adelante”. Eso es lo que nos hace construir resúmenes del año, recordar lo bueno y lo malo y, sobre todo, hacer planes para el nuevo año, aunque pocas de esas resoluciones lleguen a concretarse.
Según un seguimiento realizado el año pasado por la U. de Scranton (EE.UU.), del 45% de los estadounidenses que dijeron hacer resoluciones para el año siguiente, un 8% fue exitoso en cumplirlas. La razón: muchas resoluciones (como perder peso) no van acompañadas de una estrategia.
Con todo, Campusano sostiene que aun cuando no se cumplan, es importante hacer proyecciones. “Para el ser humano occidental es difícil funcionar sin propósitos, sin saber qué va a hacer en la vida. Las ideas de hacer cosas, más allá de que las hagamos o no, le da un sentido al día a día. Uno no trabaja por trabajar, sino porque es parte de un plan mayor”.
Fuente: latercera.com