Por Octavio Rodríguez Araujo
El PRD perdió en las pasadas elecciones locales. Insistió, como el año pasado, en establecer alianzas con el PAN y le engordó el caldo a este partido que, histórica e ideológicamente, es contrario a lo que supuestamente representa el sol azteca. En el Pacto por México el PAN continúa empujando por la intervención de la iniciativa privada en Pemex, en tanto que el PRD dice suscribir una campaña para que dicha intrusión privada no ocurra en la industria energética.
¿Para qué la alianza? Si fue con la intención de recoger migajas que solo no obtendría, sus cálculos no fueron los correctos: en algunos lugares no sólo no recogió nada sino que muchos de sus militantes se restaron del partido para quedar en la orfandad política… por ahora. Hay más descontento en el interior del PRD del que había antes de los comicios, por el solo hecho de participar en el deteriorado pacto que, según algunos expertos, terminará por derrumbarse. Los chuchos (o una parte de éstos) querían para ellos el partido, ansiaban mantener la dirección que ganaron entre grandes cuestionamientos, pero no han sabido enriquecer ni desarrollar su partido como se supone que hace una dirección responsable. Por querer estar bien con el poder, priista, aceptaron formar parte del pacto, cuando antes de las elecciones del año pasado se proponían, mediante cualquier medio (incluso aliándose con el PAN), impedir que el tricolor llegara a Los Pinos. El no debemos permitirlo se convirtió en un compartamos la mesa, aunque la silla que les dejen sea de plástico delgado y pueda caerse con el peso de quien se siente en ella.
En política es común (demasiado común, agregaría) que las personas cambien de bando según las circunstancias e intereses, pero uno espera que los partidos, como colectivos actuantes, mantengan un mínimo de fidelidad a sus principios y programas. Si no, ¿para qué están? Se supone, y así lo dice la teoría de los partidos, que éstos son partes diferenciadas de la sociedad en las que los ciudadanos, por ciertas afinidades, se inscriben. Si dichas diferencias no existen, ¿por qué quienes buscan participar contra otros habrían de afiliarse? Mejor ver los noticiarios en televisión y observar desde su casa cómo se disputan, si acaso, el poder, y cómo, si acaso también, se defienden o no los principios que supuestamente diferencian a un partido de otro(s). Por lo mismo, por esta falta de diferenciación, es que en las elecciones el abstencionismo crece: ¿cómo votar al mismo tiempo por un partido que defiende, por ejemplo, la privatización de Pemex (aunque Madero lo niega) y por otro que está en contra? Que un dirigente, por sus propios intereses personales o de grupo, parezca esquizofrénico, no quiere decir que todos, afiliados y simpatizantes, también lo sean.
Lo grave de estos malabares sin rumbo ni plan es que están dejando al país sin una alternativa que a duras penas podríamos llamar de izquierda, y que sería muy importante que existiera. Tal vez más adelante, si Morena obtiene su registro, surja esa alternativa electoral, pero por ahora el panorama se ve muy nebuloso, para no decir crítico. Y, mientras tanto, la derecha, tanto del PRI como del PAN, continúa ganando posiciones, más los priistas que los panistas, como bien se ha visto desde 2007.
Tal vez Zambrano y Madero pensaron que con el Pacto por México ganarían la legitimidad que no tienen en sus respectivos partidos, pero no es así, no les resultó. Más bien se volvieron más vulnerables y, a los ojos de los observadores, los sobrinos pobres de la casa, sin capacidad de influir en las decisiones realmente importantes, ni siquiera en el menú. Quizá piensan que amenazando con dejar el pacto les darán migajas más grandes, pero lo más probable es que sus estimaciones sean ingenuas: el poder de los priistas no sólo lo han garantizado en los hechos sino que lo han ratificado aunque en algunos casos lo hayan negociado, como en Baja California. Pero incluso en ese estado la negociación no fue sólo para darle por su lado al PAN sino también para no incrementar la fuerza de los grupos no peñistas en su propio partido. En otras palabras, el PAN fue usado y el PRD reusado, como papel de desperdicio.
Tan mal están las cosas que hasta le dieron a Ebrard la oportunidad de aprovechar la coyuntura y revivir, como Lázaro, con un supuesto proyecto de izquierda denominado (¡qué original!) Movimiento Progresista. Una vez más, según toda evidencia, nadie sabe para quién trabaja.
Fuente: La Jornada