Por la paz y por la vida

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Por Epigmenio Ibarra

“Hay algo frágil, débil, pero infinitamente precioso,
que todos debemos defender: la vida”,
Felipe Ángeles

La “gran ofensiva” de la derecha conservadora contra el gobierno democrático ha comenzado. Los hechos violentos ocurridos en Culiacán son el punto de partida de la misma. De los amagos y golpes aislados pasan ahora los enemigos de Andrés Manuel López Obrador a una acción concertada y simultánea en distintos frentes.

Están, los conservadores, envalentonados. Mandan a los alcaldes panistas a las puertas de Palacio para intentar forzar la entrada; lanzan a empresarios, como Claudio X. González, a declarar que no invertirán en México; se empeñan, con el PAN, en una nueva intentona judicial de desafuero; y desatan en la prensa, la radio, la televisión y las redes una avalancha de ataques, descalificaciones, conjeturas y fake news para descarrilar al gobierno. El propósito de su ofensiva es claro: sacar a López Obrador de Palacio.

Poco o nada le importaron el jueves pasado y le importan hoy a la derecha las vidas que se pudieron haber perdido en Culiacán si se hubiera consumado la captura de Ovidio Guzmán. Exigieron sus voceros al gobierno —desde los primeros momentos de la crisis— actuar “con huevos”, no porque estuvieran interesados en una victoria del Estado sobre el crimen organizado, sino porque buscaban sepultar, bajo una pila de cadáveres, al Presidente.

Se equivocaron. López Obrador no cedió a su presión. ¿Cómo iba a hacerlo un hombre que mantiene una apuesta inflexible por la vida y por la paz y que busca, aunque tome más tiempo, una solución estructural al problema de la violencia? Una violencia heredada que, con la corrupción y la impunidad, es uno de los componentes genéticos del viejo régimen.

Desde la seguridad de sus oficinas blindadas, protegidos siempre por el Estado Mayor, Felipe Calderón y Enrique Peña eran muy aficionados a colgarse “medallas” capturando o eliminando capos. No pusieron jamás su vida en riesgo, mandaban a otros a matar y morir, las “bajas colaterales” eran un saldo aceptable de su estrategia de guerra. La vida humana, en medio de tantas masacres, no tenía para ellos ningún valor.

Lo sucedido en Culiacán ha dejado claro que eso se acabó. Que esa guerra declarada por Calderón y continuada por Peña (y que tiene a Culiacán y a México convertidos en un cementerio) no será ya el camino para enfrentar la inseguridad. La violencia no se combate con violencia. Quienes “valientemente actúan con huevos” se manchan siempre las manos de sangre inocente.

Valiente es quien construye la paz, quien preserva —por sobre todas las cosas— la vida humana, y no quien manda que helicópteros artillados y vehículos blindados disparen, en un ejercicio inútil de poder, sobre zonas densamente pobladas. No hubo rendición ni colapso del Estado en Culiacán; se tomó una decisión por la vida, y un Estado y un gobierno que por la vida apuestan no son débiles.

Hoy Culiacán se sobrepone a duras penas del horror, pero no tuvo que marchar al cementerio a enterrar a las víctimas de una masacre más. Seguirá la derecha su ofensiva. Abrirá nuevos frentes. Exigirá sangre y renuncias. Desgarrará sus vestiduras convencida de que este pueblo no tiene una memoria puntual de los crímenes del viejo régimen, creyendo que la gente no quiere —por sobre todas las cosas— luchar contra la guerra, por la paz y por la vida.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

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