Por Lydia Cacho
El actor Ben Affleck, quien tiene ahorros de 65 millones de dólares (unos 812 millones de pesos), experimentó vivir con 1.50 dólares diarios durante cinco días (poco más de 18 pesos mexicanos). La propuesta fue hecha por la organización Global Poverty Project (GPP), la cual trabaja en el todo mundo para educar a la sociedad sobre el impacto de la pobreza, y a la vez presiona a los gobiernos para que cambien sus políticas económicas, para abatir el flagelo de la miseria y la pobreza alimentaria.
Affleck pasó esos días en su mansión comiendo solamente lo que le alcanzó con sus casi ocho dólares durante una semana. El GPP le recomendó que comprara arroz, frijoles, papas y un poco de agua. Aunque durante esa semana se bañó con agüita caliente y cocinó en su estufa de gas. Se entiende que esta campaña pretende que gente famosa que tiene a millones de seguidores hagan conciencia de lo complejo que es vivir bajo la línea de pobreza, al igual que viven 1,4 mil millones de personas en el mundo. No se trata de hacer sufrir a los millonarios que juegan a ser semi-pobres, sino a que ellos presionen a los políticos.
Tal fue el caso de la discusión que se dio en Gran Bretaña cuando el Ministro del Trabajo Ian Duncan, aseguro que él bien podría vivir como los pobres de su país, con 7.57 libras diarias (casi 147 pesos). “Si tuviera que vivir así, lo haría”, dijo jactancioso el Secretario responsable del trabajo y las pensiones. Pero claro, todo es hipotético, porque tanto en el caso de Affleck y del Secretario como del resto de las celebridades, la pobreza es opcional. Nos recuerda la declaración del ex Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, quien aseguró que en México se puede vivir perfectamente con 200 pesos diarios. Está claro que la gran batalla para erradicar la pobreza en el mundo no puede quedarse en la hipótesis.
Doña Ramira, quien vive a tres cuadras de mi casa cerca de Playa del Carmen, tiene 70 años. Vive, al igual que sus cinco vecinos, en un terreno propiedad de un ex policía, que les renta parcelas mínimas de terreno ejidal de selva. En casitas pequeñas de una habitación, hechas con troncos de madera robados de los terrenos aledaños y techo de lámina acartonada. Carecen de agua potable; han excavado pozos que en poco tiempo quedaron contaminados, porque el policía construyó una fosa séptica para un baño comunal que se infiltró en al menos un brazo de agua de cenote que pasa por abajo del terreno. En toda esa zona ejidal en la que viven más de tres mil personas no hay luz, ni servicios públicos y las calles son de terracería. Ramira cuida a los nietos para que los dos hijos y sus esposas puedan trabajar en la zona hotelera de Playa del Carmen. Todas las tardes, la mujer camina al menos un kilómetro, machete en mano, para cortar madera de terrenos privados. La carga en la espalda y una vez que está llegando a casa el marido sale a recibirla. Él tiene mejor salud y fuerza que ella, pero no va a robar madera porque la gente de la zona, harta de que devasten sus terrenos robando maderas finas, árboles que dan sombra e incluso palmeras que sembraron hace tiempo, busca a la policía para sacar a los hombres. La mayoría se siente conmovida ante la imagen de las ancianas ajadas por el sol, el hambre y el tiempo y no las denuncian, sólo les advierten. Carecen de estufa y gas, por tanto consumen madera todo el año para cocinar en un anafre improvisado con piedras. El vecino que sí tiene estufa y gas no las comparte con nadie, ni a cambio de dinero. Las 25 personas que viven en el terreno utilizan como baño agujeros semi-superficiales en una zona donde el manto freático se encuentra a medio metro de profundidad.
Arroz, frijoles, tortillas, muy poca agua potable, velas y cerrillos para iluminar, refresco como un lujo de vez en vez. Comen dos veces al día, crían sus gallinas y pollos flacuchos que consumen pasto salvaje de los terrenos aledaños. Ramira, sus nueras y otras dos vecinas sacan cada mes préstamos de microcréditos en Compartamos. Son créditos grupales de mujeres con plazos de cuatro meses que cobran el 75% de interés; pero es su única opción para pagar los útiles escolares de hijas y nietos, medicamentos, agua para beber, cal para amainar a los mosquitos que infestan la zona, café en polvo, azúcar (el gran lujo familiar) y leche de vaca para los bebés de la familia. No hay lujos de ningún tipo y la pobreza no es opcional. Para que las y los nietos tengan la posibilidad de vivir mejor, las y los adultos de la familia vivirán en la miseria hasta la muerte.
Pero las y los pequeños tienen serios problemas de desnutrición, desarrollo psicomotriz y óseo. Al más grande, de 13 años, lo sacaron de la escuela, hartos de que repitiera el año dos veces. El chico dice que no es tonto, pero no entiende lo que dice la maestra, mejor va a trabajar.
Para que Ben Affleck, Cordero, el ministro inglés y quienes juegan a la pobreza para anunciar su fatalidad, pudieran experimentarla no lo lograrían, por ejemplo, tomando el lugar de Ramira una semana, ni un mes tampoco. Porque la pobreza alimentaria comienza con una infancia sin el 70% de las vitaminas y minerales que como mínimo se deben consumir para el adecuado desarrollo psicomotriz. Requieren aprender a vivir con la gastritis infantil generada por el hambre hasta que el estómago aprende que no llegarán más alimentos. Requieren aprender a vivir con depresión causada por una deficiente salud hormonal, en hombres y mujeres, a su vez producto de la desnutrición y deshidratación. Ser pobre, sólo por dar uno de los 53.3 millones de ejemplos de nuestro país, implica callarse cuando se está enferma hasta que ya no hay más que ir a las Farmacias Similares; porque al Seguro Popular, dice Ramira, no alcanzas número, “si ni siquiera alcanzan los que tienen seguro social, los hacen esperar seis meses o un año”.
Ser pobre no es tener que decidir si compramos frijoles (en lata, porque el agua para hervirlos y la leña para cocinarlos los hace demasiado caros) y arroz, un poco de sal y unas cuantas papas. Es aprender a habitar un mundo en el que lo que para otros es robo de maderas preciosas, para ellos es leña para comer. Donde lo que para otros es maltrato infantil por negligencia, para ellos es la crianza normal, sin herramientas educativas, de socialización y cultura.
Y no, no estoy pintando una escena melodramática, sino una realidad demasiado compleja para hablar de ella en abstracto. Una colaboradora del Global Poverty Project se pregunta qué impacto tendría que durante una semana 53.3 millones de personas ricas de México intercambiaran su vivienda, sus alimentos y costumbres con la misma cantidad de personas pobres. Yo no coincido con ella. Si yo tuviera el poder, exigiría (si acaso tuviera los mecanismos para lograrlo), que 53.3 millones de hombres y mujeres economistas (de todas las edades), banqueros y usureros, neoliberales, diputados y senadores, el Secretario de Economía y el director del Banco de México, entre otros, participaran en un intercambio radical con toda su familia. Sin baño, sin agua potable o luz, sin comida y sanidad adecuada, sin medicamentos, sin papel higiénico, sin antimosquitos, sin shampoo, sin café de grano, sin vitaminas, casi sin ropa, sin colchón cómodo, sin auto, acaso con una bicicleta desvencijada.
En realidad la pobreza no es culpa de quienes a diario trabajamos y logramos pagarnos ciertos lujos. La pobreza es responsabilidad de quienes establecen las reglas del juego económico y, sobre todo, de esas nuevas generaciones de economistas que desde el pragmatismo intelectual siguen documentando la desigualdad como una condición natural e irreparable para el desarrollo de la riqueza, y para que las cifras que los gobiernos presumen ante la comunidad internacional funcionen. Como si fuera cierto que para la existencia de la riqueza la pobreza y la miseria fueran necesarias.
Millones de personas nos esforzamos cada día para abatir la pobreza, pero el tema es cómo lograremos que quienes hacen el mayor daño hagan el mayor esfuerzo, que quienes establecen las políticas económicas dejen atrás modelos limosneros y establezcan prácticas pro-igualitarias.
Mientras tanto, todas las organizaciones, ambientalistas, antiviolencia, culturales, educativas, antidrogas, feministas, religiosas, etc., deben transversalizar en su trabajo la erradicación de la pobreza.
Si tan sólo lográsemos que cada estudiante de Economía y de Negocios hiciera una pasantía en una comunidad pobre, no haciendo caridad, sino viviendo en esas condiciones, entenderían la diferencia entre la teoría económica y la realidad social. Habrá que intentarlo.
Fuente: Sin Embargo