Piratas del Pacífico acechan a SInaloa

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Encapuchados y con armas de grueso calibre, han arrebatado a pescadores de Sinaloa unas 30 toneladas del crustáceo en un año, pérdida que se calcula en 10 millones de pesos, de acuerdo con autoridades

Agazapados entre el oscuro azul del Océano Pacífico y únicamente iluminados por unos cuantos hilos de luna, cuatro hombres encapuchados que aguardan en una lancha se preparan para abordar el barco camaronero Marus 4, que pasa cerca de la bahía de Altata, Navolato, enclavada en este municipio sinaloense.

Es casi la medianoche del 9 de diciembre de 2013. El mar no está de humor y lanza un violento movimiento de olas conocido como marejada, que complica el abordaje de los intrusos silenciosos. Aun así lo realizan y se pegan al barco como lo hacen las rémoras al tiburón.

Gerardo Medrano, capitán de la embarcación, habla por radio con su hermano Fernando, también capitán de barco, cuando escucha un fuerte golpe en el lado derecho de la nave y sale a verificar.

Los encapuchados suben con chalecos antibalas, armas tipo escuadras y AK-47. Sorprenden a los siete tripulantes.

—Tú, tú y tú van pa’ bajo —grita uno de los delincuentes para introducir a tres marineros en la congeladora de camarón.

Al capitán lo encuentran en el pasillo, lo devuelven a la cabina y le exigen que no suelte el timón.

—No golpeen a la tripulación, vamos a hacer lo que nos digan —les ofrece Medrano.

Al resto de los tripulantes le ordenan que cargue los costales de camarón azul a su lancha.

La panga que intercepta al camaronero es de gran potencia, igual a la que usan los narcotraficantes para transportar droga a alta velocidad sin ser detectados por la Marina.

“Iban en una lancha, pero según los muchachos que echaban el camarón, la panga traía un volante con motor grande: era una ‘panga-motera’”, menciona Gerardo Medrano, dos meses después, en referencia a las lanchas que llevan mariguana. “Nos quitaron 58 jabas [cestas], 50 de exportación y ocho de piojo [camarón pequeño]; un promedio de dos toneladas y media de camarón”.

Con los precios actuales, la cantidad es equivalente a medio millón de pesos.

“Los sicarios nos quitaron los celulares, pero él [motorista del barco]tenía dos celulares y ellos pensaban que traía sólo uno, y con ese nos comunicamos a la empresa y con un hermano mío que anda de capitán también y trae el Kukulkán 2, con Fernando Medrano. Y habló a la Armada de México, pero nunca contestó en toda la noche”, lamenta Gerardo, mientras recuerda exaltado la pérdida del camarón, resultado del esfuerzo de 23 días de trabajo en el mar.

Crimen organizado se diversifica

El crimen organizado mexicano no sólo extorsiona o se adueña de producciones de aguacate, limón o minería, como sucede en Michoacán y en otras zonas del país, ahora ha decidido surcar el Océano Pacífico para robar camarón en altamar, principalmente el de Sinaloa.

Aunque la autoridad no ha detectado células de sicarios o un cártel en específico, el modo de operar de estos piratas no deja duda de que se trata del crimen organizado, y por el tipo de lanchas que usan podría hablarse de algún cártel del narcotráfico. Los delincuentes llegan encapuchados, con armas largas AK-47, AR-15, chalecos antibalas, y en lanchas como las que se usan para transportar droga por las costas.

La mayoría de los robos suceden en dos zonas específicas: frente a la bahía de Altata, Navolato, y en los límites de Sinaloa y Sonora. Durante décadas, Navolato fue dominado por la familia Carrillo Fuentes, pero en los últimos años el cártel de Sinaloa incrementó su influencia. En cambio, en el norte del estado hay zonas de dominio del cártel de Fausto Isidro Meza Flores, El Chapito Isidro.

Raúl Benítez Manaut, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y presidente de la organización civil Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia, advierte que este problema debe ser atendido de forma rápida por las autoridades.

“Es un problema que puede crecer, sobre todo porque el cártel de Sinaloa ha tenido golpes fuertes, entonces las autoridades tienen que estar alertas de que estas actividades no empiecen a ser el modus operandi de células de sicarios, porque entonces se traslada la crisis de los cárteles a la población civil honesta, que trabaja”, menciona.

Benítez Manaut explica que la presión gubernamental actual provoca que las células delictivas busquen alternativas de ingresos distintas a las drogas, en este caso es el robo de camarón, un producto que en esta temporada aumentó su precio entre 30% y 40%, por eso en el puerto mazatleco ya le llaman el “oro azul”.

En la temporada 2013-2014, los robos del crustáceo se incrementaron casi cuatro veces, de tres a 14 hurtos; de éstos, 12 fueron en altamar y los otros dos en el muelle. Se llevaron 30 toneladas de camarón, que representan cerca de 10 millones de pesos, entre el costo actual del marisco y los gastos de operación, de acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Pesquera (Canainpesca).

Los 14 robos no sólo han golpeado a los empresarios, también a los pescadores, una de las franjas más pobres del estado. Ellos ganan por comisión de captura, es decir, si llegan al muelle sin producto no obtienen dinero. Esto ha provocado que en esta temporada cerca de 100 familias de trabajadores se hayan quedado sin ingreso durante al menos un mes.

Enormes pérdidas, poca efectividad

El conflicto de los robos en altamar lleva más de una década, pero antes se consideraba un hecho de excepción entre los barcos camaroneros de Sinaloa, hasta que en esta temporada irrumpió la delincuencia organizada.

“Los marinos nos han dicho que no tienen la infraestructura para estar cuidando todo el mar. Esto ya se descontroló y tememos que se pueda ir a otros estados”, alerta Humberto Becerra Batista, vicepresidente de la Canainpesca, con sede en Mazatlán.

Las pérdidas han sido enormes en un sector estatal compuesto de 560 embarcaciones camaroneras y 5 mil trabajadores.

Para los empresarios y trabajadores del mar la explicación de los robos es clara: debido a una escasez nacional e internacional del camarón, provocada por enfermedades en el crustáceo de granja, la demanda aumentó significativamente y el precio creció, convirtiéndose en un producto importante para los delincuentes, por ser redituable y fácil de posicionar en el mercado negro. La otra razón es la impunidad que se vive por la falta de coordinación entre las autoridades federales, estatales y municipales.

Cuando hay un problema en altamar, la embarcación debe presionar un botón de pánico que alerta de forma simultánea a la Comisión Nacional de Pesca y a la Marina; la Marina llama por teléfono a la empresa para que ésta a su vez marque a la embarcación y explique en qué tipo de alerta está, puede ser un accidente, un extravío, un robo, entre otras. Una vez que la embarcación confirma la alerta, la Marina actúa en su rescate, relatan pescadores.

Pero este procedimiento no es efectivo contra los robos. Cuando una embarcación es abordada, lo primero que hacen los delincuentes es quitarle los celulares a la tripulación, así no pueden confirmar el hurto. También se quedan con sus carteras e identificaciones para después advertirles que si presentan una denuncia ante la PGR habrá represalias contra sus familias.

Una posible solución que ha propuesto la Canainpesca es el uso de distintos botones que diferencien la alerta, así la Marina podría acudir de inmediato a detener a los piratas; sin embargo, otra vez la falta de coordinación entre autoridades mantiene inmóvil el procedimiento.

El conflicto no sólo es marino. Cuando el producto llega a tierra desaparece. La autoridad en Sinaloa no ha detenido a bandas que roben camarón, sólo se han registrado algunas detenciones en Sonora durante revisiones carreteras de la Policía Estatal Investigadora.

La PGR en Sinaloa informó que en los últimos cinco años sólo se han registrado cuatro denuncias por robo de camarón; sin embargo, no mencionó si algún delincuente ha sido detenido.

En Mazatlán, la Policía Municipal justificó las nulas detenciones argumentando que los dos asaltos cometidos en el muelle [parque Bonfíl]durante esta temporada no han tocado tierra. En ambos casos los delincuentes han llegado y huido por mar. La Policía Ministerial de Sinaloa y la Marina no emitieron información al respecto.

“Si grita dale un balazo”

Es jueves 27 de febrero de 2014 y el silencio del parque Bonfíl permite que el aleteo de un pelícano se convierta en el protagonista sonoro de la mañana. Aquí, los barcos pesqueros, viejos, despintados, con banderas rotas y manchas de corrosión simulan un cementerio marino.

En este lugar está José Manuel Sánchez, un hombre de mar propietario de la embarcación Omar Esteban, que fue robada la madrugada de hoy.

“Llegaron armados unos tipos, encapuchados, amarraron al velador y al motorista que estaban cuidando el barco”, menciona el dueño de la embarcación, y subraya que en los 21 años que lleva en la pesca es la primera vez que le sucede un robo.

Cuatro hombres armados, encapuchados y con chalecos antibalas llegaron en lancha con el motor apagado para mitigar el ruido. El botín: dos toneladas y media de camarón.

José Manuel, de pelo abultado y carnes anchas, saca cuentas pero no le salen. No sólo es el robo del producto, también son los gastos de producción: “Tuve que invertir 30 mil litros de diesel: son 317 mil pesos, más los gastos que lleva un barco, como comida… Como unos 350 mil pesos”.

El camarón lo iban a descargar a las seis de la mañana, cuenta Manuel Villavicencio, motorista de la embarcación. “Me vine al camarote donde tenía dos celulares y los estaba checando cuando entró un amigo por aquella puerta”, cuenta este hombre de pelo quebrado y piel tostada mientras señala el sitio: “Oí los pasos y lo volteé a ver. Me dijo: ‘No se mueva, hijo de su pinche madre’, con una pistola de cerquita, ‘y no grite porque le doy un balazo’”.

El delincuente lo tomó del brazo y lo acostó boca abajo en el pasillo del barco, le amarró las manos por la espalda. También le cruzó los pies para después sujetarlo con cintas. “Y vi que otro se acercó y dijo: ‘Si grita dale un balazo a este güey’. Después sacaron una cobija y me la echaron encima”.

Al velador también lo sujetaron. “Ya que escuchamos que habían prendido el motor, el velador dijo ‘ya se fueron’. Le pedí que se callara, porque tenía miedo de que estuvieran en el otro barco”.

Los minutos se hicieron eternos. Salieron poco a poco y respiraron al comprobar que los delicuentes habían partido. Esta vez lo han podido contar, pero el miedo está latente en los mares del Pacífico.

Fuente: El Universal

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