Bhahim Senouci/ Le Quotidien d’Oran
La intervención francesa en Mali debería suscitar reacciones distintas de aquellas demasiado artificiales consistentes en clamar contra el imperialismo y el neocolonialismo. Por supuesto, ambos términos siguen siendo pertinentes. Habría que ser muy ingenuo para creer que lo único que mueve a Francia es el desamparo de los malienses, dos terceras partes de cuyo territorio ha sido amputado.
Por ello, si Francia tuviera todavía un ápice de compasión por sus antiguas colonias la manifestaría en primer lugar con relación a sus trabajadores clandestinos (pero que pagan sus impuestos) surgidos de estas mismas colonias y que han huido de la miseria generosamente legada por sus antiguos amos. Si se guiara realmente por el humanismo, los integraría en la sociedad en vez de perseguirlos por los pasillos del metro o de obligarles a hacer unas huelgas de hambre cuyas consecuencias pueden ser fatales**.
Lo principal es otra cosa. Reside en el hecho de que unos cuantos miles de personas, sin duda determinadas y bien armadas, hayan podido tomar el control de un territorio mayor que Francia casi sin el menor esfuerzo. Reside en el hecho de que el Estado, en principio soberano, dotado de unos dirigentes electos y que dispone de un ejército, de una bandera, de una moneda, haya sido incapaz de oponerse a esta operación y le resulte imposible recuperar su integridad.
Ahí reside toda la desgracia africana. De los cincuenta Estados del continente, todos ellos provistos de ejércitos, de fuerzas de policía, de bandera y de himno nacional, ¿cuántos están construidos sobre arena? ¿Cuántos tienen verdaderas instituciones? ¿Cuántos practican la democracia? ¿Cuántos han perdido los reflejos tribales o de clan a beneficio de una sumisión a las reglas ciudadanas? Muy pocos, a decir verdad.
La aplastante mayoría de África está gobernada por dictadores corruptos. El ejército, auténtico Estado dentro del Estado, solo existe a su propio servicio. Pone y quita dirigentes. El último ejemplo grotesco de ello, precisamente en Mali, ha sido la suspensión de un primer ministro y el nombramiento de su sucesor por un capitán, unas iniciativas avaladas por el Presidente de esta “República”. ¿Y qué tienen que ver las potencias occidentales en esto? Juegan sobre seguro. Apoyándose en redes locales compradas, son las verdaderas dueñas de la situación y controlan perfectamente la situación política de la región asegurándose una fidelidad sin fisuras de sus siervos.
Hay algo de chocante y vergonzante en ver a un país que ha sufrido el colonialismo pedir protección a la nación que se lo impuso. ¡Qué constatación de fracaso! ¡Qué humillación! ¿Todo eso para esto? No se podría hacer mejor si se quisieran nutrir los comentarios de los nostálgicos del Imperio colonial.
Argelia no se libra de este reproche. La situación es indudablemente más sofisticada y los procesos de toma de poder menos toscos, lo cual no impide que funcionen los mismos resortes. Lo único que contemplan los dirigentes en activo es la perennidad de su poder. A falta de legitimidad interna, cultivan las redes de amistades occidentales presentándose como murallas defensivas contra las invasiones bárbaras. Como el “limes” romano, nuestro país, lo mismo que sus vecinos, desempeña el papel de cinturón de protección de Occidente. De donde habría que salir es de esta lógica suicida.
Si Argelia hubiera tenido una política verdaderamente nacional, hubiera debido intervenir en Mali al inicio de su proceso de desintegración. Hubiera podido hacerlo políticamente fomentando un proceso de diálogo entre las autoridades malienses y los tuaregs de Azawad sobre sus reivindicaciones de autonomía e incluso con los islamistas de Ansar Eddine. Esto había segado la hierba bajo los pies de los aventureros oportunistas venidos de fuera.
* En el título del artículo, “Honni soit qui Mali pense” hay un juego de palabras intraducible con la expresión francesa fonéticamente igual “Honni soit qui mal y pense”, “Mal haya el que piense mal”, en castellano. (N. de la T.)
** Se refiere a varios sin papeles en huelga de hambre encerrados en la iglesia de San Mauricio de la ciudad francesa de Lille. (N. de la T.)
Fuente: http://www.lequotidien-oran.com/index.php?news=5178065