Pelis de Hollywood en la tragedia siria

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Por Robert Fisk

¿Qué diablos pasó en Washington y Ginebra la semana pasada? No trato de abaratar la indecible tragedia de Siria, ni el aparente sentido común que de pronto asaltó a los líderes del mundo el sábado, cuando Estados Unidos y Rusia acordaron un marco para la destrucción de las armas químicas de Siria, sino advierto que el gobierno de Obama se pone cada vez más extraño.

Primero –recordemos la narrativa de los acontecimientos–, el año pasado Obama estaba terriblemente preocupado en verdad de que las armas químicas de Siria cayeran en manos indebidas. En otras palabras, le aterraba que cayeran en manos de Al Qaeda o en el frente Al Nusra. Al parecer, en ese tiempo estaban aún en las manos debidas, o sea las del régimen de Bashar Assad. Pero ahora Obama y su secretario de Estado, John Kerry, han concluido que siempre sí están en las manos indebidas, pues acusan a las manos debidas de disparar proyectiles de gas sarín a civiles. Y eso cruza la infame línea roja.

Por ahora paso por alto el momento casi mágico en que Kerry declaró al mundo que el ataque de Estados Unidos sería increíblemente pequeño, después de lo cual Obama nos dijo que él no da piquetes de alfiler. ¿Qué significa tanta necedad?

Y luego –esperen a oír esto–, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, sugirió una recolección internacional de todos los herrumbrosos proyectiles químicos que hay en Siria, fuentes del Pentágono afirmaron que se necesitarían 75 mil hombres armados para proteger a los inspectores químicos. ¡Setenta y cinco mil! Si eso no son botas sobre el terreno, no sé qué pueda serlo.

Y todo esto en medio de otra sarta de tonterías en Estados Unidos, la semana pasada, acerca de Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Tal vez los estadunidenses deben ofrecer más de 250 mil hombres y ver si Putin aporta otro cuarto de millón, y así los dos grandes estadistas pueden recrear la Gran Alianza de Yalta –me temo que Cameron no podrá hacer de Churchill en esta ocasión– para montar una segunda corrida de la Segunda Guerra Mundial con balas de verdad: el Día D, Arnhem –no, pensándolo bien, Arnhem no–, Stalingrado, la batalla de Kursk, todo el numerito. Créanme, los convoyes se extenderían por kilómetros.

Desde luego, Putin y Lavrov se mantuvieron al margen de las referencias a la Segunda Guerra Mundial; Rusia tuvo sufrimientos demasiado severos con el verdadero Hitler para meterse en eso. Ya lo he dicho esto antes, pero en verdad sospecho que los líderes carentes de experiencia de guerra –exceptúo a McCain y al infatigable enviado de la ONU Lakhdar Brahimi– en verdad creían estar filmando una película de Hollywood. El ridículo ataqueincreíblemente pequeño de Kerry era obviamente una cinta de bajo presupuesto para un Estados Unidos golpeado por la recesión. Obama promete un drama en pantalla ancha. Pensemos en Steven Spielberg. Y luego los rusos, que saben cuando hay gato encerrado, truenan todo el proyecto.

Nada de lo anterior es para abaratar la indecible tragedia de Siria. Sospecho que el mundo no está del todo convencido de que el régimen sea responsable de usar armas químicas en Ghouta el 21 de agosto, aunque apuesto a que los rusos saben quién fue. Ahora tenemos rebeldes que cortan la cabeza a prisioneros; no estoy seguro de qué escrúpulos tengan para usar sarín. Pero fue interesante ver al gobierno sirio acceder a poner su arsenal químico en manos internacionales; no pude dejar de notar que no exigió lo mismo de los insurgentes.

Sin embargo, sin descartar por completo los trucos de Ginebra, miremos más de cerca el cronograma Karry-Lavrov. Los sirios tienen que presentar una lista de sus armas en el curso de una semana. Los inspectores tienen que estar en el campo a mediados de noviembre. Luego todas las armas químicas deben ser destruidas (o aseguradas) antes de mediados del año próximo. ¡Y todo esto en medio de una guerra civil! Paz en nuestro tiempo. O un mundo feliz.

Desde luego, mientras los inspectores se abren paso a través de las líneas de combate –si Assad no tiene todas sus armas en Tartous, Banias y Lattakia, en la costa del Mediterráneo, como sospecho–, los sirios continuarán matándose unos a otros, el gobierno sirio seguirá tratando de aplastar a los rebeldes y los insurgentes islamitas continuarán atacando poblados cristianos y descabezando cautivos. En lenguaje llano, pueden usar rifles, proyectiles, cuchillos y espadas para asesinarse unos a otros… pero absolutamente nada de sarín. Hay algo profundamente ofensivo y cínico en todo esto. Rusia vuelve a entrar en Medio Oriente, Obama se quita la carga luego de jugar a la Segunda Guerra Mundial… y los sirios siguen muriendo.

Espero que todo esto funcione, que tengamos al menos una conferencia Ginebra 2 y que Estados Unidos y Rusia ya no escupan sobre el baño de sangre en Siria. Pero no estoy seguro de que los rebeldes se conformen con eso, porque sin duda Assad no dejará el poder. Al menos no por ahora. ¿Y los sauditas? ¿Y los qatarís? ¿Y todos los demás sunitas del Golfo que han estado armando y financiando a los rebeldes? El cronograma me parece tan irremediablemente optimista que me pregunto qué pusieron Kerry y Lavrov en su café en Ginebra antes de hablar a la prensa. Porque hay terribles obstáculos en toda la ruta.

Sin embargo, hay otra historia en esto, y es Irán. Por ahora el líder iraní parece ser un hombre prudente y cuerdo; Putin puede sin duda resucitar sus ideas sobre el material nuclear iraní y la alianza Irán-Siria puede emplearse para poner fin al miserable fracaso de la política y tal vez hasta a la guerra en Siria. Entonces Obama puede clamar una victoria política que estremezca al mundo (lograda con su sola amenaza de recurrir a la fuerza, claro) y Kerry puede dedicarse de nuevo a hacer la paz entre palestinos e israelíes.

Y ahora que el ejército egipcio ayuda al israelí a poner de nuevo en vigor el sitio de Gaza, Obama podría encontrar unos cuantos viejos dakotas y organizar un sobrevuelo de posguerra al estilo Berlín para dejar caer alimentos y combustible a los palestinos. Total, una película más.

© The Independent/ Traducción: Jorge Anaya

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