Por Víctor Flores Olea
La amplia izquierda, y seguramente desde el centro del abanico político nacional, se opone tajantemente a la reforma de los energéticos que ha enviado al Congreso el presidente Enrique Peña Nieto. Un alud de argumentos, francamente convincentes, han acompañado a esta oposición. Mencionemos algunos ya que entramos a un tiempo de urgencias: la insistencia del ejecutivo en que se apruebe su iniciativa y el arranque de la(s) movilizaciones populares para detenerla. Para detenerla como una emergencia nacional, y no como el capricho de algunos líderes.
Uno de los argumentos más contundentes de la oposición (léanse, por ejemplo, los lúcidos artículos de Lorenzo Meyer) es aquel que nos dice que, al revés de lo que sostienen Peña Nieto y compañía, la reforma del presidente es obsoleta y claramente regresiva, ya que nos hace volver a los tiempos en que nuestras decisiones políticas fundamentales estaban sometidas a otras voluntades que no las del pueblo de México. Recuérdese que la gota que derramó el vaso y disparó la decisión del Presidente Cárdenas de nacionalizar el petróleo, fue precisamente la negativa de las compañías petroleras extranjeras a acatar un laudo de la Suprema Corte de Justicia en favor de los trabajadores mexicanos de esa rama.
Cárdenas, con razón y gran sentido patriótico, consideró inadmisible la negativa de las empresas extranjeras a cumplir con un fallo de la más alta tribuna del poder judicial en México, ya que tal actitud rompía con el orden jurídico y significaba una verdadera violación a la soberanía del país. Lázaro Cárdenas, en un acto de gran valentía, sacó del país a esos poderes fácticos mercantiles y, en ese mismo acto, recuperó la soberanía nacional. En cambio Enrique Peña Nieto, con su iniciativa, introduce nuevamente en el país a los mismos poderes fácticos que antes de la patriótica decisión del Presidente Cárdenas se habían apoderado de los hidrocarburos mexicanos explotándolos en su beneficio y contribuido grandemente al empobrecimiento del país. Y, como hemos visto, intentando violentar el orden jurídico mexicano.
Es verdad (uno de los argumentos del gobierno de Peña Nieto) es que en diversos y frecuentes momentos Pemex ha sido expoliado por administraciones corruptas y por un sindicato también altamente podrido que, al lado de los abundantes recursos que obtiene la compañía petrolera y que terminan en las arcas de la Secretaría de Hacienda, frenan de manera decisiva la modernización de Pemex y su más efectiva contribución al desarrollo del país.
El gran problema es que Peña Nieto, como tantos otros en la historia de México y en otros países, sitúan la redención del país (léase su desarrollo y mejor distribución de la riqueza nacional), en instancias externas y no en las potencialidades que de todos modos tiene México. La salvación ha de venir de fuera y no de la propia capacidad organizada y justa de los recursos nacionales.
Y en todo esto encontramos el gran problema de la propuesta del PRI: con una mínima experiencia histórica, e inclusive con una información somera de lo ocurrido en otros países, encontramos fácilmente que los motores de un desarrollo genuino (independiente y justo), jamás se encuentran fuera de los propios esfuerzos. Y que la visión del actual Presidente nos llevaría indefectiblemente a nuevas formas de explotación y sumisión internacional, e inclusive, hay que decirlo francamente, a nuevas formas de corrupción y atraco a que darían lugar los contratos de “riesgo compartido” que propone la iniciativa de Peña Nieto.
En efecto, su eliminación del texto actual de los artículos 27 y 28 constitucionales constituye una caja de pandora de la que saldrían demasiados reveses a México y a nuestra población. Peña nieto nos ha repetido hasta el cansancio que su iniciativa no es privatizadora. Si tal cosa fuera verdad ¿para qué eliminar el texto actual de los artículos 27 y 28 constitucionales, que son precisamente los que se oponen tajantemente a la privatización?
Otra vez se pretende engañar al pueblo de México. Pero no caigamos en la trampa. La reforma real que pretende Peña Nieto está perfectamente articulada con los intereses de la globalización presente y con sus actuales modus operandi, es decir, con la rapiña despiadada a que han sido sometidos pueblos enteros. Parece increíble que Peña Nieto simule todavía ignorar la situación actual del capitalismo y al callejón sin salida al que pretende llevar al país. Esta disimulo, y el que implicó su mención de Lázaro Cárdenas como argumento central de su iniciativa, me parece que ante muchos mexicanos ha dejado ya la evidencia de un Presidente en el que en sus tiempos de postulación parecía más sólido que ahora en que, como se dice coloquialmente, ha enseñado “el cobre”.
Ante estas evidencias, que cada vez se han hecho más claras, esperamos que, en efecto, se llenen las calles de México con una sola voz de rechazo a esta iniciativa tan mentirosa y destructiva para el país.
Pro supuesto, entre los cantos de las sirenas que hemos escuchado, se nos repite hasta el cansancio que ahora sí tendremos recursos para un desarrollo acelerado y para la modernización de Pemex con la que soñamos. Sí, pero desafortunadamente la ruta no es la indicada por la iniciativa de Peña Nieto. Al contrario, quedaríamos en muchas ocasiones en una patética situación de indefensión, que entre otras cosas ya se asoma en el malestar de las grandes petroleras mundiales porque la iniciativa no implica la propiedad del petróleo del subsuelo, que querrían sin limitaciones.
De todos modos, el futuro ya se anuncia claramente con las pretensiones presidenciales y con el anuncio de las presiones a que estaría sometido México en caso de prosperar la iniciativa, pretensiones que conducirían a un México por el que ya pasamos y hemos dejado atrás. Con la iniciativa de Peña Nieto el pasado liquidado se convierte otra vez en futuro ominoso. ¡Detengamos pues esta historia circular y avoquémonos a transformar a Pemex, como empresa nacional, en una empresa moderna y eficiente con nuestros propios recursos! ¡Por eso sería necesaria y pertinente una reforma fiscal realmente progresiva!
Fuente: La Jornada