Por Jorge Zepeda Paterson
El Niño Verde es a la política lo que Arnold Schwarzengger al arte cinematográfico: la prueba palpable de que se puede traicionar el oficio y convertirse en un triunfador inexpugnable. La existencia del Partido Verde representa un recordatorio permanente de que la política es el negocio de unos cuantos con cargo al bolsillo de todos los demás. Su invulnerabilidad está a prueba de cualquier exceso, abuso o infamia. Como un jugador de futbol al que sólo se le puede mostrar la tarjeta amarilla una y otra vez, sin importar a quien fracture o cuántos penaltis cometa.
El problema no es que estemos en manos de la partidocracia. O no sólo ese. El problema fundamental es que los partidos que tenemos son deplorables. Una punta de camarillas capaces de negociar a cualquier costo el presente y el futuro del país con tal de conservarse en el poder tres años más. La agenda programática o la plataforma de propuestas de cada partido (por no hablar de sus convicciones ideológicas) han desaparecido para dar paso a la exclusiva gestión de las canonjías de sus dirigentes. Es decir, su operación política está dedicada a asegurar la reproducción de los que controlan las altas esferas de cada institución política.
Una partidocracia que al menos confrontara en la arena pública distintos proyectos de país sería un consuelo. Pero no es nuestro caso. El Partido Verde pugna por toda reivindicación capaz de generar votos, sin importar la congruencia ecológica que tenga (incluyendo la pena de muerte). El PRD hace tiempo que perdió cualquier cosa que pudiera ser democrática y, desde luego, nunca fue revolucionario. Hoy parece más interesado en vender caro su amor a la Presidencia a cambio de favores y posiciones, que en luchar por la agenda de las causas relacionadas con la injusticia social, jurídica y económica. El Partido de Acción Nacional se mostró como el de la inacción nacional durante doce años; y ahora mismo chapotea en la complacencia de su propia corrupción, pese a que esta fue la bandera obsesivamente enarbolada durante sus primeros cincuenta años en la oposición. ¿Y el PRI? Bueno, el PRI es todo lo anterior, sumado.
De cara al público los partidos políticos hacen como que combaten mutuamente, pero en privado operan como cómplices y colegas de oficio. Una y otra vez optan por protegerse unos a otros cuando están en riesgo los privilegios del gremio. Juntos han ido expropiando de la sociedad civil cualquier intento de poner restricciones a los abusos y excesos de funcionarios y legisladores. Los integrantes de los supuestos mecanismos de rendición de cuentas y de autonomía como el IFAI, el Instituto Nacional Electoral, el TRIFE, los Comités de Competencia, la Suprema Corte, etc., dependen de las nominaciones que haga el Congreso (en algunos casos con participación de la Presidencia). Es decir, son nombramiento que deciden los líderes de las fracciones partidistas siguiendo instrucciones de sus dirigencias. En la práctica han optado por el reparto de cuotas: “uno para mi, otro para ti”. Esto significa que en el TRIFE, en la Suprema Corte o en el IFE existe el bando priista de ministros y consejeros capaz de neutralizar cualquier proyecto que atente contra los privilegios de la élite en el poder.
En otras palabras, no parece haber manera de sacudirse esta permanente expoliación. Han completado un círculo vicioso cerrado para hacerse inexpugnables. Las sanciones que recibe el Partido Verde son la mejor muestra de lo anterior. Las violaciones que este partido ha cometido una y otra vez, de manera calculada y deliberada, ameritarían su suspensión del proceso electoral y su eliminación de la boleta el próximo verano. Algo que no va a suceder. Al final son sólo multas (muchas de las cuales luego son perdonadas en instancias posteriores).
Y ya se sabe, en política lo que se consigue con dinero termina siendo gratis; entre otras razones porque no es su dinero sino el de otros. En el peor de los casos al PVEM no le importa si tiene que pagar 180 millones de pesos, si a cambio de eso inunda al país con su publicidad y levanta dos o tres puntos porcentuales su votación. Eso le reportará miles de millones de pesos en posiciones políticas de toda índole. Lograr una treintena de diputados en la Cámara le permite convertirse en el fiel de la balanza en votaciones apretadas y en esa medida negociar con el PRI enormes privilegios; conseguir una gubernatura como lo hizo en Chiapas, por ejemplo. ¿Qué son 100 o 200 millones contra eso? En suma. La política en manos de los que la prostituyen. El bar a cargo del borracho.
@jorgezepedap
Fuente: Sin Embargo