Paranoia digital, una enfermedad crónica

0

Usar contraseñas de 7 dígitos para algunas personas resulta ser algo riesgo, por lo que ante el temor frecuente de que sus redes sociales, aplicaciones y servicios de pagos por internet sean hackeados han recurrido a herramientas más sofisticadas, como los gestores de contraseñas.

Por Lisa Pollack

Después de un largo período de incubación, me temo que la paranoia digital de mi novio me ha infectado totalmente. Todo comenzó cuando empecé a sufrir de una persistente sensación de incompetencia con respecto a cuántas veces había reutilizado la misma contraseña de ocho caracteres en múltiples sitios web. Mi novio es un desarrollador de software y la seguridad en línea es una de sus especialidades, así como la mía es tomar el mismo café durante varias horas mientras leo. Sabía que el utilizar la misma débil contraseña una y otra vez era un riesgo de seguridad, pero era tan práctico y tentador como almorzar todos los días en un restaurante en lugar de llevar comida preparada de mi casa a la oficina. 

Junto con estos sentimientos yo tenía sensaciones de duda con respecto a los permisos que había concedido a las aplicaciones descargadas desde la tienda de Google Play a mi teléfono inteligente. Enviar mensajes SMS no parece ser algo que tenga que hacerse por medio de un juego y, al permitirle a la aplicación hacerlo por mí, podría haberle abierto la puerta a ladrones virtuales. Los programadores de la aplicación podrían hacer que mi teléfono enviara mensajes a números de tarificación adicional que ellos habían programado. Debí limitarme a descargar el Sudoku y nada más. 

El malestar por compartir demasiado en Facebook es, me he dado cuenta, el más fácil de los problemas de sanar de la paranoia digital. Al ver cuán inexactos son los anuncios “personalizados” en Facebook, la sensación de persecución se evapora al instante: no bebo Starbucks ni loca, no quiero una tarjeta de crédito y yo no voy a adoptar un niño. Es simplemente ridículo imaginar que quiera tomar un café que sabe como si lo hubieran hervido 10 veces.

Pero es la insuficiencia en materia de contraseñas lo que me estaba causando la mayor molestia, así que decidí hacer algo al respecto. Gracias a las investigaciones de mi novio, descargué un gestor de contraseñas que almacenas todas en una bóveda en línea. La bóveda sólo se puede acceder por medio de un única password maestra que, si se establece correctamente, es tan larga y complicada que memorizar extractos de Los Cuentos de Canterbury parece cosa de niños. Y aunque yo no quiero dar la impresión de que la longitud es una medida importante para todo en la vida, me he dado cuenta que mi contraseña maestra es más larga que la de mi novio. 

Lo que hace que esta solución sea efectiva es que el tener contraseñas almacenadas estimula a restablecerlas aleatoriamente en los distintos sitios web. De esa manera, mi novio explicó, si la seguridad de un sitio determinado se ve comprometida, el daño es limitado. Los criminales cibernéticos no podrán tener acceso a mi cuenta de PayPal porque comprometieron la base de datos de AirBnB, a pesar de que podrán cancelar nuestra estancia en un ático encantador durante nuestras vacaciones, pero realmente dudo que exista gente tan malvada…

Los gerentes de contraseñas también ofrecen la posibilidad de “añadir accesorios”, y como detesto hacer las cosas a medias, me interesé en ello. Mi novio pidió un “dongle” – llamado un “YubiKey” – para poner en su llavero, mientras yo opté por descargar una aplicación en mi teléfono llamado “Google Authenticator”. Ambas metodologías permiten una medida de seguridad adicional conocida como “autenticación de dos factores”, pero mi accesorio me permite aparentar ser un agente de la CIA en lugar de un conserje. Los códigos generados por la aplicación de Google, los cuales se registran periódicamente en el administrador de contraseñas, se autodestruyen cada 30 segundos, así que se ve aún más intrigante. 

A pesar de que todo esto ha aliviado mi sensación de inseguridad con respecto a las contraseñas, también ha tenido un efecto secundario inesperado. Cuando veo a un colega entrar una contraseña de siete caracteres de memoria, no puedo evitar pensar cuán pintoresco luce. Todas mis contraseñas, excepto la contraseña maestra, tienen entre 12 y 15 caracteres y se generan aleatoriamente. Hasta saber de memoria más de varias contraseñas parece algo anticuado. Mi nivel de esnobismo digital ha crecido tanto y tan rápidamente, que mi obsesión por un buen café parece algo pueril. 

El virus “Heartbleed Bug”, que comprometió el método de cifrado utilizado en aproximadamente dos tercios de todos los sitios web, empeoró aún más las cosas. La vulnerabilidad, descubierta en abril, permitió a los “hackers” robar información de un número incalculable de sitios web. Yo había almacenado alimentos antes de la hambruna y agua antes de la sequía – ¡y estaba lista cuando el Apocalipsis digital llegó! 

Esto ha fortalecido mi determinación por protegerme digitalmente aún más. ¿Debería quizás pensar en una instalación de almacenamiento en la nube más segura o instalar un sistema operativo diferente en mi teléfono que me permita descargar una nueva aplicación para tener opciones de privacidad todavía más granulares? Fue entonces que me di cuenta: mi paranoia digital se había convertido en una enfermedad crónica. Y me temo que pueda ser contagiosa.

Fuente: The Financial Times

Comments are closed.