Por Alejandro Páez Varela
Apenas había terminado la frase, cuando los hechos se la refutaron. El secuestro (que no es secuestro) de los 12 en la Zona Rosa es “un hecho local, focalizado”, dijo. Y le llegó lo de la balacera (que posiblemente no vea como balacera) en un gimnasio que no está en la Zona Rosa sino allá en la colonia Morelos, por Tepito.
No están desaparecidos, insistió Miguel Ángel Mancera, y trató de vender un término jurídico ramplón: que los 12 son “personas ausentes”… algo así como “desaparecidirijillos”.
Pero más adelante, tragando pelotitas de golf, tuvo que aceptar que los 12 que no están desaparecidos pudieron haber sido “retenidos” en el Heaven y sacados uno por uno para evitar esa movilización (un levantón en masa) que, efectivamente, parece no estar documentada porque quizás no fue así.
En la Ciudad de México, insiste Miguel Ángel Mancera, no hay crimen organizado. Es decir: no es crimen organizado la industria que mueve millones de películas y programas pirata por toda la ciudad, o miles y miles de kilos de coca, o mariguana, o pastillas. No es crimen organizado el que controla la prostitución en el Distrito Federal o el que secuestra o el que trafica personas hacia el norte o el que vende armas en Tepito. No es crimen organizado el de funcionarios que cierran negocios y los abren a punta de sobornos. No es crimen organizado el que controla vendedores ambulantes en el Metro, o el que asalta bancos.
Son, dice, pandillas.
Pues qué pandillotototas tan bien organizadas, doctor.
Ejem, no, Miguel Mancera no está perdiendo el control de la Ciudad de México. Sería necio y ciego decirlo así porque la urbe son muchas cosas; no sólo es Tepito, no sólo es la Zona Rosa.
Pero Mancera sí está perdiendo la Ciudad de México; está quemando, en un tiempo récord, el capital político y social que lo llevó a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal.
***
Voy a repetir algo que creo y que he dicho por escrito más de una vez: Que el doctor Miguel Ángel Mancera me parece una persona de buena voluntad. Una cosa gustaba mucho de él, como político: que no necesariamente viniera de la sociedad civil aunque sí fuera un ciudadano libre, sin partido.
Pero, por lo que leo, el rápido deterioro de la imagen de Mancera va ligado con una especie de idea de que le da vueltas a las cosas más que encararlas. Una cierta tibieza que le viene de quedarse en medio (como no asumirse de izquierda, por ejemplo; curioso que se le revirtiera la virtud). Eso es lo que comunica.
Habla con la prensa sólo en las emergencias (otro ejemplo): cuando está la cosa que arde y debe dar explicaciones; no cuando tiene la sartén por el mango y puede fijar agenda. O habla con la prensa del corazón: entrevistas facilitas, a modo, para que “abra su alma” y muestre “su ser humano” (sic). Su colección de portadas de revista deben hacerlo ver muy guapo; un “soltero favorito”, un “galán del año” o qué se yo. Pero no se ve al hombre fuerte.
Es sintomático hasta en el ánimo de los reporteros cerca de él:
–Doctor, ya no son hechos focalizados esto que se está dando, como anteriormente venía mencionando. ¿Qué va a hacer al respecto? ¿Reconocer que no son hechos focalizados? –le dijo la noche del jueves pasado uno de los periodistas.
–Mira, seguimos trabajando exactamente con la misma zona y tenemos que darle la tranquilidad a la misma zona. Estamos hablando que los hechos que tienen que ver con el bar Heaven, pues como ustedes saben tienen que ver con el barrio de Tepito, lo vamos a seguir indagando –respondió.
Es decir, no respondió.
Miguel Ángel Mancera es el Enrique Peña Nieto de hace poco tiempo: es el pararrayos de las críticas, sanas o mal intencionadas.
Por eso coincido con los analistas en que si no da un viraje rápido, si no se mueve y comunica otra cosa que la que está comunicando, la cuesta arriba será brutal.
Será Sísifo empujando la piedra, y la piedra empujando a Sísifo hacia abajo.
Insisto: Mancera me parece una persona de buena voluntad. Y un hombre de buena voluntad merecería espacio para gobernar y hacer lo que debe hacer.
¿Por qué parece que el doctor está cercado? ¿Cómo es que alguien que se ganó tantos créditos ahora se deslava?
***
Después de ponerse el traje militar, de desoír las críticas, de aferrarse a su estrategia, de manotear e imponerse, Felipe Calderón cambió de estrategia: repartir culpas. Los gobiernos del pasado, dijo, no hicieron su trabajo. Pero él prometió seguridad, crecimiento, bienestar; nunca dijo que cumpliría sus promesas dependiendo de lo que encontrara cuando recibiera las llaves.
Hoy pocos recuerdan si en el pasado se hizo o no se hizo. Recuerdan con claridad quién es este hombre, Calderón: el que desató una guerra, se instaló en la necedad y provocó que decenas de miles de mexicanos murieran, desaparecieran o se desplazaran de sus lugares de origen a causa de la inseguridad.
Lo recuerdo porque ese argumento, el de “los gobiernos anteriores no hicieron su trabajo”, será el más fácil; el más inmediatista. Y tendrá amplia difusión, oh, sí señor, porque los medios siempre estamos hambrientos de una nota principal. Pero no podrá excusar, como no le sirvió a Calderón para tal efecto, lo que ya pasó o lo que suceda en la Ciudad de México.
Y causará más heridas, más división. Irá contra Marcelo Ebrard, contra Andrés Manuel López Obrador y contra todos los que han dirigido la ciudad o la cartera de seguridad pública. Irá contra Manuel Mondragón y, necesariamente, el señalamiento dará vuelta en “u” y pegará al actual director del Metro: Joel Ortega. Nadie ganará.
Antes de que llegue el momento de repartir culpas (ya huele, ya huele) será bueno que Miguel Mancera reconozca lo que no funcionó. Y mejor que no se espere a cumplir un año, ¿para qué? Ahora, vámonos: la velocidad con la que se deprecia su moneda lo urge a que saque las manos y evite la caída.
Porque, insisto, después será un castigo empujar la piedra por la pendiente.
Y el mito es implacable: Sísifo nunca logra la cima.
Fuente: Sin Embargo